viernes, 24 de mayo de 2024

Quién fue Canuto el Grande, el Emperador Vikingo del Norte

Durante más de 200 años soportaron que los llamasen bárbaros y asesinos. Las crónicas anglosajonas se referían a ellos como wicingas o vikingos, los "ladrones del mar", que asaltaban las costas y sembraban el terror entre campesinos, artesanos y monjes, entregados al pillaje y a la violación de sus mujeres.


Grabado inglés del siglo XVIII de Canuto el grande o Canuto I, rey de Inglaterra (1016-1035), de Dinamarca (1019-1035) y de Noruega (1028-1035) ) (Imagen: Cordon Press / The Granger Collection, New York).

Pero luego, uno de los descendientes de esa estirpe de "saqueadores del norte" se sentó junto a las principales autoridades civiles y de la iglesia, invitado por el emperador a su coronación en Roma. El propio emperador, el papa y los príncipes de Europa lo aceptan como un soberano más, que ganó para sí toda Dinamarca y Noruega, cuyos territorios ahora se extienden por occidente hasta la isla de Gran Bretaña

Nada mal para los rudos campesinos y marinos de una tierra fría y hostil que ha vivido durante siglos subordinada en los márgenes al norte del Imperio Romano.

Desde que en el origen de los tiempos Odín y sus hermanos crearon el "midgard" -el hogar del hombre- e insuflaron la vida a Ask y Embla -padres de la humanidad equivalentes a Adán y Eva-, los antepasados escandinavos llevaron una vida comunal en sus granjas entre escarpados fiordos y espesos bosques.

Estos pastores y agricultores adaptados a un clima adverso se curtieron como guerreros resistentes y excelentes navegantes que convirtieron sus territorios en pequeños reinos gobernados por caudillos que mandaban temibles expediciones marítimas en busca de riquezas y esclavos que vender o emplear en sus granjas nórdicas.

Su presencia fue constante en Gran Bretaña desde que en 793 tres naves atracaron en la Isla de Lindisfarne y de ellas salió un grupo de aguerridos "hombres del norte" que saquearon la abadía, asesinando a los monjes que allí se encontraban o bien llevándolos como esclavos de regreso con ellos.

A lo largo de las décadas siguientes, las tierras habitadas por los anglosajones fueron el principal objetivo de las incursiones nórdicas, pero ni mucho menos el único. También se sucedieron los ataques en los territorios de los reinos herederos del Imperio de Carlomagno y muchas de sus ciudades, como la propia París, atacada y devastada en varias ocasiones.

En una muestra de debilidad, Carlos el Simple tuvo que conceder a los normandos el territorio originario del Ducado de Normandía. Pocos años antes, una poderosa flota danesa atacó ciudades de Al-Ándalus como Sevilla o Córdoba y cruzó el Estrecho de Gibraltar penetrando en el Mediterráneo hasta las costas de Italia.

No es de extrañar el terror que infundían estos guerreros paganos en las crónicas cristianas. De ahí nacería el término "vikingo" como sinónimo de pirata, violador y esclavista que perduró durante generaciones.  

Gracias a las riquezas obtenidas de todos estos botines y el comercio de esclavos, tanto en Dinamarca como en otros territorios nórdicos se consolidaron los pequeños reinos que poco a poco aglutinaron todo el poder en torno a una sola persona.

Así se formaron naciones como Dinamarca, unificada por Harald Diente Azul, un gobernante poderoso, belicoso y buen líder en la batalla, que había acumulado gran prestigio debido precisamente a la actividad guerrera consustancial en los pueblos nórdicos. Harald tomó una decisión clave, más allá de las conquistas territoriales, para unificar su reino: decidió convertirse al cristianismo y con él a toda su nación.

Cuenta la leyenda que al comprobar como el monje germano Poppo tomaba con las manos un hierro al rojo vivo sin hacer un solo signo de dolor y mantenía sus manos ilesas tras soltarlo, Diente Azul reconoció la supremacía de la religión cristiana. La conversión fue algo muy conveniente para el control de un país recién unificado, ya que sus parroquias y obispados actuaron como funcionarios y correa de transmisión de la voluntad regia.

Las historias cuentan que Harald no era el más devoto cristiano, como la ocasión que decidió no invadir Islandia, porque un hechicero pagano le había advertido de que estaba poblada por todo tipo de criaturas monstruosas. Aun así, no dudó en imponer el nuevo credo a sangre y fuego, arrasando las costas de Noruega después de comprobar que su rey su nobleza se habían negado a bautizarse tal y como mi abuelo les había exigido.

Tras su muerte, el reino de Dinamarca fijó su mirada en Gran Bretaña bajo el reinado de Svend I.

Dividida en reinos que luchaban entre sí o se aliaban unos contra otros, la isla poblada por anglos y sajones siglos antes era un objetivo fácil. Sus fértiles tierras costeras estaban desprotegidas y eran blanco de expediciones noruegas, danesas y suecas desde hacía más de cien años. Muchos caudillos escandinavos tenían bases permanentes que se dedicaban a comerciar, a saquear y a ponerse al servicio de uno y otro bando según la conveniencia (y la retribución económica) en cada caso.

A las órdenes de Svend I, llamado "Barba Ahorquillada" por su gran mostacho, que parecía una barba partida, se dirigieron varias de las expediciones de conquista contra los debilitados reinos ingleses a partir del año mil hasta la caída de Londres. Canuto el Grande, entonces, se convirtió en rey de Inglaterra, completando la labor iniciada por su abuelo, que puso las bases del gran imperio sin corona del que ahora era titular.

(Fuente: National Geographic)