miércoles, 20 de agosto de 2025

Medicamentos biológicos y biosimilares: los nuevos aliados de la medicina moderna

Durante años, la medicina se ha basado principalmente en fármacos sintéticos. Sin embargo, en la actualidad, los llamados medicamentos biológicos han ganado terreno, especialmente en el tratamiento de enfermedades complejas que no responden bien a las terapias convencionales. ¿En qué se diferencian de los tradicionales?

(Foto: Shutterstock).

Construir con Lego o plantar un árbol

Imaginemos que le mandan construir una casa de Lego. Con instrucciones claras y piezas idénticas, podemos reproducirla fácilmente una y otra vez sin errores. Así funcionan los medicamentos tradicionales o sintéticos: son moléculas pequeñas creadas en un laboratorio mediante reacciones químicas precisas, como el paracetamol o la aspirina.

Ahora, imaginemos que tenemos que plantar un árbol. En este caso, no basta con seguir un manual: necesitamos una semilla viva, condiciones climáticas adecuadas y mucha paciencia. Y por mucho que nos esforcemos, no conseguiremos cultivar dos árboles exactamente iguales. Pues así son los medicamentos biológicos: moléculas grandes y complejas, fabricadas por organismos vivos, como células animales, bacterias o levaduras. No se sintetizan en tubos de ensayo, sino que se producen dentro de seres vivos.

Como francotiradores en nuestro cuerpo

Estas diferencias hacen que la fabricación y comercialización de los medicamentos biológicos sea muy distinta. Estos fármacos contienen principios activos, como proteínas complejas, anticuerpos o incluso hormonas, derivados de fuentes biológicas. Algunos ejemplos conocidos son la insulina para la diabetes, la eritropoyetina para tratar la anemia o los anticuerpos monoclonales usados en ciertos tipos de cáncer y enfermedades autoinmunes.

Estos tratamientos actúan como francotiradores en nuestro cuerpo: reconocen un blanco concreto -una proteína alterada, una célula enferma, un proceso inflamatorio- y actúan sobre él con mucha precisión, minimizando efectos secundarios.

Por eso, suponen un hito en la medicina personalizada. Han revolucionado el tratamiento de enfermedades graves y crónicas como la diabetes, la esclerosis múltiple, la enfermedad inflamatoria intestinal, el cáncer y muchas otras patologías, algunas de ellas con pocos tratamientos eficaces disponibles.

Garantizar el acceso a estos tratamientos es crucial, no sólo para mejorar la calidad de vida de los pacientes, sino también para la sostenibilidad de los sistemas de salud. Actualmente, más del 40 % de los nuevos medicamentos aprobados son biológicos, y ésto está impulsando una mejora en el tratamiento de muchas enfermedades. 

Biosimilares: una alternativa más accesible

Sin embargo, producirlos es costoso y complejo. Hay que modificar mediante ingeniería genética células vivas para que fabriquen proteínas específicas, purificarlas, validar su estructura y función… Cualquier pequeño cambio en el proceso puede afectar al producto final. Por eso, un sólo tratamiento biológico puede costar anualmente una fortuna, lo que ejerce una gran presión sobre los presupuestos públicos y limita el acceso para muchos pacientes.

Aquí es donde entran los biosimilares: versiones más accesibles de los medicamentos biológicos que no comprometen su eficacia. Habitualmente se comparan con los medicamentos genéricos, ya que pueden producirse y venderse una vez expira la patente del medicamento original, lo cual reduce significativamente los costos asociados a la investigación y el desarrollo.

Diferencias con los genéricos

Sin embargo, aunque persiguen un objetivo similar -reducir el gasto farmacéutico y democratizar el acceso a los tratamientos-, los biosimilares son mucho más complejos.

Un genérico es una copia exacta del principio activo del fármaco original. Como las moléculas sintéticas son simples y fácilmente replicables, el medicamento genérico se aprueba rápidamente. En cambio, los medicamentos biológicos no se pueden copiar de forma idéntica. Si bien los biosimilares se fabrican con altísima precisión, puede haber pequeñas variaciones derivadas del propio proceso biotecnológico, igual que no hay dos árboles idénticos aunque provengan de la misma semilla. 

Un biosimilar es, por tanto, una versión altamente similar a su biológico de referencia en calidad, eficacia y seguridad, pero no es una copia exacta. Por eso, para su aprobación, se debe demostrar, mediante estudios comparativos rigurosos, que no existen diferencias clínicamente relevantes. Esto los hace más caros que los medicamentos genéricos, pero más baratos que los biológicos.

Obstáculos para su plena implementación

A pesar de sus beneficios, los biosimilares enfrentan desafíos. La desconfianza de algunos profesionales y pacientes, que los perciben como “copias de segunda”, es uno de los mayores obstáculos. Sin embargo, pasan por los mismos controles de calidad rigurosos que cualquier medicamento autorizado.

Otro reto es la intercambiabilidad, es decir, la sustitución del biológico original por su biosimilar. Ésto no es automático y depende del criterio médico, pero cada vez hay más evidencia científica que respalda la seguridad de estos intercambios. También resulta clave la educación sanitaria: cuanto más informados estén los profesionales y los pacientes, mayor será la confianza en su uso. 

Un ejemplo de ciencia justa

En definitiva, los medicamentos biológicos y biosimilares representan un cambio de paradigma, pasando de tratamientos generalistas a soluciones personalizadas, dirigidas a las causas moleculares de las enfermedades. Su expansión permite que más pacientes accedan a terapias innovadoras, mientras se preservan los recursos del sistema sanitario.

En un mundo donde el costo de la innovación amenaza con aumentar la brecha en el acceso a la salud, los biosimilares actúan como un puente, conectando el progreso científico con la equidad. Son un ejemplo de cómo la ciencia puede ser no sólo eficaz, sino también justa.

(Fuente: The Conversation)