viernes, 29 de agosto de 2025

Lecturas recomendadas para el fin de semana: las increíbles aventuras de los traductores

Trabajan a oscuras, bajo la tierra, en secreto, entre dos lenguas o entre dos tiempos, y a veces nos abren las puertas. Cuatro libros para entender un oficio fascinante. Todos se consiguen en la mayoría de las librerías, y dos de ellos están disponibles en formato digital desde este post.

(Foto: composición propia).

Si un lector es alguien atrapado en una cárcel, un traductor es alguien que, además, tiene que construir un túnel para salir y volver a entrar. Una vez que ese túnel está hecho -que es sólido, ágil, ventilado-, lo tiene que dejar listo para que el lector pase y sea, por fin, alguien atrapado en una cárcel, y que además no se dé cuenta.

La metáfora podría ser la de un puente entre dos lenguas, entre dos países, entre dos culturas, pero hay algo mucho más secreto, íntimo, incluso sucio, en el túnel. Con la linterna en la boca, cavan y remueven la tierra; y a veces, solo a veces, nos invitan a mirar.

• La madre de Beckett tenía un burro, de Matías Battistón

(Foto: composición propia).

“¿Qué hago con esto? ¿Lo convierto en una nota al pie?“, se preguntaba Matías Battistón en Dublín, abrigado, sin calefacción, frente a la computadora. Estaba en el túnel -traduciendo la trilogía de Samuel Beckett- y de pronto se encontró con un dato raro: que la madre de Beckett tenía un burro. “De hecho, burros tuvo varios, uno después del otro. A veces los montaba para ir a visitar a sus amigas. Es un dato totalmente inútil, claro”, cuenta en lo que es, sin dudas, un diario de traducción. Acaba de publicarse por Emecé bajo el título "La madre de Beckett tenía un burro".

Battistón tradujo a Édouard Levé, Roland Barthes, Fernando Pessoa, John Cage y tantos otros, y en ese trabajo técnico y sobrecalificado se filtra algo del orden lúdico, casi infantil: la fascinación por un dato inútil. “Algo en mí me impide encajarle un burro innecesario al lector. Después de todo, soy un profesional. Y sin embargo, otra parte de mí quiere abrir las ventanas para gritar la buena nueva: la madre de Beckett tenía burros, y uno se llamaba Kish. Le gustaba comer frutillas”. Es un diario de traducción mientras trabaja sobre la trilogía de Beckett "Molloy", "Malone muere" y "El innombrable".

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• Un millón de cuartos propios, de Tamara Tenenbaum

(Foto: composición propia).

Cuando le pidieron que traduzca "Un cuarto propio", de Virginia Woolf, Tamara Tenenbaum empezó a tomar notas, que se volvió libro, que ganó el Premio Paidós. Se titula "Un millón de cuartos propios", y se subtitula "Ensayo para un tiempo ajeno". Empieza con una larga introducción narrando de lleno, y en primera persona, la aventura, no sólo de una traducción, sino de los efectos de traducir semejante texto a semejante época: “Tenía muchas ganas de volver a escribir ensayos, tenía hambre de hablar del presente, un presente que me parecía incendiado, pero no me creía con derecho a hacerlo”. cuenta.

“Quiero escribir sobre mi tiempo, sobre estos años que estamos viviendo; tengo más hambre que nunca de hacerlo, pero no entiendo bien con quién hablo. Desde que soy chica, lo que más me interesa en la vida es habitar mi época, habitarla con toda la plenitud que sea posible”, escribe Tenenbaum, desfasada, con los escombros del progresismo en la mochila, frente a la catedral reaccionaria. “Me resulta muy extraño, entonces, sentir por primera vez que no estoy escuchando el murmullo de mi era. Ya no estoy trabajando con mi tiempo; la sensación es que estoy trabajando contra él”.

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• Encrapuler, de Juan Arabia

(Foto: composición propia).

Si los traductores son, como decía Umberto Eco, artesanos de la palabra, ¿la poesía no es un material esencial? Juan Arabia es ambas cosas: poeta y traductor. En su último libro, “Encrapuler“, dibuja una postal universal.

En la tradición de una poesía atemporal, sin los vicios del localismo ni del lenguaje de redes, Arabia habla de “una tierra abierta y despejada de sí” donde “las líneas horizontales vencen a las verticales”. Teje un poema en francés, otro en italiano, deja versos en japonés. Se pregunta si “¿es nuestra especie la equivocada?" y sueña con “iluminar tu rostro como el de un océano”.

• El secuestro, de Georges Perec

(Foto: composición propia).

Una de las intenciones que tuvo Georges Perec con "La disparition" fue desafiar a los traductores. Estamos hablando de un libro que omite, durante sus 320 páginas, la letra E. No usó ni je (yo) ni et (y) ni le (el / la / los / las). Es una obra de relojería lúdica. Se publicó en 1969, en francés. Pasaron casi tres décadas para que los traductores aceptaran el reto. El primero fue Gilbert Adair: le puso "A Void" y ganó el Premio Scott Moncrieff en 1995 y el Firecracker Alternative Book de 1996. Los rusos, por ejemplo, evitaron la O, y los japoneses no utilizaron sílabas que contengan el sonido de la I.

La traducción al español llevó su tiempo. No fue un solo traductor, fue un trabajo colectivo. Se inició en 1986 con un grupo de estudiantes de la Universidad Autónoma de Barcelona. El proyecto se detuvo, luego se retomó en 1990 sumando nuevos miembros y alejándose otros. Finalmente, en 1997, el resultado final se publicó en el sello Anagrama con el título "El secuestro". Los traductores que figuran son Marisol Arbués, Mercè Burrel, Marc Parayre, Hermes Salceda y Regina Vega. Obtuvieron el Premio Stendhal. Esta vez, no evitaron la E, sino la A, la más usada del idioma castellano. 

Perec, que murió en 1982, hizo todo lo posible por huir de las conveniencias. Su obra es un laberinto de trucos. No supo de las traducciones, pero llegó a intuirlas. Tres años después de este libro, en 1972, escribió "Les Revenentes", en la que usa una sola vocal: la E. Todavía no fue traducida al español.

(Fuente: Infobae / bajalibros.com / redacción propia)