¿Realmente existe una mirada científica opuesta a una visión artística del mundo? Si repasamos las historias tanto del arte como de la ciencia, encontraremos una respuesta rotunda.
Versión coloreada de la lámina "Universum", de Camille Flammarion (1842-1925), en L'atmosphère : météorologie populaire, Hachette, Paris, 1888 (Foto: Shutterstock).
Hace décadas que el historiador británico Martin Kemp ha analizado esta cuestión a través de sus estudios sobre la figura de Leonardo da Vinci, que encarna la fusión originaria de ciencia, naturaleza y arte. Sus estudios científicos no sólo documentaron el cuerpo humano y la naturaleza con precisión, sino que generaron nuevas perspectivas estéticas en la pintura y la escultura.
Un vínculo muy estrecho
Más tarde, en el Barroco, el entendimiento de la perspectiva y el desarrollo de la óptica matemática permitió a artistas como Caravaggio (1571-1610) o Diego Velázquez (1599-1660) crear efectos dramáticos de luz y espacio.
Los avances científicos del siglo XIX marcaron profundamente obras como "Frankenstein" (1816), de Mary Shelley, donde la idea de dar vida a un ser humano a través de la electricidad se basaba en los experimentos de Luigi Galvani (1737-1798).
La observación de formas orgánicas a través del microscopio abrió a algunos artistas, como Joan Miró (1893-1983) o Vasili Kandinsky (1866-1944), una increíble ventana a un universo de formas. Como muestra el documental "Proteus", científicos como Ernst Haeckel (1834-1919) popularizarían litografías detalladas de organismos , que influirían en el Art Nouveau, el surrealismo y otros movimientos.
Ascidiacea o ascidias, recogidas en el libro "Kunstformen der Natur" (1904), de Ernst Haeckel (Foto: Wikimedia).
Astrónomos que bebieron del arte
Grandes artistas se inspiraron en el conocimiento científico, pero las ramas de la ciencia que tienen mucho que agradecer a las artes no se quedan atrás. Galileo Galilei (1564-1642) no sólo observaba los cielos con su telescopio: fue capaz de mostrar con detalle todas las fases de la luna en unas excepcionales acuarelas. Sin ellas, hubiera sido imposible transmitir su conocimiento.
De la misma manera, Maria Clara Eimmart (1676-1707), dibujante y astrónoma, nos dejó una importante colección de láminas que nos maravillan por su intersección entre arte y astronomía
Bocetos de las fases lunares de Galileo Galilei (Foto: Wikimedia).
Viaje al interior del cuerpo
A través del lenguaje artístico, también Andrés Vesalio (1514-1564) abrió nuestra visión hacia el interior de esta máquina que es nuestro cuerpo. Su obra "De humani corporis fabrica" (1543), nos permitió descubrir la anatomía con todo detalle gracias a sus elaborados dibujos.
Siglos después, Santiago Ramón y Cajal (1852-1934) nos mostró por primera vez las neuronas, hasta entonces invisibles para el ojo humano. Con sus dotes para la ciencia y el dibujo, nos enseñó la belleza de las conexiones neuronales.
"De humani corporis fabrica" (1543) contiene muchos dibujos extremadamente detallados de disecciones humanas, algunos de ellos en posturas alegóricas (Foto: Wikimedia).
Mundos lejanos sobre el papel
Además, la exploración de otros mundos y la ciencia de la navegación no hubieran sido posibles sin otra de las grandes artes visuales: la cartografía, que ha dado lugar a lo largo de los siglos a bellas ilustraciones de la Tierra.
Del esplendor de las profundidades del océano se ocupó Marie Tharp (1920-2006), quien creó el primer mapa científico en relieve del fondo del océano Atlántico. Producciones como estas nos demostraron que la naturaleza, además de formar un espacio vital para el desarrollo del conocimiento científico, es una fuente infinita de belleza.
Mapa panorámico de los fondos oceánicos del mundo basado en los apuntes científicos de Marie Tharp y Bruce Heezen, dibujado por Heinrich C. Berann (1977) (Foto: Wikimedia).
Con el desarrollo de las ciencias naturales, también las plantas, flores y animales de las regiones más lejanas llegarán a los gabinetes para poder ser estudiadas en forma de dibujos. Es imposible no maravillarse con las láminas de naturalistas como la científica y exploradora Maria Sibylla Merian (1647-1717), que ilustró, por primera vez, la metamorfosis de los insectos de la forma más bella y detallada.
"Metamorphosis insectorum Surinamensium", lámina de Maria Sibylla Merian (1647-1717) (Foto: Wikimedia Commons).
La tecnocracia o estancar el saber
A pesar de las evidencias, el imparable camino hacia la hiperespecialización académica, cada vez más arraigada, hace resurgir el debate sobre artes o ciencias una y otra vez. Recientemente, el artículo “Art and Science. A Relationship that Permeates the Construction of Human Knowledge About the World” (Arte y ciencia. Una relación que permea la construcción del conocimiento humano en el mundo, 2024) defendía que la educación artística no sólo beneficia al conocimiento de la ciencia en sus aspectos técnicos, sino que también es un factor necesario para comprender su dimensión filosófica y conceptual. La cuestión no es nueva.
En una famosa conferencia, luego publicada con el título "The Two Cultures and the Scientific Revolution" (Las dos culturas y la revolución científica, 1959), el físico y novelista inglés Charles Percy Snow definió la separación entre artes y ciencias como “las dos culturas”, argumentando que esta ruptura de comunicación entre ciencias y humanidades es una de las principales razones que explican la incapacidad que muestran las naciones para resolver los grandes problemas mundiales.
Poco después, Snow publicó una secuela titulada "The Two Cultures: A Second Look" (Las dos culturas: una segunda mirada, 1963), donde afirmaba que la falsa creencia de la separación entre ciencias y humanidades se debía a un declive de la educación y el poco interés que había entre investigadores por colaborar entre disciplinas. Y, lo más importante: denunciaba que esta distancia es empobrecedora y limitante.
Progreso en busca de sentido
En el brillante ensayo "La utilidad de lo inútil" (2013), Nuccio Ordine amplió la cuestión y criticó la errónea consideración de las humanidades como algo prescindible, defendiendo el valor del arte, la literatura y el pensamiento libre frente a una sociedad obsesionada con la tecnocracia, la utilidad inmediata y el beneficio económico.
En palabras de Ordine, “si escuchamos únicamente el mortífero canto de sirenas que nos impele a perseguir el beneficio, sólo seremos capaces de producir una colectividad enferma y sin memoria que, extraviada, acabará por perder el sentido de sí misma y de la vida”.
Como conclusión, más allá de la evidente relación entre ellas, surge una cuestión más relevante: ¿por qué artes y ciencias se necesitan? Todas las investigaciones concluyen en un punto común: cuando personas de distintas disciplinas colaboran, producen interpretaciones más profundas, diversas y sensibles de la realidad. Algo muy necesario en un momento en el que urge que la ciencia y la tecnología asimilen sus sesgos y apelen a su dimensión más ética y humana.
(Fuente: The Conversation / varios / redacción propia)