martes, 16 de abril de 2024

La increíble transformación del ego desde que Freud lo puso en escena hace 100 años

 Ego. Egocéntrico. Egoísta. Esas palabras son parte de nuestra conversación cotidiana.

Eso es gracias en gran parte a Sigmund Freud, quien le dio alas a la idea hace 100 años con su libro “Das Ich und das Es”, en español “El yo y el ello” o “El ego y el id”. "El ego representa lo que puede llamarse razón y sentido común, en contraste con el id, que contiene las pasiones", escribió Freud en ese fundacional texto.

Freud había estado practicando lo que él bautizó y llamó psicoanálisis durante casi un cuarto de siglo, y "El ego y el id"” fue su intento de exponer lo que había podido entrever del funcionamiento interno de la mente. Además de estar dividida entre lo consciente y lo inconsciente, el médico vienés dijo que la mente estaba impulsada por "fuerzas en conflicto".

Describió un sistema tripartito en el que el id exige satisfacción para nuestros impulsos naturales, el súper yo reacciona y juzga cómo comportarse de acuerdo a nuestra moralidad y con respecto al ego, la escritora y psicoanalista Susie Orbach nos dice que "una forma de concebir el ego es como el lugar de negociación, que hace ajustes, cálculos psicológicos para encontrar una manera de vivir con nosotros mismos y en el mundo".

En el siglo que ha pasado desde que se publicó el libro, el ego se fue convirtiendo en una idea clave para entender quiénes somos y qué es ese algo que nos hace nosotros y no otros.

Freud no fue la primera persona en proponer la idea


"Das Ich und das Es" fue publicado en 1923 por la editorial Prensa Psicoanalítica Internacional, con un famoso dibujo "cuyos contornos solo sirven como una presentación, no como una interpretación precisa", aclaró Freud.

El filósofo Friedrich Nietzsche había escrito acerca de que teníamos un ego ya 50 años antes. Pero lo que Freud hizo fue animar el ego, casi darle vida propia.

"Elaboró el concepto a través del entendimiento de que una relación de terapia podía proporcionar alivio. Y en ese proceso fue capaz de extraer ideas sobre la mente que eran totalmente revolucionarias", afirma Orbach.

No todos concuerdan. Muchos han considerado que toda su idea del ego y el id y el superego era basura. Uno de sus más fuertes críticos, el filósofo Frank Cioffi, por ejemplo, llamaba a Freud un "pseudocientífico, porque hizo afirmaciones para las cuales no tenía pruebas".

Si se cuestiona qué motivos tenía para hacer sus formulaciones, "son tan radicalmente inadecuados que no podemos decir que es sólo un error; es tentador describirlo como la estafa intelectual más grande del siglo XX".

En tal sentido, el psicoanalista Adam Phillips sostiene que "Cioffi tiene razón: no es una ciencia. La ciencia tiene que ser capaz de replicar experimentos, y un psicoanálisis no se puede replicar. Cada uno es diferente porque nunca hay un tercero presente, y cada persona tiene una historia distinta. El único criterio que tenemos es que la persona juzgue si el tratamiento fue una pérdida total de tiempo, o si en realidad le fue útil".

Pero, independientemente de la controversia sobre el psicoanálisis y su creador, la idea del ego tomó vuelo propio. Fuera de su entorno académico, el ego se popularizó y, como suele ocurrir, su significado se tornó un poco más vago y ambiguo, pero también fue labrándose un rol protagónico.

"Hemos visto un enfoque creciente en el yo, como el foco de la experiencia, como el lugar de los derechos políticos, como realmente el centro del centro de todo", dice Julian Baggini, filósofo y autor del libro "La trampa del ego". "La forma en que el pensamiento se ha desarrollado en Occidente es tal que el yo es la unidad básica de la sociedad, es lo fundamental de lo que brota todo lo demás".

Y continúa: "¿Qué se supone que es? Mucho es sentido común, que dentro de cada uno de nosotros hay un ego, un yo singular, algo que tiene todas nuestras diferentes experiencias y recuerdos, planes, proyectos, relaciones... No es un alma inmaterial, ni una región del cerebro. Más bien, como tanto en el mundo, es una colección de partes, todas esas cosas diferentes trabajando juntas".

El ego en el escenario


La música, según el compositor y escritor Steven Johnson, nos ayuda a entender la forma en que nuestros egos pueden dividirse en múltiples formas al tratar de negociar la confusa realidad del mundo.


La banda sonora de "Psicosis" film de Alfred Hitchock (1960) juega con el ego y el id como lo hizo Wagner en el siglo XIX (Foto: Getty Images).

Johnson, quien ha estudiado el sentido del ego dentro de la música durante muchos años, destaca la obra del compositor alemán del siglo XIX Richard Wagner en la que juega con la idea del ego, especialmente su relación con ese misterioso inconsciente que, según Freud, siempre está al acecho.

Wagner llegó a la conclusión, mucho antes de Freud, de que teníamos una mente consciente e inconsciente, y que ésta última puede engañarnos al tomar las decisiones básicas en la vida. En sus óperas, "hay una relación extraordinaria entre lo que está sucediendo en el escenario y lo que está sucediendo en el foso orquestal", explica Johnson.

Y esa idea de que la música resalte algo que los egos desconocen fue recogida por Hollywood en la década de 1930. Max Steiner, a menudo descrito como el padre de la música de cine de Hollywood, era vienés y ciertamente estaba familiarizado con las ideas de Freud, y las tenía en mente cuando se dedicó a la cuestión de qué podía hacer una banda sonora de una película.

Más allá de Steiner, hay un ejemplo muy famoso que cita Johnson: el increíble sonido creado por Bernard Herrmann para la escena de apuñalamiento de la película "Psicosis", de Alfred Hitchcock.

"Esa es una imagen de sonido increíblemente deslumbrante, que de hecho nos cuenta lo que no podemos ver en la pantalla: a la mujer siendo horriblemente apuñalada hasta la muerte. Pero si uno va hacia atrás en la película, se escucha cómo Hermann la establece desde antes. Cuando Janet Leigh está, por ejemplo, conduciendo para irse de la ciudad, no hay razón para sentir que está en peligro, pero la música ya está haciendo el mismo tipo de figuras en el fondo que cuando más tarde la apuñalan", analiza Johnson.

Esa técnica, que se basa en el desconocimiento del ego de lo que está sucediendo bajo la superficie, se puede encontrar en todas partes ahora, no solo en el cine sino también en la publicidad y en la música popular.

Pero, ¿dónde está?

La pregunta suena absurda, y lo es: el ego es una idea, no una cosa. Pero así no lo podamos ver, hay una parte clave de la actividad cerebral que se ocupa de ayudarnos a entender qué somos nosotros y qué es el mundo exterior.

Una de las propiedades básicas del cerebro es que sabe cuándo estamos haciendo algo. Entonces, si tocamos nuestra mano, obtienemos una respuesta cerebral diferente que si otra persona nos toca la mano.

Esa idea del ego como una especie de proceso de pensamiento, del producto de muchos mensajes diferentes que viajan entre las neuronas del cerebro, hace pensar en la tecnología y en el complicado asunto de cómo nuestros egos ahora tienen que subsistir, como se denomina hoy, "online".

Basta con pensar que hace varios cientos de años, los espejos eran raros. La gente en realidad no tenía una imagen clara de sí misma. Ahora vemos nuestra imagen en los espejos rotos de nuestras publicaciones en las redes sociales, nuestro correo electrónico, los mensajeros, en todas partes.

Eso no solo afecta la forma en que el mundo nos ve, sino que cambia la forma en que nos vemos a nosotros mismos. En el pasado era posible vivir nuestra vida sin que a diario se nos cuestionara nuestra autopercepción. Pero ahora hay desafíos. Son pequeños pero son constantes.

Y cuando se trata en particular de las redes sociales, se da lo que se llama "colapso de contexto", donde, por ejemplo, publicamos algo para la que creemos que es una audiencia que nos entiende, y obtenemos una audiencia muy diferente que responde muy mal: eso es una amenaza real para nuestro sentido de identidad. De repente, otras personas nos ven como algo muy diferente de cómo nos percibimos a nosotros mismos.

Ese es un reto actual para el estado de nuestro ego, un siglo después de que Freud tratara de localizarlo en nuestras cabezas, lidiando con todas las fuerzas e ideas contradictorias que se arremolinan en nuestras mentes.

Desde entonces entendimos que era algo mucho más fascinante: eso intangible que somos nosotros mismos.