lunes, 29 de julio de 2024

Qué era el Grand Gignol, el teatro del horror parisino donde todo podía suceder

Le Théâtre du Grand  Guignol, o sencillamente el Grand  Guignol, fue una teatro que desarrolló su actividad entre 1897 y 1962, cuyas puestas estaban atravesadas por una estética y temáticas muy especiales. Los desmayos eran moneda corriente en este sombrío espacio parisino que inspiró las películas de terror que vemos hoy.


Frente original del Grand Gignol.

A comienzos del siglo XX, en las obras del Théâtre du Grand-Guignol pasaba de todo: derretían caras, cortaban cabezas, quitaban ojos de sus órbitas, desollaban viva a la gente, estrangulaban niños; había excesos: de sangre, sudor, abundaban la sífilis y la lepra, así como drogas, hipnosis, sangre de nueve colores diferentes y a chorros, locura, excitación, desmayos, gritos, sexo, risa.

Tenía su sede en una pequeña sala que, aunque ubicada en Pigalle, se encontraba muy  cercana  al  barrio de Montmartre,  participando de esta manera del ambiente bohemio, alternativo, contestatario y rebelde que caracterizaba aquella zona de París, situada a la sombra de la basílica del Sacré  Coeur (Sagrado Corazón). La sala era una antigua capilla neogótica que, aunque desacralizada,  conservaba su decoración religiosa. Esta decoración le otorgaba al local un cierto aire misterioso y lúgubre.

Se especializó en subir a escena obras de teatro breve, de tal manera que los programas que componían sus sesiones estaban constituidos por entre tres y seis obras que combinaban distintos géneros: drama, comedia, sainete, vodevil y musical. Pero el género que más caracterizó al Grand Guignol, y al que debe su fama, fue el del terror, pero no un terror cualquiera. Estas piezas no se limitaban a crear una atmósfera de tensión o a evocar cándidas fórmulas del pasado como pudieran ser, por ejemplo, las apariciones fantasmales.

En el escenario del Grand Guignol había crueldad y violencia exacerbadas en forma de mutilaciones, decapitaciones, apuñalamientos, y otros muchos actos de sadismo. Las obras en sí solían tener argumentos enormemente escabrosos y muy perturbadores  (crímenes cometidos en el seno del ámbito familiar, comportamientos violentos de enfermos mentales, torturas perpetradas en lugares exóticos, etc), pero más intimidante resultaba aún la puesta en escena, en donde no se escatimaba en trucos y efectos especiales de todo tipo para crear ambientes siniestros y, muy especialmente, para dar veracidad a los actos extremos que tenían lugar sobre el escenario.

El lugar era pequeño, y por eso funcionaba. El escenario en donde ocurrían las masacres ficticias tenía 49 metros cuadrados. Sólo 250 privilegiados eran testigos de las representaciones sin censura que sirvieron como semilla de los subgéneros del terror cinematográfico que hoy conocemos como slasher y giallo.


Oscar Metenier, creador y primer propietario del Grand Gignol.

El creador y primer propietario del teatro fue Oscar Metenier, un ex policía devenido dramaturgo que venía de haber trabajado en obras naturalistas. Lo inauguró el 13 de abril de 1897, y el lugar no discriminaba a nadie: ricos y pobres  se entremezclaban con el olor a incienso, la oscuridad y los asientos sucios.

Metenier llevó adelante representaciones que eran algo así como las fotos en movimiento de todo lo que había visto en la calle y en los periódicos. Las puestas en escena que motivaba eran como presenciar "personalmente" aquellos episodios vertiginosos protagonizados por marginados que días atrás habían sido noticia.


Todo cambió con una obra de Guy de Maupassant en donde se veía a una prostituta francesa matar a un oficial alemán. Tampoco hay que quitarle mérito al segundo dueño del teatro, Max Mauney, quien se apoderó del Guignol en 1898. La conexión entre ambos factores es simple: Mauney notó cómo la gente se excitaba al ver a la prostituta francesa asesinar al oficial extranjero y entendió que el pueblo necesitaba sangre a chorros.

Entonces recurrió al infalible melodrama y a los crímenes sangrientos. Desde Mauney, el Grand Guignol ofreció obras de terror convincentes, casi siempre basadas en hechos reales, que usualmente tenían como eje central temas relacionados a la falta de cordura y a la violencia explícita.

Una obra que ejemplifica el aura del Guignol es "Le Laboratoire des Hallucinations" (El Laboratorio de las Alucinaciones), de André de Lorde, el dramaturgo estrella del lugar. En ella se cuenta la historia de un médico celoso que se venga de un paciente volviéndolo loco. Todo termina con los dos clavándose objetos punzantes en el cráneo.



Así como para los textos estaba André de Lorde, para los efectos especiales estaba Paul Retineau. Retineau hacía magia con cualquier instrumento que tenía a mano. No se valía de grandes presupuestos para hacer globos oculares salidos de su eje, chorros de sangre incesantes, rostros desintegrados por ácido (o quemados por estufas) o cabezas cortadas que seguían convulsionando aún después de haber sido cortadas. Solo le bastaban unos pocos ingredientes e ingenio para controlar luces y sonidos.

El mejor ejemplo del buen uso que hizo de los efectos "low cost" es el de la obra breve "The Torture Garden" (El Jardín de las Torturas), en donde debían desollar vivo a un personaje. Retineau obtuvo una cinta adhesiva y pintó de rojo el lado engomado. Se lo colocó al actor e hizo que otro se lo quitara. Cuando esto suecedía aplicaba un sonido de desgarro, y con eso era sufieciente para crear un efecto convincente.

Las obras como aquella provocaban tanta algarabía en los espectadores que había cubículos especiales para quienes querían ver y no ser vistos. Eran los palcos que se parecían a confesionarios. Allí sucedían desde ruidosas escenas sexuales hasta situaciones en donde predominaban los gritos guturales. Y eran moneda corriente los desmayos.


Los palcos del teatro Grand Gignol.

En una obra se desplomaron seis espectadores a la vez. La lujuria era total: cuanta más gente se desmayaba, mejor. Mauney decía a viva voz que había hombres y mujeres que se desmayaban en su teatro, y lo hacía para provocar interés. También aclaraba que todo aquel que iba a ver sus obras tenía un médico a disposición por si le pasaba algo. Una vez, de hecho, se desmayó el médico.

Para aminorar lo sombrío de cada evento había lo que él llamaba "duchas de agua fría y caliente", que no eran más que obras cómicas de descanso. El efecto que buscaba el Guignol era el de excitar y exprimir.

Las obras eran respetadas por la crítica. Detrás de los textos había dramaturgos de renombre que sabían lo que hacían y sobre el escenario actores y actrices que estaban dispuestos a todo. Junto a De Lorde, encima, trabajaba Alfred Binet, un psicólogo experimental que le daba sustento a las ideas alocadas del dramaturgo.

La actriz que simboliza al Guignol es Paula Maxa, la primera "scream queen" (reina de los gritos),o la mujer "más asesinada del mundo". Dicen que murió alrededor de 10.000 veces de maneras distintas y que gritó "¡Ayuda!" 983 veces, "¡Asesino!" 1263 y "¡Violación!" en 1804 oportunidades.

La siguiente propietaria del teatro fue Camille Choisy, quien reemplazó a Mauney en 1914 y se hizo cargo del Guignol hasta 1930, que le restó importancia al texto de las obras e hizo prevalecer la puesta en escena. Incluso, una vez compró un quirófano entero para que todo se viera convincente.

Dos guerras y el cine

Tras la Primera Guerra Mundial, el furor por el Grand-Guignol empezó a mermar. En 1930, Jack Jouvin tomó la posta de Choisy y se enfocó en el drama psicológico por sobre lo morboso y explícito. Expulsó a Maxa por celos y con ello firmó el inicio de la debacle.

Como si no hubiera sido suficiente con la primera, la Segunda Guerra Mundial dio cuenta de que los sucesos de la vida real ya superaban con creces a los ficticios. Durante el conflicto bélico, el teatro era frecuentado por oficiales nazis que habían ocupado Francia, motivo suficiente para que el pueblo considerara que el Guignol había sido contaminado.

Todo esto hizo que los espectadores buscaran otra cosa. Estaban hartos de ver a gente real sufriendo y el Guignol lo único que podía ofrecerles era eso y poco más.


La fachada actual del Grand Gignol.

Terminada la Segunda Guerra Mundial, el teatro retomó su programación habitual y lo hizo autoparodiándose y exagerando todo al punto de llegar al ridículo.

El cine, aquel arte al que terminaría inspirando, propinó el golpe final que acabó de rematarlo. El horror que ofrecían realizadores como Alfred Hitchcock hizo que el público quisiera ver a Marion Crane (peersonaje de la película "Psicosis") en lugar de a personajes como los de Maxa.

Intentando superar los efectos que provocaba el cine de terror de finales de los cincuenta y comienzos de los sesenta, el Guignol cerró sus puertas en 1962, cuando Charles Nonon era su director.

Y así, como olas que se juntan una arriba de otra y forman un tsunami, el cúmulo de inspiraciones desprendidas del Guignol inundó las salas y las plataformas que consumimos hoy en día. Quizás, al igual que los espectadores de aquel entonces, todavía haya entre nosotros sed de espectáculos de muerte.

(Fuente: Clarín / Wikimedia / otros)