martes, 9 de abril de 2024

La falsa colección de arte soviético con la que engañaron a museos y coleccionistas de todo el mundo

Para los amantes de uno de los capítulos más innovadores y experimentales de la historia del arte, fue algo revolucionario: una colección de cientos de obras maestras hasta entonces desconocidas de las principales figuras de la vanguardia soviética apareció inesperadamente ante el público a mediados de la década de los 2000.


El experto en arte británico James Butterwick examina un lienzo supuestamente de El Lissitzky, vendido por la galería Orlando de Zurich.

Algunas de las pinturas de la Colección Zaks -llamada así por el apellido de su propietario- se vendieron por cientos de miles de francos suizos. Hasta hace poco, varias de ellas se exhibían en importantes museos estadounidenses y europeos, y otra apareció en dos películas de Hollywood ganadoras del Oscar.

Pero un pequeño grupo de expertos había comenzado a sospechar que las pinturas podrían no pertenecer a los artistas a quienes se atribuyen y que la historia detrás de la colección quizá no era más que una farsa.

Del campo en Bielorrusia a las salas de subastas de Suiza

A principios de la década de los 2000, apareció en Minsk un desconocido coleccionista de arte privado con un sorprendente anuncio: había descubierto una enorme colección de pinturas de la vanguardia rusa y quería exhibirlas en Bielorrusia.

En la colección había más de 200 lienzos, con obras de los grandes maestros del breve pero explosivo experimento de la Unión Soviética en el arte moderno: Kazimir Malevich, Alexander Rodchenko, Vladimir Tatlin, Natalia Goncharova, Liubov Popova, Alexandra Exter, Ivan Kliun o Robert Falk, entre otros.

El misterioso propietario era un emigrado soviético, Leonid Zaks, ahora ciudadano de Israel. Aseguró que sus familiares habían reunido esta colección única al recibir algunas de las obras maestras como obsequio de campesinos bielorrusos y comprando el resto en tiendas de anticuarios estatales en Moscú o Minsk en la década de 1950. La burocracia cultural bielorrusa acogió con entusiasmo la historia y organizó varias exposiciones.

"Se trata de obras únicas que irradian calidez, bondad e inmediatez. Le agradecemos mucho que las haya conservado para nosotros y las generaciones futuras", declaró el Viceministro de Cultura del país como agradecimiento a Zaks.

Pero a los historiadores del arte les preocupaba la forma decidida con la que Zaks trataba de evitar el Museo Nacional de Arte de Bielorrusia, así como las inexactitudes históricas en las entrevistas que concedía y la calidad de las pinturas en sí.


“Ciudad italiana junto al mar”: una pintura de la colección Zaks atribuida a la artista de vanguardia ucraniana Alexandra Exter. Actualmente está en el Instituto de Arte de Minneapolis (Foto: Museo de Arte de Minneapolis).


"Esta historia es para personas que están completamente fuera de la realidad aquí", dijo Alexander Lisov, un historiador de la ciudad de Vitebsk, donde se dice que se adquirieron algunas de las pinturas.

A Lisov le llamó la atención un detalle: el catálogo de una de las exposiciones en Bielorrusia indicaba que la autenticidad de las obras había sido confirmada por "N. Selezneva" del Museo Ruso de San Petersburgo. Pero nadie con ese nombre había trabajado nunca en ese museo.

Después de esto, no hubo más exposiciones en Bielorrusia y se eliminó de Wikipedia un artículo sobre la Colección Zaks. Pero esto no detuvo al coleccionista, que simplemente decidió operar en otro lugar.

Las muestras continuaron en la Galería Privada Orlando de Zúrich. Entre 2007 y 2014 se realizaron allí al menos cinco exposiciones importantes de la Colección Zaks. Al ser una galería comercial, los cuadros expuestos estaban a la venta.

La mayoría fueron compradas por coleccionistas privados, a veces por cientos de miles de francos suizos. A una familia en particular, estas adquisiciones le trajeron graves disgustos.

 La coleccionista incauta

Cuando el legendario coleccionista de arte de Zúrich Rudolf Blum perdió la vista en 2005, su esposa Leonor se hizo cargo del negocio. Empezó a comprar activamente decenas de cuadros por millones de francos suizos en la galería de Orlando confiando en su propietaria, Susanne Orlando.

Entre los lienzos se encontraban obras de artistas de vanguardia de primer nivel: Lissitzky, Rodchenko, Popova, Tatlin y Exter. Por uno de los Lissitzky pagó 400.000 francos suizos y medio millón por otro (440.000 y 550.000 dólares al cambio actual), así como otros 400.000 por un cuadro de Liubov Popova.

"Mi madre quería demostrar que entendía la pintura tan bien como mi padre y confiaba en Susanne Orlando", recuerda Beatrice Gimpel McNally, hija de los Blum. "Mi padre empezó a sospechar que algo andaba mal, pero ¿qué podía hacer?"

Cuando Leonor empezó a comprar los cuadros, ya le habían diagnosticado demencia vascular. Y cuando su hija Beatrice le expresó sus dudas, ella se indignó y ofendió. Los cuadros dañaron irreparablemente su relación.

Las sospechas de Beatriz se confirmaron: tras la muerte de sus padres, los tasadores consideraron que las pinturas de la colección Zaks no tenían ningún valor. Las casas de subastas de Londres los rechazaron, aunque una de ellas le sugirió contactar con James Butterwick, un marchante británico conocedor del arte de vanguardia ruso y ucraniano.


"El relojero": la pintura se vendió como obra de Ivan Kliun y data de 1914. Apareció en dos éxitos de taquilla de Hollywood el año pasado, incluido el ganador del Oscar "Oppenheimer" (Foto: Instituto de Arte de Minneapolis).

Auge de precios y falsificaciones

La galería Mayfair de James Butterwick se especializó en arte "ruso y ucraniano" hasta 2022, cuando cambió su cartel a simplemente "ucraniano", aunque el tipo de arte seguía siendo prácticamente el mismo.

"Vanguardia rusa" era el nombre que se solía dar a las obras creadas a principios del siglo XX por artistas de diferentes lugares, desde Vitebsk en Bielorrusia y Kiyv en Ucrania hasta Moscú y San Petersburgo. Incluía movimientos como el suprematismo, el constructivismo, el rayonismo o el cubofuturismo.

La fascinación de Butterwick por la vanguardia soviética comenzó como estudiante de intercambio en la URSS y culminó con su traslado a Moscú en 1994. Con la desaparición de la economía planificada soviética, el mercado del arte surgió de la clandestinidad e inmediatamente lo invadió una ola de falsificaciones en la década de 1990.

Todo cambió en los años 2000, cuando el capital ruso se expandió por el mundo. En diciembre de 2004 se presentaron más de mil pinturas de maestros de Rusia en solo dos subastas en Londres. La mayoría fueron compradas por rusos. Los expertos dijeron que el aumento de los precios de las obras de estos artistas reflejaba "la alta demanda en Rusia y la fortaleza de la economía rusa".

Al poco tiempo la vanguardia tomó la delantera, desplazando a la pintura académica, y el interés por artistas como Ivan Shishkin e Ivan Aivazovsky dio paso a un auge de los lienzos del ya mencionado Malevich y de Vasili Kandinsky.

Cuadros y documentos falsos

En noviembre de 2008, en lo más profundo de la crisis económica mundial, la "Composición suprematista" de Malevich se adjudicó en una subasta en Nueva York por 60 millones de dólares, una suma récord para el arte ruso. Diez años después, el mismo cuadro se vendería por 86 millones.

Este aumento de precios hizo surgir una industria para la producción y el mantenimiento de colecciones enteras de falsificaciones. Redadas policiales en Europa comenzaron a descubrir almacenes con cientos y, a veces, miles de pinturas de origen inexplicable.

Butterwick recuerda cómo una vez, en Moscú, un conocido lo llevó en su enorme jeep. "El jeep estaba lleno de decenas de obras que, a mi entender, parecían completamente falsas. Le pregunté al respecto y me mostró varios certificados de autenticidad de varios de los ahora ex curadores de la galería Tretyakov. Y entonces me di cuenta de que había un problema importante", comentó.

Se percató de que cada vez más pinturas sospechosas que le mostraban sus clientes iban acompañadas de artículos académicos y certificaciones de expertos en la materia. Las obras sobre las que Beatrice Gimpel McNally pidió consejo a Butterwick. adquiridas en la Galería Orlando, adjuntaban unos documentos similares.


La galería Orlando en el centro de Zúrich, Suiza. Su propietario vendió cuadros de la Colección Zaks a Leonor Blum, la madre de Beatrice Gimpel McNally (Foto: Goole Street View).


Entre ellos había opiniones de expertos de InCoRM, la Cámara Internacional del Modernismo Ruso que se presenta como una asociación de investigadores rusos de vanguardia, junto con artículos de la historiadora del arte bielorrusa Tatiana Kotovich y un investigador del Museo Ruso, Anton Uspensky. La galería Orlando aportó traducciones a la familia Blum para confirmar la autenticidad de las pinturas.

Butterwick decidió profundizar más y se puso en contacto con dos de sus colegas: el curador ucraniano Konstantin Akinsha y el coleccionista de arte de San Petersburgo Andrei Vassiliev.

Akinsha había escrito en 1996 un artículo titulado "Fake" para la revista ARTnews de Nueva York, en el que revelaba la venta por error de decenas de pinturas en subastas europeas como obras maestras de vanguardia. Fue la primera investigación que mostró la magnitud del problema al que se enfrenta el mercado del arte ruso. Su trabajo hizo que el Museo Ludwig de Colonia reconociera que muchas de sus posesiones rusas y ucranianas eran falsificaciones.


El experto ucraniano en arte de vanguardia soviético Konstantin Akinsha ha escrito extensamente sobre la abundancia de falsificaciones en el mercado y en colecciones públicas y privadas.

Vassiliev es el autor del libro "Trabajando con falsificaciones", que trata sobre un retrato de Elizaveta Yakovleva, una conocida escenógrafa soviética. Éste se exhibió como una obra previamente desconocida de Kazimir Malevich en la Tate Gallery de Reino Unido, en el Centro de Exposiciones VDNJ de Moscú y en varios museos europeos. Se puso a la venta por 22 millones de euros. Vassiliev demostró, con sus investigaciones, que en realidad era obra de una artista olvidada de Leningrado, Maria Dzhagupova, y se había vendido por primera vez a un precio de 14 rublos.

Comprobar la autenticidad de una obra

La autenticidad de las pinturas se determina tradicionalmente sobre tres bases: opiniones de expertos, análisis técnico y su procedencia; en otras palabras, su historial.

Según Zaks, el fundador de la colección fue su abuelo, Zalman Zaks, un comerciante y zapatero de Yekaterinoslav (actual Dnipro, en Ucrania). Zalman supuestamente se interesó por el arte radical y empezó a comprar cuadros.


Una postal de la galerista Susanne Orlando para Leonor Blum en la que se lee: "Estimada señora Blum, le prometemos que recibirá una interesante revista con un artículo sobre la Colección Zaks escrito por Anton Uspensky, curador del Museo Ruso de San Petersburgo. Saludos cordiales, S. Orlando".

Continuó el negocio su hija Anna, que sirvió como médica militar y al final de la Segunda Guerra Mundial atendía a pacientes en las ciudades bielorrusas de Lepiel, Chashniki y Usachi. Los campesinos agradecidos, recién liberados de los alemanes, le habrían llevado obras de El Lissitzky y Alexandra Exter como pago por sus servicios.

La historia continúa con el hermano de Anna, Moses, a quien declararon desaparecido en combate durante la Segunda Guerra Mundial y luego resurgió en el Moscú de los años 50 como un hombre de negocios estadounidense. En aquel momento se decía que el Ministerio del Interior organizaba seminarios que condenaban el "arte formalista", tras los cuales las obras de los artistas de vanguardia eran entregadas a anticuarios estatales para su venta.

Moses Zaks, según la leyenda familiar, compró varias docenas de obras maestras de este tipo entre 1955 y 1956 y las exportó todas a Europa. Allí habrían permanecido hasta los años 1990, cuando los heredó su sobrino, Leonid Zaks, que trabajaba en la industria petrolera de Moscú.

Para demostrar su historia, Zaks mostró a los compradores una carta del Museo Nacional de Historia y Cultura de Bielorrusia fechada en 2008 que contaba toda la historia en detalle, pero con graves contradicciones y extraños errores.

En esta versión, el tío Moses desaparece de la historia y es la tía Anna la principal coleccionista de cuadros. Y en lugar del Ministerio del Interior en Moscú, se dice que los seminarios antiformalistas se llevaron a cabo en el Comité de la Ciudad de Minsk del Partido Comunista de la Unión Soviética.

Cuando Andrei Vassiliev escribió al Museo Nacional de Historia y Cultura de Bielorrusia, este respondió que "no se ha encontrado tal carta en los archivos del museo".

"Así que, se mire como se mire, la carta es falsa", asegura Vassiliev.

Pero los detectives de arte no se detuvieron ahí. Realizaron investigaciones en archivos rusos y bielorrusos y enviaron decenas de solicitudes a museos en un intento de verificar los hechos clave de la historia de Zaks.

El Ministerio del Interior de Rusia respondió que nunca se habían celebrado eventos de este tipo en su club; para empezar, había sido cerrado en 1949 y no volvió a abrir hasta 1966. En cuanto al Ministerio de Exteriores, respondieron diciendo que habían revisado su archivo y no habían encontrado ninguna mención de la entrada al país de Moses Zaks durante los años en cuestión.

"Hemos comprobado la procedencia de toda la colección Zaks y nada se sostiene", asevera Akinsha.

En museos y películas de Hollywood


Dos cuadros de la Colección Zaks se encuentran en el Instituto de Arte de Minneapolis. Uno, titulado "El relojero", supuestamente es de Ivan Kliun, y el otro es de la artista ucraniana Alexandra Exter.

El primero apareció en dos de las películas más exitosas del año pasado: Oppenheimer de Christopher Nolan y La maravillosa historia de Henry Sugar, dirigida por Wes Anderson, ambas ganadoras de premios Oscar.

Otro lienzo más de la Colección Zaks, que se cree que fue pintado por la vanguardista ucraniana Alexandra Exter, se conserva en el Museo de Arte de Cleveland y otra obra de la colección, también atribuida a Exter y titulada "Génova" se encuentra en la mundialmente famosa Galería Albertina de Viena.

Sea como sea, y a pesar de que hubo muchas pérdidas, las creaciones de los innovadores radicales de su época (artistas rusos, ucranianos y judíos) han logrado sobrevivir a las calamidades del régimen soviético, la Segunda Guerra Mundial y el Telón de Acero. Las décadas de auge en el mercado y la ola de falsificaciones que provocaron amenazan ahora con enterrar este legado bajo una montaña de falsificaciones.