Los pequeños crustáceos saltaron a la notoriedad a fines de los '70. Estuvieron impulsados por una importante dosis de marketing en dos rubros que no siempre se llevan bien: juguetes y mascotas. En realidad eran -y son- tan sólo un alimento especial para peces.

(Foto: Kim Taylor / National Picture Library / Corbis).
"Sólo añade agua y deja que la diversión surja. Las únicas mascotas vivientes que tu crías. Los 'Sea Monkeys' ya están aquí y no sabemos qué hacer con ellos. Graciosos, divertidos, con colas de monos, verdaderos acróbatas acuáticos, juguetones hasta el cansancio y fáciles de criar".
Con semejante promoción, los Sea Monkeys provocaron furor entre los chicos -y los no tan chicos- de finales de los '70.
El fenómeno, apoyado en una eficiente campaña publicitaria con -por entonces- llamativas herramientas de marketing, fue tan impactante como efímero. Fue tal la llegada que tuvo el producto que buena parte de quienes hoy superan la barrera de los 30 años, lo tienen incorporado como uno de los mayores engaños al que los arrastró el consumo.
Lo curioso del caso es que, aún hoy y llegado el caso, nadie podría apelar a algún organismo de defensa al consumidor para reclamar por estafa, e incluso un buen abogado se las vería en figurillas para demandar al representante del producto.
Es que todo lo que los vendedores decían sobre estas criaturas era cierto. Y es más, los Sea Monkeys existen y hasta se producen en Neuquén, Argentina, más precisamente en el Centro de Ecología Aplicada, en Junín de los Andes.
Lo que sí es una rotunda mentira es que tengan brazos, patas o caras: es decir no son antropomorfos. Y también están muy pero muy lejos de parecerse a un simio. ¿Qué son los Sea Monkeys? Un pequeño crustáceo que nace de diminutos huevos encapsulados que eclosionan al contacto con el agua y en un medio salino.
Se trata de un viejísimo alimento vivo para peces que un comerciante e inventor norteamericano, Harold von Braunhut, descubrió como un excelente medio para ganar dinero, sobre todo en las grandes urbes.
La historia de von Braunhut ya es de por sí curiosa y lamentable: su nombre era Harold Nathan Braunhut, de ascendencia judía, pero cambió su nombre insertando el "von", lo que le daba un aire más alemán, porque era un acérrimo racista y defendía la por entonces llamada "supremacía blanca".
Volviendo al bichito en cuestión, se llama Artemia Salina y es un pequeño organismo que vive en las aguas salobres e hipersalinas de todo el mundo. Es la presa viva más adecuada para la alimentación de los estadios post-larvarios de muchas especies de peces y crustáceos marinos.
Una definición enciclopédica indica que "en su fase adulta resultan un aporte interesante para una multitud de invertebrados e peces de acuario: es un crustáceo de la subclase de los anostráceros y conforma el plancton de las aguas continentales salobres".
El director del mencionado Centro de Ecología Aplicada de Neuquén (CEAN), Alejandro del Valle, explicó que en los laboratorios de Junín de los Andes "se los damos como comida a los alevinos de pejerrey, es un alimento muy bueno y muy conocido; lo que hicieron fue un gran negocio con mucho engaño", afirmó el biólogo.
El científico explicó que lo más impactante de la Artemia Salina son los huevos "tipo quiste, que resisten cualquier cosa, quedan en vida latente y pueden soportar varios años hasta que eclosionan en contacto con el agua", agregó.
Con su nombre "Sea Monkeys", la Artemia Salina se vende en distintos lugares del mundo, con gran difusión sobre todo en las grandes ciudades donde se transforman en una alternativa a la falta de mascotas tradicionales. En Internet y para Estados Unidos, se pueden ver ofertas del kit de los Sea Monkeys con pecera, aireador y una lupa incluida a precios que van desde los 12 hasta los 30 dólares. Si se piensa en el furor que desataron hasta hace unos años las mascotas virtuales ("tamaguchis"), la fantasías de los "monos que son un crustáceo" no parece una locura.
Para incubarlos se puede apelar a un aparato que se coloca dentro del acuario, con un macarrón que insufla aire y manteniendo una temperatura de 27 grados y con oxigenación que llegue casi a la saturación. De acuerdo a las enciclopedias, a las 48 horas nacen las artemias que a las tres semanas se cruzan entre sí.
El macho se identifica fácil: siempre está en la parte posterior de la hembra. La alimentación es sencilla, levadura común o fitoplancton que se venden en los acuarios.
La anécdotas sobre los Sea Monkeys son tantas como personas que recuerdan las promociones de 1979, cuando costaban 8.900 pesos y el azúcar era ofertado a 845 pesos.
Ricardo Dovio, que fue representante del producto en la Argentina, defiende la oferta de estas particulares mascotas y cuenta que de su mano los Sea Monkeys fueron a Brasil, a los supermercados a promocionarlos, "algo que en esa época a nadie se le hubiera ocurrido", dijo.
"La idea original, de darle colorido, montar toda una industria gráfica alrededor del producto y convertirlo en un juego es norteamericana. Aquí solo hicimos la adaptación y lo comercializamos en Buenos Aires y en la región", explicó el multifacético farsante neuquino.
Con todo, a un cuarto de siglo de su lanzamiento, los Sea Monkeys asoman como un ejemplo de cómo se puede engañar diciendo la verdad y cómo el marketing puede disparar indefinibles necesidades de consumo. Y aunque parezca increíble para quienes recuerdan aquellos días, estos animalitos existen y están entre nosotros.
(Fuente: rionegro.com.ar)