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miércoles, 10 de septiembre de 2025

Contra antagonismos hoy inexistentes: ¿por qué la ciencia y el arte se necesitan?

¿Realmente existe una mirada científica opuesta a una visión artística del mundo? Si repasamos las historias tanto del arte como de la ciencia, encontraremos una respuesta rotunda.

Versión coloreada de la lámina "Universum", de Camille Flammarion (1842-1925), en L'atmosphère : météorologie populaire, Hachette, Paris, 1888 (Foto: Shutterstock).

Hace décadas que el historiador británico Martin Kemp ha analizado esta cuestión a través de sus estudios sobre la figura de Leonardo da Vinci, que encarna la fusión originaria de ciencia, naturaleza y arte. Sus estudios científicos no sólo documentaron el cuerpo humano y la naturaleza con precisión, sino que generaron nuevas perspectivas estéticas en la pintura y la escultura. 

Un vínculo muy estrecho

Más tarde, en el Barroco, el entendimiento de la perspectiva y el desarrollo de la óptica matemática permitió a artistas como Caravaggio (1571-1610) o Diego Velázquez (1599-1660) crear efectos dramáticos de luz y espacio. 

Los avances científicos del siglo XIX marcaron profundamente obras como "Frankenstein" (1816), de Mary Shelley, donde la idea de dar vida a un ser humano a través de la electricidad se basaba en los experimentos de Luigi Galvani (1737-1798).

La observación de formas orgánicas a través del microscopio abrió a algunos artistas, como Joan Miró (1893-1983) o Vasili Kandinsky (1866-1944), una increíble ventana a un universo de formas. Como muestra el documental "Proteus", científicos como Ernst Haeckel (1834-1919) popularizarían litografías detalladas de organismos , que influirían en el Art Nouveau, el surrealismo y otros movimientos.

 Ascidiacea o ascidias, recogidas en el libro "Kunstformen der Natur" (1904), de Ernst Haeckel (Foto: Wikimedia).

Astrónomos que bebieron del arte

Grandes artistas se inspiraron en el conocimiento científico, pero las ramas de la ciencia que tienen mucho que agradecer a las artes no se quedan atrás. Galileo Galilei (1564-1642) no sólo observaba los cielos con su telescopio: fue capaz de mostrar con detalle todas las fases de la luna en unas excepcionales acuarelas. Sin ellas, hubiera sido imposible transmitir su conocimiento.

De la misma manera, Maria Clara Eimmart (1676-1707), dibujante y astrónoma, nos dejó una importante colección de láminas que nos maravillan por su intersección entre arte y astronomía

Bocetos de las fases lunares de Galileo Galilei (Foto: Wikimedia). 

Viaje al interior del cuerpo

A través del lenguaje artístico, también Andrés Vesalio (1514-1564) abrió nuestra visión hacia el interior de esta máquina que es nuestro cuerpo. Su obra "De humani corporis fabrica" (1543), nos permitió descubrir la anatomía con todo detalle gracias a sus elaborados dibujos.

Siglos después, Santiago Ramón y Cajal (1852-1934) nos mostró por primera vez las neuronas, hasta entonces invisibles para el ojo humano. Con sus dotes para la ciencia y el dibujo, nos enseñó la belleza de las conexiones neuronales.

"De humani corporis fabrica" (1543) contiene muchos dibujos extremadamente detallados de disecciones humanas, algunos de ellos en posturas alegóricas (Foto: Wikimedia).

Mundos lejanos sobre el papel

Además, la exploración de otros mundos y la ciencia de la navegación no hubieran sido posibles sin otra de las grandes artes visuales: la cartografía, que ha dado lugar a lo largo de los siglos a bellas ilustraciones de la Tierra.

Del esplendor de las profundidades del océano se ocupó Marie Tharp (1920-2006), quien creó el primer mapa científico en relieve del fondo del océano Atlántico. Producciones como estas nos demostraron que la naturaleza, además de formar un espacio vital para el desarrollo del conocimiento científico, es una fuente infinita de belleza.

Mapa panorámico de los fondos oceánicos del mundo basado en los apuntes científicos de Marie Tharp y Bruce Heezen, dibujado por Heinrich C. Berann (1977) (Foto: Wikimedia).

Con el desarrollo de las ciencias naturales, también las plantas, flores y animales de las regiones más lejanas llegarán a los gabinetes para poder ser estudiadas en forma de dibujos. Es imposible no maravillarse con las láminas de naturalistas como la científica y exploradora Maria Sibylla Merian (1647-1717), que ilustró, por primera vez, la metamorfosis de los insectos de la forma más bella y detallada.

 "Metamorphosis insectorum Surinamensium", lámina de Maria Sibylla Merian (1647-1717) (Foto: Wikimedia Commons).

La tecnocracia o estancar el saber

A pesar de las evidencias, el imparable camino hacia la hiperespecialización académica, cada vez más arraigada, hace resurgir el debate sobre artes o ciencias una y otra vez. Recientemente, el artículo “Art and Science. A Relationship that Permeates the Construction of Human Knowledge About the World” (Arte y ciencia. Una relación que permea la construcción del conocimiento humano en el mundo, 2024) defendía que la educación artística no sólo beneficia al conocimiento de la ciencia en sus aspectos técnicos, sino que también es un factor necesario para comprender su dimensión filosófica y conceptual. La cuestión no es nueva. 

En una famosa conferencia, luego publicada con el título "The Two Cultures and the Scientific Revolution" (Las dos culturas y la revolución científica, 1959), el físico y novelista inglés Charles Percy Snow definió la separación entre artes y ciencias como “las dos culturas”, argumentando que esta ruptura de comunicación entre ciencias y humanidades es una de las principales razones que explican la incapacidad que muestran las naciones para resolver los grandes problemas mundiales.

Poco después, Snow publicó una secuela titulada "The Two Cultures: A Second Look" (Las dos culturas: una segunda mirada, 1963), donde afirmaba que la falsa creencia de la separación entre ciencias y humanidades se debía a un declive de la educación y el poco interés que había entre investigadores por colaborar entre disciplinas. Y, lo más importante: denunciaba que esta distancia es empobrecedora y limitante. 

Progreso en busca de sentido

En el brillante ensayo "La utilidad de lo inútil" (2013), Nuccio Ordine amplió la cuestión y criticó la errónea consideración de las humanidades como algo prescindible, defendiendo el valor del arte, la literatura y el pensamiento libre frente a una sociedad obsesionada con la tecnocracia, la utilidad inmediata y el beneficio económico.

En palabras de Ordine, “si escuchamos únicamente el mortífero canto de sirenas que nos impele a perseguir el beneficio, sólo seremos capaces de producir una colectividad enferma y sin memoria que, extraviada, acabará por perder el sentido de sí misma y de la vida”.

Como conclusión, más allá de la evidente relación entre ellas, surge una cuestión más relevante: ¿por qué artes y ciencias se necesitan? Todas las investigaciones concluyen en un punto común: cuando personas de distintas disciplinas colaboran, producen interpretaciones más profundas, diversas y sensibles de la realidad. Algo muy necesario en un momento en el que urge que la ciencia y la tecnología asimilen sus sesgos y apelen a su dimensión más ética y humana.

(Fuente: The Conversation / varios / redacción propia)

miércoles, 20 de agosto de 2025

Medicamentos biológicos y biosimilares: los nuevos aliados de la medicina moderna

Durante años, la medicina se ha basado principalmente en fármacos sintéticos. Sin embargo, en la actualidad, los llamados medicamentos biológicos han ganado terreno, especialmente en el tratamiento de enfermedades complejas que no responden bien a las terapias convencionales. ¿En qué se diferencian de los tradicionales?

(Foto: Shutterstock).

Construir con Lego o plantar un árbol

Imaginemos que le mandan construir una casa de Lego. Con instrucciones claras y piezas idénticas, podemos reproducirla fácilmente una y otra vez sin errores. Así funcionan los medicamentos tradicionales o sintéticos: son moléculas pequeñas creadas en un laboratorio mediante reacciones químicas precisas, como el paracetamol o la aspirina.

Ahora, imaginemos que tenemos que plantar un árbol. En este caso, no basta con seguir un manual: necesitamos una semilla viva, condiciones climáticas adecuadas y mucha paciencia. Y por mucho que nos esforcemos, no conseguiremos cultivar dos árboles exactamente iguales. Pues así son los medicamentos biológicos: moléculas grandes y complejas, fabricadas por organismos vivos, como células animales, bacterias o levaduras. No se sintetizan en tubos de ensayo, sino que se producen dentro de seres vivos.

Como francotiradores en nuestro cuerpo

Estas diferencias hacen que la fabricación y comercialización de los medicamentos biológicos sea muy distinta. Estos fármacos contienen principios activos, como proteínas complejas, anticuerpos o incluso hormonas, derivados de fuentes biológicas. Algunos ejemplos conocidos son la insulina para la diabetes, la eritropoyetina para tratar la anemia o los anticuerpos monoclonales usados en ciertos tipos de cáncer y enfermedades autoinmunes.

Estos tratamientos actúan como francotiradores en nuestro cuerpo: reconocen un blanco concreto -una proteína alterada, una célula enferma, un proceso inflamatorio- y actúan sobre él con mucha precisión, minimizando efectos secundarios.

Por eso, suponen un hito en la medicina personalizada. Han revolucionado el tratamiento de enfermedades graves y crónicas como la diabetes, la esclerosis múltiple, la enfermedad inflamatoria intestinal, el cáncer y muchas otras patologías, algunas de ellas con pocos tratamientos eficaces disponibles.

Garantizar el acceso a estos tratamientos es crucial, no sólo para mejorar la calidad de vida de los pacientes, sino también para la sostenibilidad de los sistemas de salud. Actualmente, más del 40 % de los nuevos medicamentos aprobados son biológicos, y ésto está impulsando una mejora en el tratamiento de muchas enfermedades. 

Biosimilares: una alternativa más accesible

Sin embargo, producirlos es costoso y complejo. Hay que modificar mediante ingeniería genética células vivas para que fabriquen proteínas específicas, purificarlas, validar su estructura y función… Cualquier pequeño cambio en el proceso puede afectar al producto final. Por eso, un sólo tratamiento biológico puede costar anualmente una fortuna, lo que ejerce una gran presión sobre los presupuestos públicos y limita el acceso para muchos pacientes.

Aquí es donde entran los biosimilares: versiones más accesibles de los medicamentos biológicos que no comprometen su eficacia. Habitualmente se comparan con los medicamentos genéricos, ya que pueden producirse y venderse una vez expira la patente del medicamento original, lo cual reduce significativamente los costos asociados a la investigación y el desarrollo.

Diferencias con los genéricos

Sin embargo, aunque persiguen un objetivo similar -reducir el gasto farmacéutico y democratizar el acceso a los tratamientos-, los biosimilares son mucho más complejos.

Un genérico es una copia exacta del principio activo del fármaco original. Como las moléculas sintéticas son simples y fácilmente replicables, el medicamento genérico se aprueba rápidamente. En cambio, los medicamentos biológicos no se pueden copiar de forma idéntica. Si bien los biosimilares se fabrican con altísima precisión, puede haber pequeñas variaciones derivadas del propio proceso biotecnológico, igual que no hay dos árboles idénticos aunque provengan de la misma semilla. 

Un biosimilar es, por tanto, una versión altamente similar a su biológico de referencia en calidad, eficacia y seguridad, pero no es una copia exacta. Por eso, para su aprobación, se debe demostrar, mediante estudios comparativos rigurosos, que no existen diferencias clínicamente relevantes. Esto los hace más caros que los medicamentos genéricos, pero más baratos que los biológicos.

Obstáculos para su plena implementación

A pesar de sus beneficios, los biosimilares enfrentan desafíos. La desconfianza de algunos profesionales y pacientes, que los perciben como “copias de segunda”, es uno de los mayores obstáculos. Sin embargo, pasan por los mismos controles de calidad rigurosos que cualquier medicamento autorizado.

Otro reto es la intercambiabilidad, es decir, la sustitución del biológico original por su biosimilar. Ésto no es automático y depende del criterio médico, pero cada vez hay más evidencia científica que respalda la seguridad de estos intercambios. También resulta clave la educación sanitaria: cuanto más informados estén los profesionales y los pacientes, mayor será la confianza en su uso. 

Un ejemplo de ciencia justa

En definitiva, los medicamentos biológicos y biosimilares representan un cambio de paradigma, pasando de tratamientos generalistas a soluciones personalizadas, dirigidas a las causas moleculares de las enfermedades. Su expansión permite que más pacientes accedan a terapias innovadoras, mientras se preservan los recursos del sistema sanitario.

En un mundo donde el costo de la innovación amenaza con aumentar la brecha en el acceso a la salud, los biosimilares actúan como un puente, conectando el progreso científico con la equidad. Son un ejemplo de cómo la ciencia puede ser no sólo eficaz, sino también justa.

(Fuente: The Conversation)

martes, 19 de agosto de 2025

Cuando la recompensa engaña al cerebro: así decidimos a qué prestar atención y qué ignorar

Un nuevo estudio revela que nuestro cerebro no procesa de la misma manera la promesa de una recompensa según dónde y cómo se presente. A veces refuerza la atención visual, otras sólo ajusta la estrategia de respuesta sin implicar atención real.

(Foto: Sora / Edgary Rodríguez).

En la vida diaria, perseguimos recompensas: una sonrisa, un logro laboral, una porción de pastel. Pero, ¿cómo transforma el cerebro esa expectativa en acciones concretas? ¿Presta más atención a ciertos estímulos o simplemente cambia la forma de decidir? Investigadores del Indian Institute of Science han descubierto que la respuesta no es única. Según cómo se estructure la recompensa, el cerebro activa mecanismos totalmente distintos.

El trabajo, publicado recientemente en PLOS Biology, distingue por primera vez dos rutas separadas: una que mejora la percepción sensorial y otra que ajusta el sesgo de decisión. Ambas están ligadas a la expectativa de recompensa, pero sólo involucra la maquinaria neuronal clásica de la atención.

Los hallazgos no sólo amplían la comprensión de la atención humana, sino que también cuestionan ideas previas sobre cómo se mide y se interpreta el papel de la recompensa en tareas cognitivas.

Dos caras de la recompensa

El experimento planteó dos escenarios distintos para 24 voluntarios. En el primero, la recompensa variaba según la ubicación de un estímulo visual, lo que los científicos llamaron expectativa específica de espacio. En el segundo, la recompensa dependía del tipo de respuesta correcta, la llamada expectativa específica de elección.

En el caso espacial, cuando una ubicación prometía más puntos o evitaba más penalizaciones, los participantes afinaban su percepción allí. La sensibilidad visual (d) aumentaba, y eso les permitía detectar cambios con mayor precisión.

En el escenario por elección, lo que cambiaba era el criterio de respuesta (c). Los voluntarios tendían a decir “sí” o “no” con más facilidad según cuál fuera la opción más rentable en ese momento. No veían mejor el estímulo, simplemente apostaban por la respuesta que más convenía.

(Foto: iStock).

Cómo midieron el cerebro en acción

Para entender qué ocurría detrás de estos cambios, el equipo registró la actividad cerebral con electroencefalografía (EEG) mientras los voluntarios realizaban tareas de detección de cambios en patrones visuales.

En la condición espacial, aparecieron señales neuronales típicas de la atención: un aumento en componentes eléctricos como el N2pc y el P300, que indican que el cerebro dedica más recursos a procesar un estímulo en una posición concreta. También se observó una supresión de la actividad alfa en el hemisferio opuesto al estímulo relevante, un patrón asociado con la concentración visual.

En cambio, en la condición de elección, estas huellas de atención espacial estaban ausentes. Lo que sí emergió fue un cambio en la actividad alfa antes de que apareciera el estímulo, lo que sugiere un ajuste en la predisposición a responder, no en la calidad de la percepción.

Supresión de ondas alfa en el hemisferio opuesto al estímulo cuando la recompensa varía por ubicación, un marcador clásico de atención visual (Foto: PLOS Biology).

Lo que hacen los ojos y las manos

La atención no sólo se ve en el cerebro: también se nota en cómo se mueven los ojos y en la velocidad de respuesta. En la condición espacial, los participantes hicieron más microsacadas -pequeños movimientos involuntarios de los ojos- hacia la zona más recompensada. Además, respondieron más rápido cuando el cambio estaba allí.

En la condición de elección, estos indicadores motores de atención espacial no aparecieron. Sin embargo, sí se registró que las respuestas más rentables se daban con mayor rapidez, lo que refuerza la idea de que el cambio se producía en la estrategia decisional y no en la focalización de la atención.

Este contraste motor refuerza la conclusión central: no todas las estrategias que mejoran el rendimiento se basan en prestar más atención al estímulo, algunas consisten simplemente en elegir más rápido la respuesta más conveniente.

(Foto: iStock).

Un recurso limitado que se reparte

Un hallazgo clave fue que, en la condición espacial, la atención se comportó como un recurso limitado. Cuando aumentaba en un lado del campo visual, disminuía en el otro. Este equilibrio no se dio en la condición de elección, lo que confirma que los ajustes de criterio no forman parte de la atención espacial.

Este patrón competitivo se reflejó tanto en las medidas de sensibilidad visual como en las señales cerebrales y los movimientos oculares. Todos estos datos se coordinaban, prediciendo cuándo y dónde el cerebro iba a rendir mejor.

En otras palabras, la atención visual es como una manta corta: si se tira hacia un lado, se descubre el otro. Y sólo la expectativa de recompensa en un lugar concreto parece estirar esa manta hacia ese punto.

Qué nos dice esto sobre la vida diaria

Este estudio ayuda a entender por qué, a veces, no prestamos más atención a lo que más nos conviene. Por ejemplo, si en una conversación ya hemos decidido a quién vamos a dar la razón, quizá escuchemos menos lo que dice la otra persona, aunque sea importante. En ese caso, ajustamos nuestra “respuesta” pero no estamos realmente más atentos.

En cambio, cuando buscamos algo que sabemos que nos dará un beneficio directo -como encontrar la salida en un aeropuerto o ubicar un objeto en una foto-, nuestro cerebro sí activa todo el arsenal de recursos atencionales para procesar mejor la información visual.

La investigación sugiere que diseñar entornos o tareas que activen la atención espacial real podría ser más eficaz que sólo influir en las decisiones, al menos cuando se busca mejorar la percepción y no sólo la rapidez de respuesta.

Próximos pasos y aplicaciones

Los autores proponen que futuros trabajos distingan con más precisión qué tipos de sesgo de decisión implican atención espacial y cuáles no. Esto podría ser útil en campos como la educación, el entrenamiento deportivo o incluso el diseño de interfaces para que la información clave reciba más atención real.

En neurociencia clínica, esta distinción podría ayudar a identificar problemas de atención en pacientes con trastornos neurológicos y a diseñar terapias que no se limiten a modificar respuestas, sino que realmente mejoren la capacidad de concentrarse.

En definitiva, el estudio demuestra que la promesa de una recompensa no siempre activa los mismos circuitos del cerebro. A veces afina nuestros sentidos y otras sólo nos lleva a “jugar” con nuestras decisiones. Saber cuándo ocurre cada cosa puede ser clave para entrenar, mejorar y proteger nuestra atención.

(Fuente: muyinteresante.com)

sábado, 9 de agosto de 2025

Para detenernos a pensar: escribir a mano y hacer pausas ayuda a recordar

No todas las palabras se procesan al mismo ritmo. Quizá hayamos oído que una persona puede leer entre 200 y 300 palabras por minuto, escuchar unas 150 o leer al tacto en braille incluso menos.

(Foto: Shutterstock).

Pero esa velocidad no equivale a comprensión: de hecho, más allá de las 500 palabras por minuto, la asimilación se desploma de forma drástica. Y lo que se absorbe, ¿realmente se conserva? No necesariamente. Devorar palabras con avidez no es lo mismo que nutrirse de su esencia.

Distintas memorias en una

Para que las palabras cobren sentido y se transformen en ideas o conceptos duraderos, deben primero atravesar el espacio frágil y efímero de la memoria operativa -también llamada memoria a corto plazo-, encargada de mantener activa la información mientras el cerebro la procesa. Pero no basta.

Para que lo retenido se estabilice, la información necesita almacenarse en un tipo de memoria semántica, afectiva, espacial o temporal. Recordar unas vacaciones implica una memoria episódica, teñida de emoción y lugar; en cambio, saber que la capital de Italia es Roma remite a una memoria semántica, desprovista de contexto personal.

¿A mano o a golpe de tecla?

Cuesta encontrar, hoy por hoy, un espacio donde el teclado no haya desplazado a la tinta o al grafito casi por completo. Sin embargo, conviene recordar que la escritura a mano sigue siendo una herramienta poderosa para el desarrollo cognitivo: escribir manualmente activa una red más amplia de regiones cerebrales -motoras, sensoriales, afectivas y cognitivas- que la mecanografía. Esta última, más eficiente en velocidad, exige menos recursos neuronales y favorece una participación pasiva de la memoria operativa.

Frente a ello, el uso de la memoria operativa de forma activa (mediante herramientas analógicas) resulta más beneficioso tanto en el aula como en contextos clínicos relacionados con el deterioro cognitivo.

Las pausas son sagradas

El ritmo y la pausa son también determinantes en este tránsito de la memoria operativa a la memoria a largo plazo. Las pausas activas -momentos breves en los que interrumpimos el estudio para estirarnos, caminar o contemplar algo sin propósito inmediato- permiten al cerebro reorganizar lo aprendido y consolidarlo con mayor solidez.

Sin embargo, hoy, esas pausas suelen combinarse con actividades que implican el uso de pantallas: móviles, televisión, tabletas. Si pudiéramos hacer un símil con el ejercicio físico, podríamos imaginarnos en un gimnasio donde corremos a 10 km/h en las pausas entre series. Algo muy parecido ocurre cuando usamos los descansos para consumir vídeos rápidos, leer titulares o desplazarnos sin rumbo en redes sociales: la mente no descansa, no consolida, y la atención se fragmenta.

Trabajo durante el sueño

La neurociencia subraya también el papel crucial del sueño en la consolidación de la memoria. Durante el sueño de ondas lentas, el cerebro entra en un estado de sincronización neuronal caracterizado por la predominancia de ondas delta (0,5–4 Hz), las cuales favorecen la reactivación de trazas mnésicas, huellas que quedan en la mente después de una experiencia, y que sirven como base para la memoria y la posibilidad de recuerdo.

Estas oscilaciones lentas crean un entorno de baja interferencia sensorial que facilita el diálogo entre el hipocampo y la neocorteza. En particular, se ha observado que las ondas theta (4–8 Hz), más frecuentes durante la fase R.E.M. (Rapid Eye Movement) y también presentes en fases N.R.E.M. (Non-Rapid Eye Movement) ligeras, median esta transferencia. En concreto, permiten el paso de recuerdos desde su almacenamiento temporal en el hipocampo hacia regiones corticales de almacenamiento a largo plazo.
 
Sueño de ondas lentas en una electroencefalografía (Foto: Wikimedia Commons).

Asimismo, los husos del sueño -breves patrones de actividad cerebral que ocurren durante el sueño ligero, generadas principalmente por el tálamo- se asocian con el refuerzo de conexiones neuronales relevantes.

Diversos estudios con polisomnografía y neuroimagen han mostrado correlaciones entre la densidad de estos husos y el rendimiento en tareas de memoria episódica. Se ha propuesto que estas oscilaciones actúan como una especie de “marcador de relevancia” que selecciona qué información merece ser consolidada.

Así, mientras dormimos, el cerebro ejecuta de manera automática un proceso de reorganización y refuerzo de la memoria. Prioriza lo significativo y depura lo irrelevante. No es casual que, al despertar, una melodía o una frase aparentemente trivial retornen a la conciencia sin esfuerzo: son el eco de ese meticuloso trabajo nocturno en el que se escribe la memoria.

Retomar buenas costumbres

Comprender cómo aprendemos nos revela también cómo deberíamos vivir. No se trata sólo de reducir el uso de pantallas, sino de recuperar un ritmo más humano. Escribir a mano ayuda a activar las redes neuronales en profundidad; pensemos, por ejemplo, en los apuntes de una clase y en cómo, al releerlos, las ideas resurgen con más claridad.

Por otro lado, es recomendable retomar la costumbre de hacer pausas verdaderas, lejos de dispositivos: observar el vuelo de un pájaro, sentir la respiración, estirar el cuerpo. También es útil reforzar lo aprendido mediante breves ejercicios de recuperación activa: por ejemplo, explicar en voz alta un fragmento leído hace una hora.

Además, no debemos subestimar el papel del sueño profundo: es allí donde la memoria madura y fija lo aprendido. Sólo cuando le concedemos el tiempo necesario para descansar y procesar, el conocimiento arraiga de verdad. Así, las palabras que leemos hoy podrán convertirse en recuerdos vivos, capaces de acompañarnos más allá de los siguientes cinco minutos, quizás toda la vida.

(Fuente; The Conversation)

viernes, 18 de julio de 2025

El cerebelo, una joya oculta debajo y detrás del cerebro: el nexo entre el arte y la ciencia

Oculto en la base del cráneo, el cerebelo es una estructura que sólo abarca alrededor del 10 % del volumen total del cerebro, pero que alberga más del 50 % de todas las neuronas del sistema nervioso central. 

Representación del cerebelo en relación al cerebro humano (Foto: Life Science / Shutterstock).

Esa extraordinaria densidad neuronal delata su importancia funcional, que va más allá de regular los movimientos y mantener el equilibrio, el papel que se le ha atribuido tradicionalmente.

Conocido como el “pequeño cerebro”, el cerebelo está situado en la parte posterior e inferior del encéfalo, justo debajo de los hemisferios cerebrales y detrás del tronco encefálico. Hasta hace no mucho se consideraba que su único rol era el de afinar la motricidad: integra señales de los músculos, las articulaciones y el oído interno para ajustar en tiempo real la fuerza, la amplitud y el ritmo de cada gesto.

Así, cuando estiramos el brazo para tocar un objeto, el cerebelo predice la trayectoria óptima y corrige cualquier desviación, evitando esos movimientos erráticos que veríamos en alguien con lesión cerebelosa. De hecho, enfermedades que afectan a esta estructura, como la ataxia cerebelar, se caracterizan por una marcha inestable o temblor, que son síntomas de la incapacidad para regular los movimientos finos.

Situación del cerebelo (Foto: Wikimedia Commons).

Más allá de los movimientos

Sin embargo, en las dos últimas décadas se ha revelado que el cerebelo no es un mero regulador mecánico, sino también un modulador de procesos mentales más complejos.

Así, el síndrome cognitivo-afectivo cerebeloso (CCAS), descrito por primera vez en 1998, combina alteraciones motoras con dificultades en planificación, lenguaje, memoria de trabajo y control de las emociones. Se piensa que la uniformidad de la microarquitectura cerebelosa -la que calcula los ajustes de movimiento- se emplea también para generar “modelos internos” que anticipan y afinan la dinámica de pensamientos y estados de ánimo.

Existen más ejemplos de la implicación del cerebelo en otras enfermedades, como el alzhéimer. Esta dolencia neurodegenerativa se caracteriza por la acumulación anormal de la proteína β-amiloide y genera el adelgazamiento de una capa de neuronas llamada capa granular, clave para procesar la información que llega al cerebelo. A la postre, esos cambios pueden afectar la coordinación de la mente y el cuerpo. 

En el caso del autismo, se ha observado que las alteraciones en unas neuronas llamadas células de Purkinje y en las conexiones cerebelo-corticales están detrás de las dificultades para interpretar gestos, sonidos o tonos de voz, influyendo en la comunicación y la socialización.

Y en la esquizofrenia, la descoordinación entre el cerebelo y la corteza frontal puede traducirse en pensamientos desorganizados o problemas para regular las emociones, pues el cerebelo ya no “afina” tales procesos internos con la misma precisión. Por lo tanto, cuidarlo es clave no sólo para movernos bien, sino para pensar con claridad y sentirnos en equilibrio.

Dibujo de Leonardo Da Vinci de lo que se cree el método para rellenar de cera el cráneo de un buey para estudiar su anatomía y funciones (Foto: Royal Collection of the United Kingdom). 

De Leonardo a Ramón y Cajal

Pero mucho antes de estos hallazgos, el cerebelo ya había sido objeto de interés científico e inspiración artística para dos de las mentes más brillantes de todos los tiempos.

El primero de los protagonistas, Leonardo Da Vinci (1452–1519), fue el prototipo del científico renacentista, hombre modelo de la tercera cultura que no distinguía entre arte y ciencia. En la búsqueda de la relación entre el microcosmos y el macrocosmos, muy temprano reconoció el papel clave del sentido de la visión y de la capacidad de integración del cerebro.

En sus estudios anatómicos se interesó por los ventrículos cerebrales y desarrolló un método para inyectar cera caliente en cráneos de buey, obteniendo moldes exactos del sistema ventricular. Aunque se atribuye al genio florentino el nombre “cerebelo” (del latín cerebellum, que significa “pequeño cerebro”, en referencia a su similitud estructural con el cerebro), esta afirmación no ha podido ser comprobada.

Lo que sí se sabe es que despertó su interés, pues en sus dibujos sitúa el vermis cerebeloso (la parte central del cerebelo) como una “válvula” que regula el paso entre el sentido común y la memoria. Esa fusión de visión neoplatónica -buscar el asiento del alma- con rigor anatómico le permitió romper con la tradición medieval y sentar las bases de la anatomía funcional.

Siglos después, Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), el padre de la neurociencia moderna, llevó el arte anatómico al nivel celular. A través de una rigurosa observación y el perfeccionamiento de las técnicas de tinción -en especial la mejora del método de impregnación con nitrato de plata desarrollado por Camillo Golgi-, Cajal logró visualizar con claridad la estructura íntima del sistema nervioso.

Su mirada se posó con particular atención sobre el cerebelo, donde descubrió y dibujó con meticulosa precisión las complejas arborizaciones de las antes citadas células de Purkinje, unas de las más notables por su tamaño y ramificación dendrítica. Además de revelar la individualidad de las neuronas, su trabajo sentó las bases del principio de la “doctrina de la neurona”, desafiando la idea dominante de una red nerviosa continua.

Dibujo de células de Purkinje (A) y células granulosas (B) del cerebelo de una paloma, por Santiago Ramón y Cajal (Foto: Instituto Cajal / Wikimedia Commons).

Estas observaciones, capturadas en decenas de dibujos que combinan rigor científico con un sorprendente valor artístico, permitieron entender al cerebelo no como un órgano aislado, sino como una estructura clave en la coordinación motora y el procesamiento sensorial.

(Fuente: The Conversation / redacción propia)

lunes, 14 de julio de 2025

Los animales que usan plantas para curarse nos inspiran para descubrir nuevos fármacos

Los productos naturales, principalmente las especies vegetales, han jugado un papel clave en la medicina tradicional de diversas regiones a nivel global, desde tiempos remotos.

Los chimpancés ingieren ciertas plantas para combatir infecciones o problemas intestinales (Foto: Oliver Gorgis / Shutterstock).

Por ejemplo, ya en torno al año 65 d.C., el médico, botánico y farmacólogo griego Dioscórides describió en su obra De Materia Medica unas 600 plantas medicinales. Muchas de ellas se continúan empleando hoy en día.

Desde principios del siglo XIX comenzaron a aislarse e identificarse numerosos compuestos químicos con una gran diversidad y complejidad estructural. Estos procedían, precisamente, de esas plantas conocidas desde la Antigüedad. Más tarde, a partir de finales del siglo XX, surgió el interés por otras fuentes, como los productos de origen marino.

En la actualidad, uno de los principales y mayores desafíos sanitarios a los que nos enfrentamos es la resistencia a múltiples fármacos, no sólo a antiinfecciosos como los antibióticos, sino también antitumorales. Este problema afecta tanto a los seres humanos como a los animales y las plantas.

Por tanto, es necesario invertir en el desarrollo de nuevos tratamientos que hagan frente a las patologías en las que aparecen resistencias y a otras enfermedades para las que actualmente no existe cura.

Esta situación ha dado lugar a que se hayan vuelto a revisitar fuentes tradicionales de descubrimiento de fármacos, como son las plantas, bajo un nuevo enfoque. Y aquí el estudio de la conducta animal puede jugar un papel importante.

Página de "De Materia Medica", de Dioscórides (Foto: Wikimedia).

Los animales también se automedican

La llamada zoofarmacognosia es la ciencia que investiga el uso de diversas sustancias por parte de los animales con fines tanto preventivos como curativos. Es considerada una disciplina científica desde 1987, aunque existen datos sobre este tipo de estudios también desde la Antigua Grecia.

Entre las sustancias utilizadas por los animales con esos fines, las más empleadas -y de las que más información existe- son las plantas.

En los últimos 10 años, la zoofarmacognosia ha suscitado un renovado interés. Por ejemplo, han comenzado a publicarse diversos trabajos que conectan este tipo de conductas animales con la fitoquímica, la ciencia que estudia los compuestos químicos de las plantas.

En el mundo vegetal, las principales líneas de defensa pueden ser físicas (por ejemplo, espinas) y químicas. Dentro de estas últimas, las plantas son capaces de producir una amplia variedad de metabolitos secundarios para cumplir distintas funciones no esenciales: defensivas (frente a depredadores), adaptativas y comunicativas con su entorno. Ejemplo de ello son compuestos como los terpenos, las saponinas y los taninos.

El caso de los chimpancés

Diversos estudios han revelado ejemplos de automedicación en distintas especies de mamíferos rumiantes, simios y elefantes, entre otros.

Las investigaciones más relevantes y numerosas hasta la fecha son las que han constatado este tipo de conductas en los primates. Uno de los casos más conocidos es el de los chimpancés, que mastican hojas de la planta Vernonia amygdalina (vernonia amarga, por su nombre vulgar) cuando sufren distintos tipos de infecciones. 

También se ha observado que estos simios ingieren hojas y cortezas de raíces de Albizia grandibracteata y de hojas de Rubia cordifolia cuando presentan problemas intestinales relacionados con parásitos.

Vernonia amygdalina (Foto: Wikimedia).

Pero ¿por qué usan esas plantas? ¿Funcionan? ¿Cómo lo hacen? La fitoquímica intenta racionalizar y dar explicación a estas cuestiones. Su método de trabajo se basa en extraer, fraccionar, aislar y caracterizar los metabolitos secundarios presentes en los extractos de las especies consumidas por estos animales.

Tras realizar ensayos de bioactividad con los extractos, fracciones y compuestos aislados, se consigue relacionar los comportamientos observados en animales (de prevención y tratamiento) con las actividades que han sido probadas en los ensayos.

Así, se ha podido constatar que la especie V. amygdalina es rica en lactonas sesquiterpénicas, que tienen propiedades antibióticas y antitumorales, que A. grandibracteata contiene las mencionadas saponinas, efectivas contra parásitos gusanos (helmintos); y que R. cordifolia es abundante en diversos compuestos, como los también ya mencionados terpenos y naftoquinonas, que han mostrado actividad antiparasitaria, antiinflamatoria y antitumoral.

Otros trabajos han recogido el aumento del consumo de plantas ricas en taninos en corderos parasitados. Adicionalmente, estos comportamientos de automedicación no sólo se ha detectado en especies vertebradas, sino también en insectos.

Una ventana al desarrollo de nuevos fármacos

Otro aspecto relevante es que los animales emplean las mismas especies y géneros de plantas que las comunidades humanas rurales presentes en su área geográfica, como reflejan las farmacopeas tradicionales.

Si a este dato añadimos los ejemplos de zoofarmacognosia recopilados, cuyos usos han comenzado a racionalizarse científicamente mediante la fitoquímica, cabe afirmar que nos hallamos ante una línea de investigación prometedora para desarrollar nuevos fármacos. Además, muchos de estos ejemplos se han obtenido de grandes simios, filogenéticamente muy relacionados con el ser humano.

Por todo ello, es necesario realizar un esfuerzo multidisciplinario para identificar plantas empleadas por los animales que tengan propiedades bioactivas, sin olvidar la búsqueda de otras especies vegetales dentro del mismo género eficaces frente a infecciones y cánceres resistentes. El mundo vegetal es una farmacia al alcance del ser humano, y otros animales pueden ayudarnos a explorarla.

(Fuente: The Conversation)

miércoles, 25 de junio de 2025

De una "idea loca" a salvar miles de vidas: la odisea de Mary-Claire King y el cáncer de mama

Estamos en tiempos de creciente preocupación por el cáncer de mama, cuyas cifras no dejan de aumentar. Por poner un poco de contexto, en Europa su incidencia ha ascendido notablemente, pasando de una tasa de 106,5 casos por cada 100.000 mujeres en 2002 a 126 en 2020, con cerca de 34.750 diagnósticos sólo en 2022. 

Mary-Claire King (Foto: Fundación Princesa de Asturias).

Por suerte, este sombrío panorama se ve matizado por una mejora en la supervivencia, en gran parte gracias a los programas de cribado y, por tanto, a la detección temprana. Y es precisamente en este punto donde destaca la figura de Mary-Claire King, que acaba de ser galardonada con el Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica 2025.

Su descubrimiento en 1990 del gen BRCA1 y su vinculación con el cáncer de mama y de ovario hereditarios, revolucionó por completo la comprensión de la enfermedad, abriendo la puerta a la identificación de mujeres con alto riesgo y al desarrollo de tratamientos dirigidos que han salvado innumerables vidas.

Rompiendo moldes desde la tesis doctoral

Pero para Mary-Claire, como suele ocurrir a quienes ponen en cuestión el dogma, no fue todo un camino de rosas. Ya durante su período de tesis doctoral, esta brillante genetista desafió las teorías vigentes al descubrir que los humanos y los chimpancés compartimos el 99 % del genoma. Aquí fueron fundamentales los buenos consejos de su director de tesis, Allan Wilson, quien le recomendó aprovechar su formación universitaria en matemáticas, aplicándola al campo de la genética.

Sus esfuerzos desembocaron en la publicación de un artículo, ahora ya histórico, en la revista Science. Este descubrimiento causó mucha polémica por asestar un fuerte golpe a los fundamentos argumentativos del creacionismo.

La ciencia del cáncer en los años 70

Pues bien, el siguiente reto científico en el que se embarcó no fue menos ambicioso y polémico: demostrar que el cáncer puede ser hereditario.

Para entender la relevancia del descubrimiento, nos puede ser útil saber en qué estado se encontraban los estudios sobre el cáncer cuando ella emprendió su investigación, allá por 1974. Tras décadas de irrelevancia y falta de financiación para un tema tan crucial, en 1971 fue firmada por el presidente estadounidense Richard Nixon la Ley Nacional del Cáncer (o National Cancer Act, en inglés) que facilitaba la financiación directa de proyectos de investigación relacionados con el cáncer. Esto fue una muy buena noticia, sin duda. 

Pero las buenas noticias a menudo son acompañadas por otras malas. En este caso, la mala noticia fue que el campo estaba dominado por distintas “familias” de investigadores que mantenían sus dogmas contra viento y marea. Como nos cuenta Siddhartha Mukherjee en su imprescindible libro "El emperador de todos los males: una biografía del cáncer", uno de estos dogmas era que el cáncer, a diferencia de las enfermedades infecciosas, no podía deberse a una única causa, sino a un fallo sistémico de un órgano, o del organismo completo.

Aunque se habían publicado observaciones epidemiológicas apuntando a un componente hereditario en ciertos tipos de cáncer, no era la teoría vigente entre quienes manejaban la asignación de fondos para investigación y la publicación de artículos en oncología. Esto posicionaba en muy mal lugar de partida a quienes postulaban que el cáncer podía ser hereditario, y en mucho peor a quienes se atrevían a sugerir que podía ser promovido por un solo gen.

Una nueva cruzada quijotesca

Y es en este punto donde comienza su andanza la heroína de nuestra historia, influida por la pérdida a los 15 años de su mejor amiga debido a un cáncer. Dado el contexto histórico, no es de extrañar que le costara 17 años convencer al resto de los científicos de que, efectivamente, el cáncer puede ser hereditario y, además, el culpable puede ser un solo gen.

Y ¿cómo lo hizo? En primer lugar, de nuevo echó mano de su formación universitaria como matemática para desarrollar un modelo matemático. Así, partiendo de historias médicas de 1.500 familias en las que se observaba alta incidencia de cáncer de mama, predijo la existencia de un gen de susceptibilidad a esta patología. 

Antiguo póster en favor de la detección temprana del cáncer (Foto: Librería del Congreso de EE. UU).

Y aquí comenzó su larga búsqueda, no exenta de dificultades, a menudo provocadas por sus propios colegas. Aparte de los sesgos que sufrían en aquellos años las mujeres que se dedicaban a la investigación científica, los oncólogos la consideraban una intrusa en el campo por su formación matemática y genética.

Pero, a pesar de la falta de financiación y el escepticismo general, Mary-Claire desafió todas las expectativas, consiguiendo mapear la región genómica del cromosoma en la que residía la susceptibilidad. Y, justo en esa zona, cuatro años más tarde, se clonaría el gen BRCA1, primero en ser asociado directamente con un cáncer hereditario. 

La genética al servicio de la sociedad

Mary-Claire King es un ejemplo de científica comprometida con la sociedad. Tras salvar innumerables vidas al sentar las bases de la predicción genética del cáncer, se embarcó en diferentes causas de impacto social.

Entre ellas, destaca su colaboración con las Abuelas de Plaza de Mayo en nuestro país, para localizar a sus nietos nacidos en el cautiverio o secuestrados junto a sus padres durante la dictadura militar entre 1976 y 1983. Para ello, colaboró en el diseño del llamado índice de abuelidad. Basado en el ADN mitocondrial, no solo ayudó en esa búsqueda, sino que con el tiempo se convirtió en una técnica muy útil a la hora de localizar a personas desaparecidas.

No es de extrañar que esta científica haya recibido tantos premios y reconocimientos. Su figura no sólo es un ejemplo de clarividencia, perseverancia y generosidad: también es un nuevo exponente de las dificultades a las que se enfrenta quien desafía el dogma en ciencia.

Sería deseable que algo hubiera cambiado desde que, en 1948, el físico Max Planck afirmó que "la ciencia avanza de funeral en funeral". Pero vemos que, por el momento, su visionaria frase sigue vigente.

(Fuente: The Conversation / redacción propia)

martes, 24 de junio de 2025

La cámara fotográfica más potente de la Tierra ya tomó sus primeras imágenes y en pocos días podremos verlas

Con 3.200 megapíxeles de definición, su descomunal capacidad óptica permitirá revelar detalles del universo que, hasta hace poco, eran inaccesibles.

La cámara LSSTCam, instalada en el Observatorio Vera C. Rubin, en Chile (Foto: SLAC).

La expectación rodea al Observatorio Vera C. Rubin. El 23 de junio, la comunidad científica y el público podrán apreciar por primera vez las imágenes captadas por su "arma secreta", la cámara digital más potente jamás construida.

Ubicado sobre el Cerro Pachón en el norte de Chile, después de más de 20 años de preparación, el observatorio promete aportar un volumen y una calidad de datos sin precedentes para responder algunos de los mayores enigmas cósmicos. Su cámara, la LSSTCam, con una capacidad de tomar imágenes de 3.200 megapíxeles, mantiene a los astrónomos con altas expectativas.

Transmisión en vivo

Las primeras imágenes fueron reveladas el lunes 23 de junio de 2025 a las 15:00 UTC, en el Fred Kavli Auditorium de la Fundación Nacional de Ciencias (NSF, por sus siglas en inglés), en Virginia, Estados Unidos. Al canal de YouTube del Observatorio, por el que se podrá acceder a la transmisión, se accede haciendo click aquí.

La cámara que redefinirá la astrofotografía

Diseñada en el marco de un proyecto conjunto entre la NSF y el Departamento de Energía de Estados Unidos, la LSSTCam del Rubin asombra por sus cifras. Su plano focal supera los 60 centímetros de ancho y contiene 3.200 megapíxeles distribuidos en una matriz de sensores mantenidos en vacío a temperaturas de -100°C. Cada sensor, del tamaño de una moneda, adopta una agrupación en módulos -denominados "rafts"- que superan los 144 megapíxeles cada uno.

La sofisticación no reside sólo en el tamaño: la cámara puede captar una sección del cielo de 3,5 grados, por lo que cubre en cada toma una extensión mayor a seis lunas llenas. El sistema realiza una imagen en quince segundos y la descarga tarda apenas dos segundos; en total, la cámara mapea el cielo austral visible desde Chile cada tres noches.

De acuerdo con Andrés Alejandro Plazas Malagón, miembro del equipo científico del Rubin, el volumen de datos superará al de cualquier relevamiento galáctico anterior. En palabras del director de construcción, Željko Ivezić, el objetivo es ensamblar "la película más grande de todos los tiempos y el mapa más informativo jamás generado del cielo nocturno".

El Observatorio Vera C. Rubin se ubica a más de 2.600 metros sobre el nivel del mar (Foto: Rubin Observatory / NSF / AURA / B. Quint).

El primer rostro captado por el instrumental -el de la propia Vera Rubin, pionera en la medición de la materia oscura- implicó crear la mayor imagen obtenida en una sola exposición, suficiente para llenar casi 400 pantallas 4K.

El universo oscuro bajo la lupa

El potencial de Rubin va mucho más allá de lo visual. Mientras explora el cielo repetidas veces durante una década, su búsqueda apunta a aclarar el comportamiento de la energía oscura y la materia oscura, componentes invisibles que aún dominan el inventario cósmico. La primera impulsa la expansión acelerada del universo, y la otra construye el andamiaje invisible sobre el que se ordenan las galaxias.

La sensibilidad y el muestreo de la LSSTCam permitirán seguir el rastro de miles de millones de galaxias y analizar fenómenos como lentes gravitacionales, estructuras de materia oscura y comportamientos que desafían el modelo estándar de la cosmología. Se podrán cartografiar halos oscuros que envuelven galaxias enanas e identificar estrellas huérfanas flotando entre galaxias, así como “estrellas fallidas” llamadas enanas marrones. Se estima que las observaciones permitirán multiplicar por 20 el número conocido de estos objetos en la Vía Láctea.

El telescopio también aportará información sobre estrellas en distintas etapas, posibles planetas aún desconocidos en los confines del sistema solar, fuentes de ondas gravitacionales y cometas o asteroides que podrían significar riesgos para la Tierra.

(Fuente: Infobae / redacción propia)

lunes, 23 de junio de 2025

Científicos argentinos investigan los procesos cerebrales detrás del "sarcasmo", esa curiosa forma de decir algo invocando a lo contrario

El trabajo, publicado en la prestigiosa revista Brain Topography, contribuye a comprender mejor cómo se integra lo lingüístico y lo social en la interpretación de mensajes.

(Foto: Freepik).

La vida cotidiana está llena de estímulos e intercambios con otras personas. Somos seres sociales en un contexto de situaciones. Imaginemos esto: un hombre viaja incómodo en un colectivo lleno de gente. De golpe, el vehículo frena y alguien comenta en voz alta: “¡Qué bien se viaja!”. Nadie interpreta que lo diga en serio. Quienes lo escuchan entienden la queja.

Lo que ocurre implica el procesamiento de información proveniente de múltiples canales. La interpretación se produce en un intervalo brevísimo de tiempo. Se trata del uso de sarcasmo, un tipo de lenguaje indirecto muy frecuente en la comunicación cotidiana. Decodificarlo implica procesos mentales y cerebrales complejos que para la especie humana se producen de manera natural e instantánea, salvo que algo no esté funcionando.

La habilidad de “leer entre líneas” fue el eje de un estudio reciente llevado adelante por investigadores de la Unidad Ejecutora de Estudios en Neurociencias y Sistemas Complejos (ENyS - Conicet - Hospital El Cruce - Universidad Nacional Arturo Jauretche), la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, y la Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral. El trabajo, publicado en la revista Brain Topography, analizó cómo se activa el cerebro de personas hispanohablantes al procesar frases sarcásticas.

Mediante la utilización de técnicas de neuroimagen y un paradigma experimental novedoso, los investigadores identificaron regiones cerebrales que trabajan en conjunto durante la comprensión del sarcasmo. A partir de combinar texto e imagen, o presentar sólo la imagen o sólo el texto, se propusieron delimitar cómo se activan diferencialmente áreas neuronales al interpretar el mismo enunciado, con dos intencionalidades enunciativas: sarcástica y literal.

El mapa cerebral del doble sentido

Según la investigación liderada por Mariana Bendersky, neuroanatomista e ilustradora, y Lucía Alba-Ferrara, científica especializada en neurociencias cognitivas, las áreas del cerebro implicadas incluyen: la corteza prefrontal medial, clave para entender las intenciones del otro, la unión temporoparietal, especializada en representar estados mentales ajeno, la ínsula izquierda y la amígdala, implicadas en evaluar emociones y empatía, y áreas del lenguaje como la corteza temporal superior y la circunvolución frontal inferior, necesarias para interpretar el significado en contexto.

Zonas cerebrales activadas para procesar una frase sarcástica, según el mencionado estudio (Foto: UBA).

Estos hallazgos refuerzan la idea de que el sarcasmo no es sólo cuestión de palabras, sino de una integración compleja entre redes neuronales que involucran habilidades sociales, emocionales y lingüísticas, y que se activan en simultáneo para poder interpretar el mensaje de manera adecuada.

Más que palabras

Comprender el sarcasmo implica varias habilidades. No depende sólo del procesamiento lingüístico, sino que requiere la capacidad de inferir los pensamientos, intenciones y emociones de otra persona. Primero, debemos darnos cuenta de que la persona no piensa lo que dice en términos literales. Segundo, debemos interpretar que quiere que entendamos otra cosa, generalmente lo contrario a lo dicho. Esta capacidad de “interpretar lo que piensa el otro” se conoce como teoría de la mente o mentalización.

Interpretar intenciones es una tarea compleja, pero eso no es todo. También necesitamos claves contextuales (como viajar incómodo en un transporte público o cualquier situación similar) y paralingüísticas (el tono de voz, la expresión facial) para interpretar correctamente el mensaje. El sarcasmo, entonces, es una forma sofisticada de lenguaje que combina lo social, lo emocional y lo lingüístico. Y por eso se lo considera el subtipo de lenguaje pragmático más relacionado con la teoría de la mente.

Un estudio pionero en idioma español

Hasta ahora, los estudios con resonancia magnética funcional sobre procesamiento del sarcasmo no habían utilizado tareas adaptadas al español. Muchos de ellos, además, requerían un alto esfuerzo cognitivo por parte de los participantes, lo que podía interferir en la identificación precisa de las regiones cerebrales involucradas en el sarcasmo. Por ese motivo era posible confundir las activaciones específicas con las de la red ejecutiva (encargada de funciones como planificación, atención y memoria).

Para cubrir ese vacío, el equipo diseñó un paradigma experimental en español, con estímulos más simples y precisos. Participaron 18 personas sanas, que realizaron una tarea de comprensión del sarcasmo mientras se registraba su actividad cerebral con un escáner de alta resolución. El estudio se enfocó en comparar la actividad neuronal ante frases sarcásticas versus literales, con y sin apoyo visual.

Nicolás Vassolo, licenciado en psicología por la Universidad Austral y primer autor del artículo, se ocupó de la validación de la tarea a nivel conductual. “Antes de llevar la tarea al resonador, nos aseguramos de que los estímulos (las viñetas tipo historieta que utilizamos en el protocolo) fueran comprensibles y realmente midieran lo que se proponen medir”, explica. De esta manera, el equipo se aseguró que las imágenes estuvieran captando sarcasmo, y no otra cosa.

“¿Por qué? Porque lo que quiero ver es cómo se activa el cerebro al interpretar sarcasmo, no cómo responde ante confusión, ambigüedad o malentendidos. El proceso de validación responde justamente a eso: ¿estamos midiendo el sarcasmo realmente?”, enfatiza.

El valor de estudiar lo cotidiano

Comprender las claves de la interpretación del lenguaje indirecto tiene múltiples aplicaciones. Los hallazgos de este tipo de estudios contribuyen a mejorar la programación de herramientas de inteligencia artificial, por ejemplo.

“Con algoritmos multimodales para el procesamiento del lenguaje natural, las máquinas podrían integrar múltiples fuentes de información, como el tono de voz, la expresión facial o el contexto conversacional, y así desarrollar una forma rudimentaria de modelar estados mentales”, comenta la ya mencionada Alba-Ferrara.

También permiten explorar nuevas vías para detectar y tratar condiciones neurológicas. “Las áreas del sarcasmo o del lenguaje figurativo son accesorias. Las utilizamos cotidianamente, pero ante una lesión neurológica podrían reclutarse para compensar funciones dañadas”, expresa por su parte Bendersky. Y agrega: “En enfermedades como el trastorno del espectro autista, esta capacidad de entender el sarcasmo se pierde. Esto también sucede en algunas epilepsias”.

Detrás de un comentario sarcástico en el transporte colectivo, existe todo un sistema que se activa en fracciones mínimas de segundo. Así funciona el cerebro computacionalmente al interpretar el contexto, captar el tono, leer la intención y, finalmente, entender que lo que se dijo no era literal.

(Fuente: Agencia de Noticias Científicas / redacción propia)