martes, 26 de marzo de 2024

El extraño pasado del asbesto, el mineral mortal alguna vez considerado "mágico"

En la galería de minerales del Museo de Historia Natural de Londres, entre hileras de columnas talladas y grandes ventanales, hay una vitrina de roble. Dentro hay una pequeña caja de plástico transparente, etiquetada con la advertencia "NO ABRIR".

Por sus propiedades ignífugas y aislantes, el asbesto se utilizó mucho en la construcción (Foto: Getty Images).

El estuche contiene lo que parece una bola de pelusa gris y fibrosa como la que se podría encontrar en un secarropa, o el tipo de cosas que un búho podría regurgitar. Parece algo exhibido por accidente. Pero aunque este artefacto está sellado de forma segura dentro de su caja y no representa ningún riesgo para el público, en su interior hay algo mortal: es un monedero de asbesto. Curiosamente, esta reliquia pálida y destrozada perteneció nada menos que al padre fundador estadounidense, Benjamin Franklin.

Durante milenios, el asbesto no se consideró un peligro mortal ni era una palabra que ahora se pronuncia en voz baja y se asocia con tragedias y escándalos. Era más bien un material apasionante, incluso milagroso, con propiedades muy atractivas.

Este es el pasado del asbesto como "mineral mágico", una época extraña en la que se lo tejía para confeccionar prendas dignas de reyes y se usaba para trucos en fiestas. Un filósofo del siglo XVIII dormía incluso con un gorro hecho con este material.

Valiosa adquisición

En 1725, Franklin aún no era el erudito y político que recordamos hoy. En ese momento, era un joven de 19 años con problemas de liquidez que recientemente había sido abandonado en Londres por un empleador sin escrúpulos.

Afortunadamente, el valiente adolescente había conseguido un nuevo trabajo en una imprenta, pero necesitaba una forma rápida de recaudar fondos adicionales.

Con el tiempo, la colección de Hans Sloane formó la base del Museo de Historia Natural, inaugurado en 1881 (Foto: Alamy)..

Un día, a Franklin se le ocurrió la idea de enviar una carta al coleccionista y naturalista Hans Sloane, alertándole de que había traído varias curiosidades desde el otro lado del Atlántico que podrían ser de su interés. Entre ellas se encontraba el famoso monedero de asbesto, un objeto que aparentemente era resistente al fuego. Cuando se ensuciaba, se podía arrojar a las llamas para "purificarlo".

Sloane invitó a Franklin a su casa, y el muchacho recibió un pago "muy generoso" por este artículo nocivo, que finalmente terminó en el Museo de Historia Natural de Londres.

Un material "maravilloso"

De hecho, la extraordinaria resistencia al fuego del asbesto se había descubierto varios miles de años antes y tiene una larga historia de uso en rituales y entretenimiento.

En el siglo I d. C., el autor romano Plinio el Viejo presentó a sus lectores un nuevo tipo de lino, conocido como "lino vivo", que podía usarse para fabricar una variedad de productos extravagantes.

Incluso él mismo había sido testigo de sus propiedades: las servilletas, cuando se las lanzaba al fuego, quedaban más limpias y frescas que antes.

Esta misma sustancia, explicó, también se utilizaba para confeccionar los sudarios funerarios de los monarcas; como el lino vivo no ardía, ayudaba a mantener sus cenizas separadas del resto de la pira.

El material era, de hecho, asbesto, y en aquella época las historias sobre sus propiedades ya se habían extendido por todo el mundo antiguo. Otras fuentes sugieren que se usaba para toallas, zapatos y redes.

Un relato de la antigua Grecia describe una lámpara dorada hecha para la diosa Atenea, que supuestamente podía arder durante todo un año sin apagarse y tenía una mecha hecha de "lino de los Cárpatos", que se cree que es otro nombre para el asbesto.

Origen

Plinio creía que su "lino especial" era resistente al fuego debido a su origen en los desiertos de India. En este ambiente abrasado por el sol, donde "nunca llueve", sostenía que se endureció por el calor. Las teorías posteriores incluyeron que estaba hecho de piel de salamandras, que, incluso en la época medieval, se creía que eran resistentes al fuego. Ambas ideas estaban muy lejos de ser correctas.

El asbesto es un mineral natural y se puede encontrar en depósitos rocosos repartidos por todo el mundo, desde los Alpes italianos hasta el interior de Australia.

Puede adoptar muchas apariencias, dependiendo de su origen y de su uso, pero bajo el microscopio hay un signo revelador: fibras rígidas en forma de agujas. Aunque parezcan frágiles, estos diminutos hilos no se destruyen fácilmente: son resistentes al calor, químicamente inertes y no pueden ser descompuestos por agentes biológicos como las bacterias.

Uso extendido


Además de sus propiedades ignífugas, la resistencia del asbesto lo convirtió en un complemento útil para los productos domésticos, incluso en el año 2500 a.C.

En 1930, arqueólogos descubrieron cerámica antigua enterrada en las orillas del lago Juojärvi, mejor conocido como "el lago más limpio de Finlandia". Un análisis posterior reveló que había sido reforzada con asbesto.

La popularidad del asbesto no disminuyó y en la época medieval existía un floreciente comercio de este mineral mortal.

Carlomagno
, que se convirtió en el primer emperador del Sacro Imperio Romano Germánico en el año 800 d.C., era un profesional de los banquetes que se abrió camino hacia el éxito diplomático. Según la leyenda, para estas ocasiones hizo tejer un mantel blanco como la nieve con amianto, una variedad de asbesto, que habitualmente arrojaba al fuego como truco de fiesta.

El asbesto incluso llegó a utilizarse en la guerra. La catapulta era una máquina de guerra utilizada durante las cruzadas cristianas y consistía en una estructura de madera que podía lanzar bolsas de brea o alquitrán en llamas contra objetivos enemigos.

La producción de asbesto aumentó significativamente a finales del siglo XIX (Ilustración: Getty Images).

Al envolver las bolsas de brea en asbesto los caballeros podían evitar que se quemaran antes de llegar a su destino. También se añadían fibras tejidas de asbesto a las armaduras, donde sus propiedades como aislante térmico ayudaban a mantener calientes a quienes las usaban.

Sin embargo, fue alrededor del siglo XII cuando el asbesto adquirió una aplicación más familiar. En 2014, científicos revelaron que habían descubierto fibras de asbesto en el yeso de las paredes detrás de pinturas murales bizantinas en Chipre.

Durante la mayor parte de su historia, el asbesto fue considerado un material muy valioso, incluso precioso; Plinio atestigua que, al menos en su época, era más caro que las perlas.

Pero hacia finales del siglo XIX se descubrieron grandes depósitos en Canadá y Estados Unidos y su uso se disparó. Al principio se utilizó en centrales eléctricas y máquinas de vapor, pero pronto el mineral empezó a infiltrarse en los hogares.

Las mismas propiedades que habían hecho que este material fuera atractivo por miles de años, fomentaban ahora su libre aplicación allí donde se requería protección contra incendios, refuerzo o aislamiento térmico.

A finales del siglo XX, el mineral estaba tan extendido que se fabricaban muchas tuberías de agua con él.

Fibras de asbesto vistas en un microscopio (Foto: Getty Images).

Indicios de toxicidad

Sin embargo, ya en la antigüedad había indicios de que el asbesto era tóxico y con cada siglo que pasaba, el riesgo se hacía más evidente.

En 1899, un médico inglés registró el primer caso confirmado de muerte directamente relacionada con el material: un trabajador textil de 33 años que había desarrollado fibrosis pulmonar.

En Reino Unido, el asbesto se prohibió en 1999, pero gran parte de este material utilizado (por ejemplo en la construcción) antes de esta fecha sigue vigente; y a medida que los edificios se degradan, plantea un riesgo importante para la salud.

Y todavía se utiliza en gran parte del resto del mundo. Estados Unidos continúa importando asbesto del extranjero, aunque la Agencia de Protección Ambiental del país está estudiando medidas para frenar su uso.

El monedero de Franklin nos recuerda que este peligroso material todavía nos acecha, incluso en los lugares más inesperados.