Son dos cualidades que nos definen como seres humanos y permiten conectar con los demás. Sin embargo, no son lo mismo, ni se pueden usar de forma indistinta. ¿Por qué son tan importantes en nuestra vida?

Cuando hablamos de empatía, nos referimos a la facultad de ponernos en el lugar de la otra persona, validar y comprender sus emociones. Según su concepción moderna, procede del griego que significa "dentro de él" y "lo que se siente", y debe estar presente en nuestra vida cotidiana.
Como espejos emocionales, reflejamos lo que los demás sienten y, en ese acto de resonancia, entendemos su estado emocional desde una perspectiva íntima y personal. Sin embargo, la empatía en sí misma es pasiva en cuanto a la acción, porque esencialmente es una comprensión de los demás, sin la intervención. Es estar presente en el mundo emocional de otro, con el valor que ello conlleva, aunque sin mover un dedo.
La transformación hacia la compasión
La compasión surge cuando la empatía se encuentra con la acción. No se trata solo de entender el sufrimiento ajeno, sino de sentir un impulso ineludible de aliviarlo. Este noble sentimiento se materializa en tres pilares fundamentales, que son los componentes de la compasión:
• Humildad y entrega: la verdadera compasión aflora cuando nos acercamos a los demás desde un lugar de humildad y entrega, reconociendo que, más allá de cualquier diferencia, todos compartimos la misma vulnerabilidad ante el sufrimiento. Esta conexión empática se convierte en el terreno fértil para un apoyo genuino y desinteresado.
• Sentido de responsabilidad: comprometernos con acciones concretas es el corazón de la compasión. Se trata de un deseo genuino de asistir, prometiendo y cumpliendo con un apoyo que va más allá de las palabras, que se extiende hacia acciones que pueden mejorar, aunque sea un poco, la condición humana de aquellos que sufren.
• Acción prudente: la sabiduría de la compasión reside en saber cuándo y cómo actuar. No se trata de grandes gestos heroicos, sino de pequeñas acciones realizadas con sensibilidad y cuidado, respetando siempre la dignidad y las limitaciones de los afectados, y reconociendo que a veces, el silencio al compás de la otra persona puede ser el bálsamo más poderoso.
La compasión en acción
En nuestra vida cotidiana y profesional, podemos cultivar la compasión a través de prácticas conscientes que nos llevan de la empatía al compromiso activo. Desde escuchar atentamente hasta ofrecer nuestro tiempo y recursos, cada acto de compasión fortalece nuestra conexión con los demás y nos eleva como individuos y, por lo tanto, como sociedad.
La compasión es, entonces, la manifestación más elevada de la empatía. No sólo sentimos el dolor ajeno, sino que nos movemos hacia él con la intención de aliviarlo. Es un llamado a la acción que resuena con nuestra esencia más profunda y nos recuerda que, en el tejido de la vida, estamos unidos por hilos de emociones compartidas.
Cuidado con los excesos
El cuidado especial que necesitamos tener es el de no caer en la ecpatía (un exceso de empatía), desde el que no podemos ayudar a los demás de tan involucrados que estamos, ni tampoco en la fatiga por compasión, qu es el fenómeno que ocurre cuando una persona se involucra de manera tan profunda en el sufrimiento de los demás que termina sintiendo un agotamiento emocional o una disminución en su capacidad para compadecerse.
En este punto, una sana y sabia auto-regulación emocional suele ser lo más apropiado, porque no es posible ayudar a los demás si primero no nos asistimos a nosotros. Sólo desde ese lugar de auto-cuidado personal, que no es egoísmo, podremos estar presentes de la mejor forma para acompañar a las otras personas.