martes, 16 de abril de 2024

Bullying: qué es y qué propone la ciencia para evitar este problema

Si bien la mayoría de nosotros está al tanto del significado del término, es oportuno de qué se trata para los incautos y, sobre todo, para las potenciales víctimas. Aproximadament el 30 % de los adolescentes en América Latina sufre de bullying, la forma de violencia más común en las instituciones educativas.


(Foto: Getty Images).

El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF, por sus siglas en inglés) reporta que 150 millones de adolescentes en todo el mundo, de entre 13 y 15 años, ven interrumpida su educación por las diferentes manifestaciones del bullying. Esto representa la mitad de los estudiantes comprendidos en ese rango de edad.

En países de América Latina, las víctimas de estas agresiones nos muestran la alarmante cifra del 20 % al 30 % del total de alumnos, dependiendo del país. Así, el bullying deja estragos físicos y psicológicos en las víctimas. En última instancia, hasta el suicido puede ser -y en los hechos fue- una consecuencia.

¿Qué es el bullying?

La palabra viene del inglés y se traduce al español como "acoso" o "intimidación". El problema al que hace referencia este término es un fenómeno social principalmente asociado a los entornos escolares, en el cual una o varias personas experimentan violencia física o psicológica por parte de otras.


(Foto: Getty Images).

Los especialistas en neurociencias del comportamiento coinciden mayormente en que el bullying puede presentarse de diversas formas: un alumno acosado por otros compañeros, varios acosados por un solo individuo e, incluso, el fenómeno se puede replicar entre docentes y estudiantes.

Como resultado de lo anterior, el bullying no se ve limitado por la edad, la etnia o el nivel socioeconómico. Ahora bien, debido a las diferentes maneras en que el problema se puede reproducir, presenta los siguientes tipos: físico, verbal, social y ciberacoso.

El físico incluye agresiones al cuerpo y el verbal está representado por insultos e intimidaciones. Sin embargo, el social, también conocido como acoso encubierto, puede darse a espaldas de la víctima y tiene como fin dañar la reputación de la persona y/o causar humillación.

Sobre el ciberacoso, supone las mismas consecuencias psicológicas, no obstante, aquí la violencia toma como lugar de acción las tecnologías digitales. Dicho esto, las redes sociales y las plataformas de juegos y mensajería son espacios donde normalmente se puede producir el acoso.

La ciencia detrás del problema

No hay una sola variable que determine quién es o no agresor. En realidad son múltiples factores, biológicos y sociales, los que intervienen en este comportamiento.

Se ha identificado que los agresores pueden presentar una mayor reactividad de la llamada amígdala cerebral, una estructura relacionada con la experiencia de miedo y activación del sistema nervioso simpático ante la exposición a rostros que muestran enojo, y una menor frente a la exposición a caras que expresan miedo.

Subjetivamente, esto implicaría una experiencia aversiva ante señales de ira, contraria a la percepción de señales de miedo en otras personas. Todo esto matizado por las propias experiencias de aprendizaje que pueden ser rastreadas hasta los estilos de crianza. Lo que es importante considerar ante estos datos, es que no hablamos de explicaciones causales sino de correlaciones.

El cerebro de un acosador no es la única causa de su comportamiento agresivo, pues las características de su cerebro están influenciadas por el medio en el que se desarrolla, incluyendo las interacciones que tiene en casa.

(Foto: Getty Images).

Las víctimas también suelen presentar cambios estructurales y funcionales en regiones cerebrales relacionadas con la regulación emocional y la interacción social, haciéndolos más vulnerables a presentar trastornos del estado de ánimo, ansiedad y dificultades interpersonales.

Finalmente, podemos enumerar algunos consejos acerca de cómo prevenir o manejar el acoso escolar en el caso de que ya exista:

Permanecer atento a las señales de alerta: si el niño/a está sufriendo acoso escolar, es posible que evite ir a clase, esté más nervioso o retraído, presente síntomas psicosomáticos (dolor de vientre, cefaleas, vómitos, insomnio, etc), su material escolar desaparezca con frecuencia, pierda el interés por los estudios o el rendimiento baje súbitamente.

Mantener la calma: hablar con él/ella sobre sus preocupaciones y sobre su vida en el día a día en el colegio, transmitiéndole tranquilidad. Si no actuamos serenamente los niños no se atreven a contar sus problemas por miedo a nuestra reacción y por evitar angustiarnos, y por tanto no podremos ayudarlos.

Hablar con ellos sobre cómo resolver sus problemas: suele ser bueno algún ejemplo de nuestras propias dificultades y cómo hemos sabido resolverlas. Con ello, le estamos demostrando básicas pero importantes lecciones: que todos tenemos problemas, que no estamos solos y que necesitamos contarlo para buscar soluciones.

Fomentar su autoestima: explicarles el valor que tiene ser único y transmitirles que sus diferencias le hacen singular. Esforzarnos para que el niño se sienta , que tenga una visión sana de sí mismo y acepte sus defectos de manera realista.

Ponernos en contacto con el centro escolar e informarles de la situación: las instituciones escolares están obligadas a implicarse y tomar medidas y deben actuar también ante casos de ciberbullying, aunque el acoso ocurra fuera del establecimiento.

Enseñarle que existen límites: que esos límites no se pueden traspasar, ni en casa, ni fuera de ella y que los actos violentos tienen consecuencias para quien los hace. Asegurarnos que tiene clara la diferencia entre "ser popular" por ser agresivo o acosador y ser aceptado y querido por los demás por su forma sana de relacionarse.

Si el niño/a muestra actitudes violentas para conseguir algún fin, corregirlo: no permitir bajo ningún aspecto que esa sea la manera en que logra sus objetivos, y mostrarle, a través de nuestro ejemplo como padre/madre, que las metas se alcanzan sin necesidad de ser violentos. Insistirles en que aprender a respetar a los demás es básico en cualquier relación de convivencia.