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viernes, 29 de agosto de 2025

Ferrocarril Oeste: conozcamos el recorrido inicial del primer tren de Argentina a 168 años de su inauguración

El 29 de agosto de 1857 se puso en marcha el primer viaje en tren de Argentina: un recorrido de diez kilómetros entre las estaciones Parque y La Floresta, impulsado por la locomotora a vapor "La Porteña". Al día siguiente, el tren entró en servicio público. 

(Foto: Archivo General de la Nación).

El 29 de agosto de 1857 marcó un antes y un después en la historia de Argentina: ese día se inauguró el Ferrocarril Oeste, el primer tren del país. El recorrido fue breve -apenas diez kilómetros entre la estación Parque, en el corazón de Buenos Aires, y la estación La Floresta- pero su impacto fue enorme.

Al frente del viaje estuvo La Porteña, una locomotora a vapor que había llegado desde Inglaterra junto a unos pocos vagones. Aunque alcanzaba una velocidad máxima de sólo 25 kilómetros por hora, para la época era un símbolo de progreso.

La inauguración no pasó desapercibida: una multitud se reunió para ver cómo el tren echaba a andar por primera vez. Al día siguiente comenzó a funcionar con servicio público y rápidamente se convirtió en un éxito, con miles de pasajeros que descubrieron una nueva forma de viajar.

(Foto: Archivo General de la Nación).

¿Cuánto tiempo llevó la construcción del Ferrocarril Oeste?

La elección del punto de partida no fue casual: la ciudad de Buenos Aires concentraba la mayor densidad de población del país. Allí comenzó la construcción de la primera línea ferroviaria, que unió la estación Parque -donde hoy se levanta el Teatro Colón- con la estación del pueblo La Floresta, en lo que hoy es el barrio porteño del mismo nombre.

Las obras comenzaron en 1854 y avanzaron a gran velocidad gracias a cientos de obreros y técnicos que participaron en la obra. En paralelo, se adquirió en Inglaterra el equipamiento necesario: dos locomotoras, La Porteña y La Argentina, junto a cuatro vagones de carga de 5.000 kilogramos cada uno.

El 29 de agosto de 1857, frente a una multitud entusiasta, se llevó a cabo el viaje inaugural. Al día siguiente, el servicio comenzó a funcionar de manera pública con dos frecuencias diarias en ambos sentidos.

(Foto: Archivo General de la Nación).

¿Cuántas personas viajaron en tren en 1857 gracias a La Porteña?

Al finalizar 1857, más de 56.000 personas habían viajado en tren, una cifra significativa si se tiene en cuenta que la población de Buenos Aires era de apenas 170.000 habitantes.

El ferrocarril permitió acortar distancias, facilitar el comercio y transformar la vida de los porteños, que hasta entonces dependían de transportes más lentos y limitados. La Porteña funcionó para los pasajeros hasta 1899, cuando fue reemplazada por maquinaria más moderna.

Hoy, la reliquia se encuentra en el Complejo Museográfico Provincial “Enrique Udaondo”, en la ciudad bonaerense de Luján. Y, para no olvidarla, cada 30 de agosto se celebra el Día de los Ferrocarriles Argentinos, por la fecha en que entró en servicio público.

(Fuente: billiken.lat / redacción propia)

lunes, 4 de agosto de 2025

La evolución del alfabeto desde sus formas ancestrales hasta la actualidad, simplificada en un gráfico

Tres cosas esenciales definieron y definen nuestra civilización actual: la agricultura, el sedentarismo y la escritura. Ésta última, quizás el más bello de los inventos humanos, tiene unas raíces profundas y complejas, pero bien definidas.

(Foto: captura de pantalla).

Tal vez por eso el diseñador Matt Baker ha aprovechado este vasto campo para hacer un gran trabajo de síntesis y compilación de toda la historia de los alfabetos y sistemas de escritura, que quedan bellísimamente expresados en su gráfica.

Se trata de una tabla bastante intuitiva que simplifica al máximo el devenir de los alfabetos occidentales y nos permite analizar a golpe de vista, muy rápidamente, todos esos trasvases vividos desde la escritura cuneiforme (que se representa mediante pictogramas o dibujos, aquí la proto-sinaítica) y hasta el inglés y el latín moderno.

Algunas de las cosas que nos llaman la atención son, por ejemplo, cómo las "íes" se convirtieron en "efes" o "zetas", mientras que la "zeta" griega pasó a ser una "í" o una "jota". La "cé" del latín antiguo se desdobló para ser, además de una "cé", una "gé". Al menos en los primeros casos, parece que podría ser un proceso de simplificación de escritura: menos tiempo se dedica a dibujar cada una de esas letras, más similar se hace a su forma final. Una economía del lenguaje (escrito) que terminó forjando el carácter de los alfabetos modernos.

La otra cosa que destaca por encima de todo es, por supuesto, cómo parece que muchas de las letras han invertido su forma con el pasar del tiempo, como si se escribieran espejadas. La realidad es que eso es exactamente lo que ocurrió. En los tiempos más arcaicos de la escritura, llegando hasta las primeras civilizaciones griegas, los escritores redactaban alternativamente un renglón de izquierda a derecha y el siguiente de derecha a izquierda, haciendo un recorrido de serpiente, mediante una práctica conocida como bustrofedón.

Es una técnica que, de hecho, facilita tanto la escritura como la lectura. Y para muestra va un ejemplo:

Ejemplo de bustrofedón en inglés: la segunda y cuarta líneas están escritas en "modo espejo" (Foto: Wikipedia).

Pero cuando llegó la época helénica, con sus papiros y tintas, este formato fue abandonándose en favor de la escritura lineal que conocemos a día de hoy y que seguimos empleando. Y aunque durante el período bustrófedon se escribía y se leía de forma indiferente la dirección de la letra, al escribir de izquierda a derecha, la forma más rápida y sencilla de dibujar nuestras letras actuales es bajo las formas que han adoptado finalmente.

Como también han señalado muchos apasionados de la grafología y las lenguas, estos gráficos son una forma simplificada de sistemas de escritura y raíces más complejas. En realidad, el trabajo de Baker era originalmente mucho más ambicioso -de hecho, contextualiza letras como la thorn o la wynn- y le valió un premio de Kickstarter.

Una de las láminas del diseñador Matt Baker (Foto: usefulcharts.com).

El diseñador tiene a la venta copias imprimibles en altísima resolución, y pueden comprar y descargar haciendo click aquí.

(Fuente: Xataka)

martes, 17 de junio de 2025

¿Quién fue Martín Miguel de Güemes y qué se conmemora cada 17 de junio en nuestro país?

Militar revolucionario salteño, lideró las guerras gauchas en el Norte y murió herido de bala a los 36 años.

(Foto: Wikimedia).

Su nombre completo era Martín Miguel Juan de la Mata de Güemes Montero Goyechea y la Corte. Fue un militar revolucionario salteño, que nació en el campo de la actual provincia de Salta y a los 14 años viajó a Buenos Aires para comenzar su entrenamiento militar.

Su primera batalla la libró en las invasiones inglesas de 1806 y 1807. Dos años más tarde, volvió a su provincia natal mientras en Buenos Aires comenzaba lo que sería la Revolución de Mayo de 1810.

Cuando comienza la denominada Guerra de la Independencia, Buenos Aires envía una expedición auxiliar al territorio del Alto Perú. Güemes, que era integrante del Ejército del Norte, se puso a cargo del escuadrón gaucho, el cual fue crucial para la victoria de la batalla de Suipacha, la única victoria patriota en esa expedición.
 
Tras la derrota del ejercito auxiliar de Buenos Aires en la batalla de Huaqui, llegó al norte Manuel Belgrano como comandante del Ejercito del Norte y ordenó a Güemes volver a Buenos Aires por indisciplina.
 
Luego de la derrota de la expedición de Belgrano en la batalla de Ayohuma y el posterior éxodo jujeño, es ascendido a teniente coronel y reintegrado a Ejercito del Norte, ahora comandado por José de San Martín, como jefe de las fuerzas de caballería.
 
La estrategia de esta tercera expedición fue poner a Güemes y sus guerreros gauchos en la defensa del Alto Perú, mientras el Ejercito de los Andes liberaba Chile y liberaba Lima por vía marítima.
 
Posteriormente fue el primer gobernador de la provincia de Salta, aunque le fue difícil ser reconocido como tal. Durante su gobernación, siguió librando batallas contra los restos de la tropa realista y resistió en seis oportunidades las invasiones realistas posteriores a la independencia.

Su muerte

El 6 de junio, José María Valdez ocupó la ciudad de Salta. Güemes fue herido por una bala en el combate de resistencia. Al ser hemofílico, su herida nunca cicatrizó y murió diez días después, el 17 de junio de 1821, a los 36 años de edad.

(Fuente: eldestapeweb.com / Wikimedia / redacción propia)

lunes, 12 de mayo de 2025

Doloroso hallazgo histórico: descubren cajas con material de propaganda nazi que estaban desde 1941 en dependencias de la Corte Suprema Argentina

Fueron encontradas en un subsuelo del Palacio de Tribunales durante una mudanza del archivo del máximo tribunal. Investigarán si contienen información crucial para esclarecer sucesos vinculados con el Holocausto. También podrían servir para echar luz sobre la ruta del dinero nazi en el mundo.

(Foto: Museo del Holocausto de Buenos Aires).

Funcionarios que participaban de la puesta en funcionamiento del Museo de la Corte Suprema hicieron un sorprendente hallazgo histórico cuando mudaban parte del archivo del máximo tribunal: detectaron una serie de cajas con material vinculado al nazismo que habían llegado al país en 1941 y permanecieron olvidadas por casi ocho décadas.

Tras la preservación de la documentación, el presidente de la Corte Suprema, Horacio Rosatti, ordenó llevar adelante un relevamiento de todo lo encontrado en base a la importancia histórica del hallazgo y la posibilidad de que contenga información crucial para esclarecer sucesos vinculados con el Holocausto.

El viernes pasado, en unos de los despachos del cuarto piso del Palacio de Tribunales, el propio Rosatti encabezó la apertura de las cajas, en un acto en el que participaron el Gran Rabino de la Asociación Mutual Israelita Argentina, Eliahu Hamra, el director Ejecutivo del Museo del Holocausto de Buenos Aires, Jonathan Karszenbaum, y la investigadora del Museo del Holocausto de Buenos Aires, Profesora Marcia Ras.

Estuvieron presentes además el titular del Centro de Asistencia Judicial Federal (CAJF), Pablo Lamounan, la directora de Bibliotecas de la Corte Suprema, Jessica Susco, el director de la Oficina de Servicios Auxiliares, Marcelo Valente y la licenciada en conservación y restauración de bienes culturales María de la Paz Podestá.

El hallazgo se produjo en el proceso de mudanza con vista al inicio de las obras para el futuro Museo de la Corte Suprema. Al abrir una de las cajas se detectó que se trataba de material que buscaba consolidar y expandir las ideas de Adolf Hitler en la Argentina, cuando ya había estallado la Segunda Guerra Mundial. A raíz de la relevancia que podía hallarse en esos materiales y los compromisos asumidos por la Corte Suprema, el resto de las cajas quedaron en custodia a la espera de su formal apertura.

(Foto: Museo del Holocausto de Buenos Aires).

El origen de las cajas

La historia comenzó el 20 de junio de 1941. Habían llegado 83 cajas enviadas desde la embajada alemana en Tokio a bordo de un barco japonés, el vapor Nan-a-Maru. La embajada alemana en Argentina los había declarado "elementos de uso personal" para miembros de esa representación diplomática y reclamaba su libre despacho.

Sin embargo, la División de Aduanas y Puertos frenó el intento. "Teniendo en cuenta la elevada cantidad de las remesas en cuestión y en previsión de que los temas abordados en los referidos libros sean de una índole tal que puedan llegar a afectar la posición de neutralidad que el país ha adoptado frente a los acontecimientos europeos, me dirijo a V.E. solicitándole quiere servirse manifestar a este Departamento si, en su opinión, existiría o no algún inconveniente en dar al pedido de la Embajada de Alemania el trámite común a este tipo de solicitudes", consultó el director de Aduanas, Carlos Acevedo, al canciller Enrique Ruiz Guiñazú el 28 de julio de 1941.

De inmediato tomó cartas en el asunto la Comisión Especial Investigadora de las Actividades Antiargentinas, creada en la órbita de la Cámara de Diputados para monitorear las actividades de individuos y organizaciones con ideologías y métodos contrarios a las instituciones republicanas y la soberanía argentina. Es a través de sus informes que ahora se intenta reconstruir la historia de esas cajas.

(Foto: Museo del Holocausto de Buenos Aires).

El diputado por la Unión Cívica Radical Raúl Damonte Taborda, que presidía la comisión, le pidió a la Aduana que le remitiera la información de las encomiendas que habían llegado en el vapor japonés. Los bultos pesaban casi 700 kilos.

El 8 de agosto de 1941, representantes de la Aduana, del Ministerio de Relaciones Exteriores y de la Comisión Investigadora eligieron cinco cajas al azar y las abrieron: se trataba de diversas encomiendas junto a publicaciones "de orden científico, literario y cultural, que encuadran en las limitaciones de propaganda acordada con el Gobierno".

Entre esos papeles había postales, fotos y material propagandístico del régimen nazi. Y miles de libretas: algunas de la Organización del Partido Nacional Socialista en el exterior y otras de la Unión Alemana de Gremios.

Los funcionarios nacionales resolvieron dejar detenidas las cajas hasta consultar con sus superiores. Los representantes de la embajada se abstuvieron de firmar el acta y se retiraron. Y, días después, solicitaron que se autorizara que esos paquetes volvieran entonces a la embajada alemana en Tokio, desde donde había sido emitidos.

"Como solamente han sido abiertos cinco de los 83 paquetes, la comisión que presido considera indispensable para la mejor seriedad de estas diligencias abrir los 78 paquetes restantes", escribió Damonte Taborda al ministro de Hacienda Carlos Acevedo. "Sirven de fundamentos de esta opinión antecedentes que el señor ministro no podrá dejar de apreciar en todo su valor como ser, en primer término, que el contenido de las encomiendas abiertas está constituido en gran parte por material de propaganda antidemocrática y lesivo para las naciones con las cuales mantiene normal relación la República Argentina", continuó el texto.

(Foto: Museo del Holocausto de Buenos Aires).

El legislador presionó para desaprobar la devolución del material por "inconsistencias" por parte de la embajada en oportunidades anteriores, como cuando declaró (antes de este episodio) como correo diplomático bolsas con un transmisor radiotelegráfico.

"Buenos Aires parece ser la plaza elegida para concentración del material de propaganda antidemocrática que luego se distribuye profusamente en otros países de América Latina", sostuvo en uno de sus informes la Comisión Especial Investigadora.

La comisión pidió el secuestro de los bultos. El Ministerio del Interior rechazó la solicitud y Cancillería lo respaldó. Fue entonces que la Comisión fue a la Justicia: el 13 de septiembre de 1941 le pidió al juez federal en lo Criminal y Correccional Miguel Luciano Jantus que ordenara la incautación de las encomiendas. El magistrado solicitó más informes, "debiendo ser mantenida la mercadería a disposición del juzgado", aclaró expresamente.

(Foto: Museo del Holocausto de Buenos Aires).

El 16 de septiembre de 1941, el juez remitió las actuaciones a la Corte Suprema, por tratarse de un trámite que involucraba directamente a un país extranjero y, por lo tanto, de competencia originaria del máximo tribunal.

No había registros hasta ahora de qué había pasado con ese material hasta que fue detectado, casi por casualidad, en el subsuelo del Palacio de la calle Talcahuano 550, en CABA.

Tras el acto de apertura de las cajas que se realizó el viernes último, los investigadores comenzarán a evaluar la documentación priorizando su cuidado. El inventario llevará semanas.

El objetivo será un minucioso relevamiento de todo lo encontrado a los fines de evaluar, en el contexto de relevancia histórica, si contiene información crucial para esclarecer sucesos vinculados con el Holocausto. Y, al mismo, permitirá establecer si las pistas que aporten las piezas halladas pueden ser útiles para echar luz sobre aspectos aún desconocidos como la ruta del dinero nazi en el mundo.

(Fuente: Infobae / redacción propia)

miércoles, 30 de abril de 2025

A cincuenta años del fin de la guerra de Vietnam, algunos libros y películas que retratan aquel horror

Un episodio que marcó la historia de Estados Unidos en el siglo XX, derivó en un arco narrativo que va de las novelas de Graham Greene y Karl Marlantes a los filmes de Francis Ford Coppola, Stanley Kubrick y Oliver Stone.

21 de septiembre de 1966: marines estadounidenses emergen de sus trincheras embarradas al amanecer, tras una tercera noche de combates contra los continuos ataques de las tropas norvietnamitas (Foto: AP / Henri Huet).

La de Vietnam ha sido denominada la primera "guerra televisada". Pero también ha inspirado a generaciones de escritores que han explorado sus orígenes, sus horrores, sus secuelas y los fallos y cálculos erróneos inherentes que llevaron al país más poderoso del mundo, Estados Unidos, a un largo, cruel y desesperado conflicto.

También, proyectó una larga sombra durante uno de los períodos más fértiles del cine estadounidense y ha llevado a cineastas durante medio siglo a lidiar con su complicado legado. La producción audiovisual incluye desde clásicos anti-bélicos inolvidables hasta retratos vietnamitas de resistencia, capturando la amplitud de los traumas de la guerra, que aún resuenan.

(Foto: composición propia).

• El americano tranquilo, Graham Greene (1955)

La novela del autor británico Graham Greene lleva mucho tiempo teniendo la estatura de una profecía trágica. En ella, Alden Pyle es un ingenuo agente de la CIA cuyos sueños de forjar un camino mejor para Vietnam -una "tercera fuerza" entre el comunismo y el colonialismo que solo existía en los libros- conducen a una destrucción sin sentido.

Fue publicada cuando la implicación militar de Estados Unidos en Vietnam apenas estaba comenzando, pero ya anticipaba el prolongado y mortal fracaso de los estadounidenses para comprender al país que afirmaban estar salvando.

• Las cosas que llevaban los hombres que lucharon, Tim O’Brien (1990)

La guerra de Vietnam fue el último conflicto prolongado que se libró mientras Estados Unidos aún tenía servicio militar obligatorio y el último en inspirar una amplia variedad de relatos de ficción notables y en primera persona, ninguno más celebrado o popular que esta colección de historias interconectadas de Tim O’Brien publicada en 1990.

O’Brien sirvió en una unidad de infantería entre 1969 y 1970, y este libro, que ha vendido más de un millón de ejemplares, incluye relatos que van desde un soldado que lleva las medias de su novia alrededor del cuello, incluso en batalla, hasta el autor intentando reconstruir la historia de vida de un soldado vietnamita al que mató. El libro de O’Brien se ha convertido en una lectura imprescindible sobre la guerra e inspiró una exposición en el Museo Nacional de Arte de los Veteranos, en Chicago.

1966: helicópteros del Ejército de EE. UU. que prestaban apoyo a las tropas terrestres estadounidenses, sobrevuelan una zona de concentración a ochenta kilómetros al noreste de Saigón, Vietnam. La guerra terminó el 30 de abril de 1975 con la caída de Saigón, ahora conocida como Ciudad Ho Chi Minh, ante las tropas comunistas del norte (Foto: AP / Henri Huet).

• Matterhorn: Una novela de la guerra de Vietnam, Karl Marlantes (2009)

Marlantes, un académico de Rhodes y condecorado comandante de los Marines, ficcionalizó sus experiencias en su novela de más de 600 páginas sobre un recién graduado de la universidad y los otros miembros de la Compañía Bravo mientras intentan recuperar una base cerca de la frontera con Laos.

Al igual que el anteriormente citado libro de Greene, este texto es, en parte, la historia de una desilusión: el descubrimiento de un joven de que la educación y el privilegio no son escudos contra el fuego enemigo.

• El simpatizante, Viet Thanh Nguyen (2015)

Su autor tenía apenas 4 años cuando su familia huyó de Vietnam en 1975, asentándose finalmente en San José, California. "El simpatizante", ganador del Premio Pulitzer en 2016, es el primer libro de Nguyen y una obra destacada en el canon de la literatura vietnamita-estadounidense.

La novela se desarrolla como las confesiones de un ex-espía de Vietnam del Norte que se convierte en consultor de Hollywood y más tarde regresa a Vietnam luchando en el bando contrario.

(Foto: composición propia).

• El canto de las montañas, Nguyễn Phan Quế Mai (2020)

La autora nació en el norte de Vietnam en 1973, dos años antes de la retirada de Estados Unidos, y creció escuchando relatos sobre el pasado heroico y atormentado de su país natal.

Su novela alterna la narración entre una abuela nacida en 1920 y una nieta nacida 40 años después. Quế Mai dedica la novela a varios antepasados, incluyendo un tío cuya "juventud fue consumida por la Guerra de Vietnam".

• La gran afeitada, Martin Scorsese (1967)

La guerra llevaba más de una década en curso y aún faltaban unos ocho años para su conclusión cuando un Martin Scorsese de 25 años creó este corto de seis minutos, una metáfora de la Guerra de Vietnam, según sus propias palabras.

En él, un hombre entra a un baño meticulosamente limpio y estéril, concentrado en la porcelana pulida y el brillo metálico. Luego empieza a afeitarse. Pero cuando su cara está limpia, sigue afeitándose hasta que se corta la piel. La sangre lo cubre y cae a su alrededor, el rojo contrastando con la perfecta pulcritud del baño.

• La niña de Hanoi, Hải Ninh (1974)

Una joven (Lan Hương) busca a su familia entre las ruinas bombardeadas de Hanói en este hito del cine vietnamita dirigido por Hải Ninh.

Fotograma de "La niña de Hanoi", filme de Hải Ninh de 1974 (Foto: Wikimedia).

• Corazones y mentes, Peter Davis (1974)

La controversia acompañó el lanzamiento de este emblemático documental de Peter Davis. Su título proviene de una frase del presidente Lyndon B. Johnson, dicha al escalar la guerra.

• El francotirador, Michael Cimino (1979)

La devastadora épica de Cimino sobre tres amigos de clase trabajadora (Robert De Niro, Christopher Walken y John Savage) de un pueblo acerero en Pensilvania.

• Apocalypse Now, Francis Ford Coppola (1979)

Coppola apostó todo lo que tenía en su obra maestra, adaptando la monumental novela "El corazón de las tinieblas", de Joseph Conrad, a la Guerra de Vietnam.

Fotograma de "Apocalypse Now", filme de Francis Ford Coppola de1979 (Foto: Wikimedia).

• Pelotón, Oliver Stone (1986)

Stone escribió y dirigió "Pelotón" basándose en sus propias experiencias como soldado de infantería en Vietnam.

• Full metal jacket, Stanley Kubrick (1987)

El estadounidense-británico Kubrick lleva los temas de deshumanización a un lugar aún más brutal. Su filme conecta ambos extremos de la maquinaria bélica.

• El pequeño Dieter necesita volar, Werner Herzog (1997)

Crónica de las vivencias del piloto alemán-estadounidense Dieter Dengler, quien fue capturado durante una misión de reconocimiento en Laos. El mismo Herzog luego rehizo la película como "Rescate al amanecer", en 2007, con Christian Bale.

1966: el soldado de primera clase Lacey Skinner, de Birmingham, Alabama, se arrastra por el lodo de un arrozal evitando el intenso fuego del Viet Cong cerca de An Thi, Vietnam del Sur (Foto: Foto AP / Henri Huet).

• La niebla de la guerra, Errol Morris (2003)

El documentalista Errol Morris entrevista al exsecretario de defensa de Estados Unidos, Robert S. McNamara.

• The Post, Steven Spielberg (2017)

La conmovedora película de Steven Spielberg dramatiza la escandalosa publicación de los "Papeles del Pentágono" por el periódico Washington Post. Protagonizan Meryl Streep, Tom Hanks, Jesse Plemmons y Carrie Coon.

(Fuente: Infobae)

martes, 29 de abril de 2025

Estos fueron los seis instrumentos claves inventados durante la llamada "Revolución Científica"

Delimitada temporalmente entre los años 1500 y 1700, estuvo impulsada por varios inventos que se volvieron esenciales para comenzar a comprender mejor el mundo que nos rodea.

Ilustración de Isaac nweton (Foto: Shutterstock).

Gracias a instrumentos como el telescopio, el microscopio, el termómetro y el reloj de péndulo, los científicos pudieron ver cosas jamás vistas antes y medir los resultados de los experimentos con mucha mayor precisión de la que era posible antes.

La consecuencia del uso de instrumentos científicos fue la reformulación de teorías sostenidas durante mucho y a menudo erróneas, como el funcionamiento del sistema sanguíneo del cuerpo humano y el aspecto real de la luna. Los seis inventos fundamentales de la Revolución Científica son los siguientes:

• El telescopio

El telescópio reflector de Newton (Foto: Science Museum, London /Wikimedia Commons).

Se inventó aproximadamente en 1608 y su creación suele atribuirse al holandés Hans Lippershey (1570-1619). El aparato era notablemente sencillo y tenía una lente convexa y una cóncava (una para ampliar y otra para miniaturizar, respectivamente) en cada extremo de un tubo largo.

Sin embargo, fue el italiano Galileo Galilei (1564-1642) quien perfeccionó el instrumento y mejoró enormemente la amplificación posible unas 33 veces. Galileo observó por primera vez la superficie de la luna y vio que tenía montañas y valles, igual que en la Tierra. El italiano detectó cuatro lunas del planeta Júpiter, identificó las fases de Venus y observó manchas solares, lo que lo llevó a creer que el sol era una esfera giratoria. También se usaron telescopios menos potentes en tierra y en el mar para ver el horizonte lejano, lo que fue especialmente útil para los ejércitos y las fuerzas navales.

El astrónomo alemán Johannes Kepler (1571-1630) perfeccionó el diseño de Galileo al utilizar dos lentes convexas, lo que proporcionó una imagen más clara, aunque ahora invertida para el observador. Luego, el científico inglés Isaac Newton (1642-1727) inventó el telescopio reflector en 1668. Este tipo usaba un espejo curvo hecho de una aleación de metal que mejoraba la claridad de la imagen, por lo que el tubo podía ser mucho más corto.

Los telescopios aéreos carecían de un tubo, de modo que las dos lentes podían ubicarse mucho más separadas y así alcanzar una ampliación aun mayor. En el otro extremo de la escala, se usaron telescopios miniatura en instrumentos de navegación ya existentes, como el cuadrante. Las miras telescópicas solían incluir micrómetros para medir movimientos o cambios muy pequeños en el ángulo de los objetos a la vista. Al contar con más y mejores telescopios, fue necesario construir observatorios específicos para alojarlos, como en París (1667) y en Greenwich, en Londres (1675).

Los telescopios, que cada vez eran mejores, hicieron posible ver miles de estrellas nuevas, lo que parecía sugerir que el universo era infinito. El telescopio permitió que los astrónomos pusieran a prueba muchas de las teorías conflictivas relacionadas con los cuerpos celestiales y las compararan con la evidencia física de la observación detallada y prolongada.

Los modelos del universo propuestos por Aristóteles (384-322 a.C.) y Claudio Ptolomeo (en torno a 100170 d.C.) quedaron anulados a favor del propuesto por Nicolás Copérnico (1473-1543), donde el Sol, y no la Tierra, estaba ubicado en el centro de nuestra galaxia. Otros beneficios del uso de los telescopios en astronomía incluían un cálculo más preciso del calendario y mapas de las estrellas más precisos para los navegantes. Por último, este instrumento hizo pensar a los inventores acerca de qué otra utilidad podrían tener las lentes magnificadoras.

• El microscopio

El microscopio de Robert Hooke (Foto: Science Museum, London / Wikimedia Commons).

Tuvo su origen en el telescopio, ya que utiliza los mismos principios de ampliación y miniaturización. El invento se suele acreditar al holandés Cornelius Drebbel (1572-1635) o a Hans Janssen (1590-1608), del mismo origen que el anterior. Uno de los fabricantes especialistas fue el inglés John Marshall, quien diseñó el microscopio compuesto, que tiene tres lentes (la lente ocular, la lente de campo y la lente objetivo) y la posibilidad de agregar luz adicional esencial mediante una vela debajo de la base.

Algunos microscopistas crearon sus propios instrumentos, de los cuales el más famoso tal vez sea el holandés Antonie van Leeuwenhoek (1632-1723), que creó más de 500 microscopios. Leeuwenhoek creó microscopios que ampliaban los objetos 270 veces mediante el uso de un glóbulo de cristal diminuto en lugar de una lente más grande y plana.

Más adelante, se le hicieron adaptaciones al instrumento para mejorarlo, como por ejemplo la adición de un pequeño espejo en la base, cuyo ángulo podía ajustarse para iluminar mejor la muestra bajo observación. El creador de instrumentos inglés Edward Culpeper (1670-1737) usó un espejo cóncavo, lo que aumentó la luz disponible en sus microscopios.

Los anatomistas, entomólogos y botánicos estaban particularmente ansiosos por utilizar este nuevo invento para promover su comprensión del mundo natural. Luego, muchos publicaron obras con ilustraciones hermosas, que revelaban al público exactamente lo que habían visto a través de los microscopios más recientes. Ahora estaba claro que la estructura de un insecto diminuto podía ser tan compleja como la de un mamífero grande.

Uno de estos libros ilustrados, "Micrographia", publicado en 1665 por el inglés Robert Hooke (1635-1703), causó sensación. En 1661, el italiano Marcello Malpighi (1628-1694) utilizó un microscopio para descubrir los vasos capilares, que confirmaron el descubrimiento de la circulación sanguínea realizado por William Harvey. Asimismo, el ya mencionado Leeuwenhoek descubrió los glóbulos rojos, los protozoos y los espermatozoides.

Muchos otros realizaron descubrimientos igualmente asombrosos. Sin embargo, se debía admitir que ver estas cosas no necesariamente significaba que entendían su importancia. El microscopio había revelado un mundo totalmente nuevo, pero se necesitaban más investigaciones e instrumentos para obtener una comprensión más completa de la importancia de lo que ahora se podía observar mediante una lente.

• El reloj de péndulo

El reloj de péndulo de Huygens (Foto: Science Museum, London / Wikimedia Commons).

Los relojes solares y de agua fueron en su mayoría reemplazados por los relojes mecánicos desde fines del siglo XIII, pero estos aún no eran lo bastante precisos para medir los minutos; de hecho, muchos ni siquiera tenían un minutero. Los científicos, en especial los astrónomos que ahora contaban con telescopios, necesitaban una forma mucho más precisa de medir el tiempo.

Galileo diseñó un reloj de péndulo, pero el primer modelo funcional lo inventó Christiaan Huygens (1629-1695) en 1657. En el reloj de péndulo, la regularidad de las oscilaciones pendulares controla con exactitud la caída de un peso. Los mejores relojes de péndulo mostraban una variación máxima de 15 segundos al día, en comparación con los 15 minutos que presentaban los relojes mecánicos.

Ahora los astrónomos podían calcular el movimiento de los cuerpos celestiales con mayor precisión, y en muchos observatorios se instalaron uno o más relojes de péndulo. Gracias a una medición del tiempo más precisa, los científicos que realizaban experimentos en distintos lugares podían comparar sus datos de forma más confiable. Se podían medir cosas nuevas, como objetos en caída en pruebas de gravedad, la velocidad en distancias cortas y los movimientos más refinados de los planetas.

La medición del tiempo alcanzó mayor precisión con la invención en 1675 de relojes portátiles que empleaban un muelle espiral. Estos reproducían la acción del péndulo en un espacio confinado y no eran susceptibles a los movimientos bruscos del dispositivo. De repente, mantener un buen registro del tiempo se volvió más importante para todos, no sólo para los científicos, y muchas personas cambiaron sus relojes mecánicos por la versión del péndulo y se compraron un cronómetro de bolsillo.

La gran complejidad de los relojes llevó a que se usaran como una metáfora común para cualquier cosa intrincada, y sus mecanismos inspirarían más adelante a los ingenieros durante la Revolución Industrial británica para inventar máquinas nuevas, como el motor a vapor.

• El termómetro

El termómetro máximo y mínimo de Rutherford (Foto: Science Museum, London / Wikimedia Commons).

Al igual que los instrumentos mencionados antes, revolucionó las ideas y prácticas. Anteriormente, no había manera de medir la temperatura más que en un rango impreciso de tres condiciones: frío, normal y caliente. El gran médico de la antigüedad Galeno (129-216 d.C.), por ejemplo, solo tenía cuatro grados de temperatura basados en los dos extremos del hielo y el fuego. La palabra clave de la Revolución Científica era la precisión y, así, el termómetro se inventó a principios del siglo XVII, aunque no se sabe quién fue su creador.

Los primeros termómetros eran del tipo termoscopio, es decir, que se llenaba un tubo angosto con agua que subía (o bajaba) a lo largo de una escala cuando se calentaba el aire en la parte inferior o superior, y así se expandía y empujaba el líquido hacia arriba o hacia abajo. El termómetro del tipo termoscopio tenía algunos problemas, ya que no daba lecturas precisas y era susceptible a variaciones en la presión del aire.

Fue alrededor de 1650 cuando los inventores de la Academia del Cimento en Florencia tuvieron la idea de hacer expandir el líquido, y no el aire, del termómetro. Los primeros modelos usaban alcohol en un tubo de vidrio sellado y muy delgado. Para tomar las lecturas en la escala proporcionada con más facilidad, se utilizaba alcohol coloreado. Este instrumento pasó a conocerse como el termómetro florentino y reemplazó al tipo termoscopio para fines del siglo XVII.

Los científicos de Florencia habían realizado experimentos con mercurio en lugar de alcohol, pero eligieron el segundo porque es más sensible al cambio de temperaturas. Las desventajas del alcohol eran que, en el siglo XVII, no era fácil adquirir alcohol puro y tiene un punto de ebullición bajo. Debido a estos dos puntos negativos, los termómetros de la época no eran siempre tan precisos como esperaban sus usuarios y, ciertamente, era difícil comparar lecturas más precisas entre distintos termómetros.

Aun así, fue un gran paso hacia delante, y el próximo desafío fue asegurarse de que todos utilizaran la misma escala de medición para que la creciente comunidad científica pudiera intercambiar y comparar los resultados de sus experimentos.

Algunas instituciones se aseguraron de que los experimentadores utilizaran las mismas escalas de temperatura, pero fue recién en el siglo XVIII cuando dos escalas terminaron dominando el escenario: la Fahrenheit, propuesta por el alemán Daniel Gabriel Fahrenheit (1686-1736), y la Celsius, propuesta por el sueco Anders Celsius (1701-1744).

El termómetro se volvió un instrumento indispensable en muchos campos distintos de la ciencia. Por ejemplo, ahora los médicos podían rastrear los altibajos de las enfermedades de sus pacientes con precisión, y los químicos podían medir las propiedades de las sustancias con las que trabajaban y comparar la configuración de sus aparatos con gráficas de temperatura establecidas.

• El barómetro

El barómetro de Torricelli (Foto: Science Museum, London / Wikimedia Commons).

Fue inventado en 1643 por el italiano Evangelista Torricelli (1608-1647) cuando, mientras trabajaba con Vincenzo Viviani (1622-1703), intentó averiguar cuánto podía elevarse el mercurio dentro de un tubo de vidrio cuando uno de sus extremos se colocaba en un recipiente con mercurio. La presión del aire sobre el mercurio del recipiente hacía subir el mercurio del tubo unos 76 cm (30 pulgadas) por encima del nivel del recipiente.

En 1648, Blaise Pascal (1623-1662) y su cuñado Florin Périer (1605-1672) llevaron a cabo experimentos con aparatos similares, pero esta vez bajo diferentes presiones atmosféricas, colocando los dispositivos a distintas altitudes en la ladera de una montaña (Puy-de-Dôme, en el Macizo Central). Los científicos observaron que el nivel de mercurio en el tubo de cristal descendía cuanto más alto se tomaban las lecturas en la montaña.

Fue el químico angloirlandés Robert Boyle (1627-1691) quien bautizó este lector de presión del mercurio con el nombre de barómetro, hasta entonces conocido como tubo de mercurio. También fue Boyle el que demostró de forma concluyente el efecto de la presión atmosférica mediante el uso de un barómetro dentro de una bomba de aire (próximo y último invento en nuestra lista) donde había vacío. Boyle formuló un principio que se conoció como Ley de Boyle, según la cual la presión ejercida por una determinada cantidad de aire varía de manera inversamente proporcional a su volumen, siempre que las temperaturas sean constantes.

La siguiente pieza del rompecabezas del barómetro provenía de los experimentos realizados por Otto von Guericke (1602-1686) quien observó que la presión de aire variaba según las condiciones del clima. Cuando se descubrió que se podía usar mercurio para medir la presión de aire, se crearon mejores barómetros, que usaban una escala de medición y mezclaba el mercurio con otras sustancias para aumentar su sensibilidad. El barómetro se creó gracias a una colaboración internacional de inventores, y se volvió inestimable para los agrimensores y meteorólogos en particular.

• La bomba de aire

La bomba de aire de Boyle (Foto: Science Museum, London / Wikimedia Commons).

Vamos a hablar de gente que ya mencionamos. En 1654, Otto von Guericke demostró en público y por primera vez cómo funcionaba la bomba de aire, un dispositivo que podía remover aire de un recipiente cerrado. Este dispositivo consistía en dos hemisferios de bronce, pero no permitía introducir nada en su interior. La bomba de aire fue posible gracias a Robert Hooke, quien la construyó por encargo de Robert Boyle. El instrumento permitía colocar especímenes dentro de un domo de vidrio y luego someterlos a distintas presiones de aire.

Hooke había desarrollado un primer modelo en 1659. Boyle y Hooke realizaron todo tipo de experimentos, que incluían someter a plantas y otros organismos vivos a las variaciones de la presión de aire. Estos experimentos, que solían realizarse frente a un público, causaron sensación en las reuniones de la Sociedad Real. En 1671, Hooke incluso construyó una bomba de aire lo bastante grande para meterse en ella.

Afortunadamente para Hooke, la bomba tuvo un rendimiento regular y vació sólo aproximadamente un cuarto del aire del recipiente. Las sensaciones que informó cuando salió de este recipiente sin aire fueron mareos, sordera y dolores. Estos efectos fueron mucho menos letales que aquellos utilizados en incontables criaturas vivas sometidas a la curiosidad despiadada de los científicos. En 1660, Boyle publicó los resultados de sus experimentos con la bomba de aire en el libro "New Experiments Physico-Mechanical: touching the Spring of the Air, and Its Effects" (traducido al español como Nuevos experimentos físico-mecánicos: notas sobre la elasticidad del aire y sus efectos).

Boyle y Hooke lograron demostrar la existencia del vacío, por un tiempo llamado el "vacío de Boyle". No todos estaban de acuerdo en que Boyle había creado un vacío en su domo de vidrio con una bomba de aire, o incluso que tal cosa pudiera existir; Thomas Hobbes (1588-1679) fue el oponente más acérrimo del trabajo de Boyle con los vacíos. El trabajo de Boyle sobre la presión de aire, sobre todo su ley y experimentos con manómetros y pistones, fue importante porque inspiró a los creadores del motor a vapor, que literal y figurativamente potenciaron la Revolución Industrial británica a partir de 1710.

Hacia el futuro

Hubo un debate acerca de si se podía confiar en estos nuevos instrumentos científicos y si lo que revelaban no eran meros trucos. Algunos argumentaban que la evidencia de tales instrumentos, incluso si requerían el ojo humano, no era la misma que se obtenía mediante el uso directo de los sentidos.

Otros argumentaban que instrumentos como el telescopio y el microscopio le mostraban a la humanidad lo que debería permanecer oculto, ya que Dios nos había dado la vista para ver el mundo, y husmear más profundo no era el lugar de la humanidad y se consideraba impío. Para otros, los instrumentos científicos revelaban el increíble detalle y la ingeniosidad de la vida en la Tierra y, en su opinión, uno sólo podía maravillarse aún más ante la obra de Dios.

Los nuevos instrumentos científicos dieron lugar a que los descubrimientos se produjeran con rapidez y en grandes números, y a menudo causaban asombro al mostrar la gran complejidad de la vida. Los telescopios, en un extremo de la escala, y los microscopios, en el otro, revelaron que se requería un sistema de medición totalmente nuevo para que la mente humana pudiera aprehender la escala de los prodigios del universo visible.

La mayoría de los nuevos descubrimientos con el microscopio no ayudaban aún en la medicina práctica, que seguía intentando hallar curas. El telescopio se utilizó para probar que las teorías existentes eran erróneas, pero el microscopio meramente reveló que había que crear todo un nuevo conjunto de teorías. La creación de relojes mejores había transformado la forma de medir el tiempo, pero aún no eran lo bastante precisos como para resolver el problema de la longitud.

En muchos sentidos, la tecnología estaba frustrantemente atrasada con respecto a lo que los científicos necesitaban para medir, evaluar y entender mejor sus campos específicos de investigación. Incluso después de la Revolución Científica, entonces, la ciencia aún tenía un largo camino que recorrer para convencer a muchos de su verdadero valor para mejorar la condición humana.

(Fuente: World History Encyclopedia / redacción propia)

lunes, 28 de abril de 2025

Preguntas que nos hacemos: ¿cómo construyeron los egipcios las pirámides sin apenas tecnología?

Es verdad que, cuando levantaron las pirámides, los egipcios no disponían de una tecnología ni por asomo parecida a la actual. No había grúas, ni elevadores, ni máquinas para cortar la piedra y desplazarla hasta el lugar de construcción. No existían ni siquiera herramientas de hierro: estaban aún en la Edad de Bronce.

(Foto: Shutterstock).

A simple vista, no parece que tuvieran capacidad técnica para levantar esas gigantescas tumbas faraónicas. Sin embargo, sus métodos de construcción fueron tan precisos que nada tienen que envidiar a los que se han empleado hasta el siglo XX.

Ingenieros y arqueólogos han investigado qué medios pudieron utilizarse en la construcción de las grandes pirámides. Las más conocidas son las tres situadas en Guiza, construidas por los faraones Keops, Kefren y Micerinos.

Las pirámides de Guiza (Foto: Ricardo Liberato / Wikimedia Commons).

La de Keops es la más grande y alta tiene 146 metros de altura y fue edificada hacia el año 2.550 antes de la era común (a.e.c.). Se calcula que se utilizaron 2,3 millones de bloques de piedra de entre 2,5 y 15 toneladas cada uno. Una mole de semejante tamaño pudo levantarse gracias a mucha mano de obra, tiempo y unos recursos que demuestran el gran conocimiento técnico de los egipcios.

Y paso a paso, se alcanzó la perfección

Erigir estas grandes tumbas reales requería unas técnicas que se fueron probando y depurando poco a poco.

Mastaba del faraón Shepseskaf (Foto: Jon Bodsworth / Wikimedia Commons).

Empecemos con el primer logro. A partir de la mastaba -un tipo de tumba con forma trapezoidal-, el faraón Zoser se hizo levantar en Saqqarah una pirámide escalonada mediante la superposición de pisos cada vez más pequeños en el año 2.630 a.e.c.

Pirámide escalonada, tumba del faraón Zoser (Foto: Wikimedia Commons).

El siguiente paso tuvo lugar bajo el reinado de Seneferu (2.575 a.e.c.). Por primera vez, los egipcios intentaron construir pirámides de caras lisas. Sin embargo, no dominaban aún la técnica, y una de ellas acaba teniendo paredes romboidales debido a un error de diseño: es la llamada Pirámide Acodada.

La Pirámide Acodada, de caras romboidales (Foto: Wikimedia Commons).

La segunda que también mandó levantar Seneferu, conocida como Pirámide Roja, sí demuestra ya un perfecto dominio de la técnica. Podemos considerarla la primera pirámide que merece tal nombre.

El dominio técnico permitió levantar la Pirámide Roja (Foto: Wikimedia Commons).

Obreros libres y bien alimentados

Para edificar estos soberbios monumentos hacía falta una gran cantidad de mano de obra: se ha calculado que en las pirámides de Guiza, por ejemplo, trabajaron nada menos que unos 10 000 obreros.

Durante los 30 años que duró la construcción de este complejo, los trabajadores se alojaron en poblados de carácter temporal cerca de las pirámides. Los huesos de animales que han encontrado los arqueólogos revelan que disfrutaban de una dieta rica en carne y, en general, de una buena alimentación.

Trabajadores tallando bloques. Dibujo copiado de la tumba de Rekhmire (Foto: Wikimedia Commons).

Siempre se ha supuesto que las pirámides fueron construidas por esclavos, pero no es verdad. En realidad, eran habitantes egipcios libres, obreros organizados en cuadrillas que tenían tareas especializadas: tallar, transportar o colocar los bloques de piedra.

Herramientas encontradas en Guiza (Foto: Museo Egipcio de Leipzig / Wikimedia Commons).

Funcionarios y arquitectos organizaban y coordinaban este trabajo, que demuestra la capacidad del faraón para concentrar riqueza y desviarla a la construcción de su grandiosa tumba.

Unas técnicas de construcción aún por descubrir

Uno de los mayores desafíos era mantener estable la estructura de la pirámide, y para ello se logró nivelar el terreno con un margen de error de menos de un centímetro. Una precisión similar sólo es comparable a los métodos de construcción actuales, en los que se emplea láser. Para nivelar los cimientos, emplearon zanjas llenas de agua y técnicas para apisonar y alinear los bloques de piedra.

El material más empleado fue piedra caliza, extraída de canteras cercanas y cortada en bloques con herramientas de cobre, bronce o granito. Para el revestimiento, utilizaron piedra caliza de mayor calidad, obtenida cerca de la actual ciudad de El Cairo. Y en algunos elementos usaron granito procedente de Asuán, situado a más de 800 kilómetros al sur.

El transporte y la colocación de los bloques de piedra han dado lugar a un sinfín de teorías. Lo más seguro es que estos materiales fueran llevados desde las canteras hasta la zona de construcción mediante un sistema de canales de agua conectado al Nilo.

Ya en tierra, los bloques eran desplazados mediante cilindros y rampas y se deslizaban hasta el lugar previsto con poleas y cuerdas. También sabemos que emplearon una especie de trineos arrastrados por cuadrillas de trabajadores.

Para facilitar el deslizamiento, los obreros vertían agua en la arena, lo que reducía la fricción. Los expertos han probado que gracias a este truco sólo harían falta la mitad de trabajadores.

El empleo de deslizadores permitía trasladar grandes piezas. Se puede observar a un obrero que vierte agua para facilitar el desplazamiento (Foto: Wikimedia Commons).

La colocación de los bloques se realizó mediante rampas que se iban construyendo conforme subía la pirámide; los obreros podían así acceder a la parte más alta. Los investigadores han propuesto distintos tipos de rampas -rectas, en espiral, en zigzag, internas–, aunque las internas ya han sido descartadas. 

Ejemplo de rampas frontales (Foto: Wikimedia Commons).

Ejemplo de rampas en zigzag (Foto: Wikimedia Commons).

Ejemplo de rampas en espiral (Foto: Wikimedia Commons).

Pero las rampas no parecen ser suficientes por sí solas. La respuesta estaría en el uso de varios métodos a la vez: los obreros egipcios también habrían empleado palancas y contrapesos para mover los bloques de piedra.

En la actualidad, los expertos siguen analizando el interior de la gran pirámide de Guiza para buscar alguna pista sobre la tecnología empleada en su construcción. Y aunque se han llegado a realizar curiosos experimentos como construir pirámides a pequeña escala, aún sigue sin develarse por completo el misterio de cómo consiguieron levantar aquellas asombrosas moles de piedra.

(Fuente: The Conversation / redacción propia)