jueves, 22 de agosto de 2024

Cómo se vive en la isla habitada más remota del mundo, a la que sólo se llega navegando durante una semana

Está en medio del Océano Atlántico. El puerto más cercano está a 2.792 kilómetros y no tiene aeropuerto. Desde la Argentina, el camino más rápido para llegar sería: primero, volar a Sudáfrica y, luego, navegar 7 días (o más, depende de la meterorología) desde Ciudad del Cabo. Al llegar, y solo si la niebla lo permite, se puede amarrar en su capital, Edimburgo de los Siete Mares. Bienvenidos a la isla de Tristán De Acuña.


Vista aérea de Edimburgo de los Siete Mares, la capital de Tristán De Acuña (Foto: Getty Imges).

La también (y habitualmente) llamada Tristão Da Cunha en portugués tiene un policía, un pub, un almacén y 236 residentes estables que viven sobre el eje de un volcán activo, el "1961", bautizado así en alusión al año de su última erupción. El hielo que hay en su cumbre sirve como fuente de agua potable durante todo el año.

Tristão Da Cunha fue el nombre del explorador portugués que descubrió lo que en realidad es un archipiélago cuya isla mayor, a la que nos estamos refiriendo, dio su nombre. Seguramente no estaba buscando estas remotas islas, pero a comienzos del siglo XVI, Tristão avistó el lugar por primera vez. No desembarcó debido al oleaje, pero eso no impidió que bautizara el archipiélago con su nombre. Los portugueses afirman que el buque Lás Rafael llegó a la zona en 1520 como escala en busca de agua, pero el desembarco documentado es el del barco Heemstede de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales. Llegaron por primera vez en 1643 y, en los siguientes años, desembarcaron otras cuatro veces. Y está documentado porque elaboraron los primeros mapas.

Un siglo más tarde, exploradores franceses recogieron muestras en la isla e informaron sobre restos humanos que podrían estar relacionadas con las exploraciones holandesas y en los años siguientes se intentó colonizar el archipiélago, pero la idea no cuajó: era demasiado remota. Tanto, que diferentes autoridades británicas dejaron caer la idea de que la isla pudieraa ser un alivio para las sobrepobladas prisiones del país, pero eso tampoco pasó de la mesa de proyectos.


Edimburgo de los Siete Mares, el único asentamiento de la isla, visto desde el agua (Foto: Michael Clarke Stuff).

La situación cambió en 1816. Cuando Napoleón fue enviado a la prisión en Santa Elena (a unos 2.000 kilómetros al norte de las islas), el Reino Unido las anexó bajo su mando y las convirtió en una Colonia del Cabo en Sudáfrica. Esto se hizo con una doble intención: evitar un posible rescate a Napoleón desde allí (recordemos que varios ya conocían las islas) e impedir que Estados Unidos utilizara la isla como base para cruceros de guerra. Por cierto, el gobierno hoy en Tristán, aunque con mucha independencia, depende de Santa Elena.

Segunda Guerra Mundial y langostas

Un año después, esa guarnición empezó a abandonar la isla, pero hubo quien se quedó. Para 1824, Tristán de Acuña tenía una población de 22 hombres y 3 mujeres y la isla amagó el convertirse en un puerto de paso para los balleneros que iban a operar al Atlántico Sur. Sin embargo, la apertura del Canal de Suez en 1869 y el paso de barcos de vela a los impulsados por carbón hicieron que ya no fuera necesario ir tan lejos para reponer víveres.

De la manera que sea, la población siguió prosperando poco a poco, pero en 1885 llegó el desastre del bote salvavidas Tristán, el mayor misterio, y a la vez la mayor tragedia, de la isla. El barco West Riding en la ruta Bristol - Sydney decidió hacer escala en Tristán para abastecerse. No llegó al puerto, pero eso no impidió que casi todos los hombres en edad de trabajar, unos 15, se acercaran al gran buque en un bote salvavidas para intentar comerciar.

Tenían algo de ganado y papas, con lo que esperaban hacer tratos para conseguir harina y otros alimentos, pero nunca más se los volvió a ver. Y aquí está el misterio, ya que uno de los habitantes de la isla afirmó que el bote se mantuvo cerca del barco, que se iba alejando poco a poco y, con él, el bote con los 15 isleños.


El señalador rojo indica la ubicación de Tristán De Acuña en el planisferio (Foto: Google Maps).

El capitán del West Riding dijo que vio un barco con velas e intentó saber de qué se trataba, pero que desapareció en la distancia y, aunque se quedaron por la zona, no consiguieron ver nada, por lo que se marcharon. Sin embargo, en la isla piensan que sí vieron a los hombres y que no sólo los subieron a bordo, sino que los vendieron como esclavos en Sydney.

De la manera que sea, en la iglesia de Santa María en Tristán hay una placa con los nombres de esas 15 personas que dejaron 13 viudas en la isla. A lo largo de los años, otros científicos llegaron a la isla con la intención de documentarla, pero haciendo un salto temporal, nos plantamos en la Segunda Guerra Mundial. La isla ahí tuvo cierto desarrollo, puesto que se utilizó para monitorear submarinos alemanes.

El desarrollo en la isla incluyó la construcción de una escuela, una tienda y un hospital, pero quizá lo mejor para la comunidad fue el negocio de la langosta de los años '50. Reino Unido proporcionó personal para servicios clave de administración, operadores de radio, maestros y un doctor, así como un sacerdote. En 1949 se formó la Tristan Development Corporation y se creó una fábrica de conservas con empleo remunerado cuyo principal producto era el marisco.

La alegría del marisco no duró demasiado, ya que en la década de 1960, el volcán que formó el archipiélago entró en erupción y, como los habitantes eran ciudadanos británicos, el gobierno los evacuó. Primero fueron a Ciudad del Cabo, pero más tarde fueron llevados a Reino Unido y, cuando las aguas se calmaron y el volcán terminó su actividad, se ofreció una oportunidad única a los isleños: quedarse en Reino Unido o volver a casa.

Se podría pensar que la elección era obvia, puesto que quedarse en Inglaterra abre un océano de posibilidades, pero la mayoría de los habitantes de Tristán de Acuña lo tenían claro: querían volver a casa, concretamente a su ciudad, llamada Edimburgo de los Siete Mares. Y tiene sentido tanto porque no dejan de ser una enorme familia (en el sentido más literal) como porque el ritmo de vida de Reino Unido era frenético en comparación con el de la isla, con novedades como un sistema económico y de trato entre vecinos totalmente diferente.

A finales de la década de los 80, la isla tuvo un pico de habitantes, con casi 300 personas, pero poco a poco, la cifra ha ido menguando hasta unos 234 actuales. Y eso de que son familia no es una exageración. De hecho, cinco de los primeros ancestros eran asmáticos, algo que hoy tiene un bestial reflejo en la población de Tristán de Acuña con un 52% de los habitantes, también, teniendo asma. Es la mayor tasa de asmáticos a nivel mundial, ya que la media se sitúa en un 7%.

Además, es una comunidad muy peculiar. No hay un parlamento ni políticos, ya que el poder ejecutivo reside en el gobernador de Santa Elena. Los vecinos tienen un consejo que permite que todos los ciudadanos participen de las decisiones clave, pero luego tienen que mandar esas solicitudes al gobernador de Santa Elena y, en última instancia, la decisión final es del rey Carlos III.

Y algo que se les da bien es beber. La media de consumo de whisky en Reino Unido es de 1,25 litros por persona al año, la media en Tristán de Acuña es de 50 litros de whisky al año. En cualquier otro país, con una economía diferente, eso es un auténtico dineral (además de un puñetazo al hígado), pero el único pub de la ciudad estará contento.


Sobre la economía del resto de la isla, excepto los años boyantes del marisco, lo cierto es que subsisten con la pesca (cuando el mar lo permite) y el cultivo de papas (cuando la tierra es fértil). Dependen de comida que llega por barcos y, cuando se acaba, hay que subsistir. Pero no pensemos que el whisky se paga solo, ya que los habitantes de la isla han desarrollado mucho el comercio de sellos postales.

Sí, de sellos y postales. Esto permite generar ingresos a nivel internacional y cada poco tiempo se ven nuevas tiradas para conmemorar cualquier cosa o paisaje. Además, tienen tienda en línea para ayudar a la comunidad.

Antituristas

Sabiendo todo esto podríamos llegar a pensar en hacer un "viaje exótico para desconectar". Seguro que es un lugar de lo más tranquilo, pero tiene un enorme problema: llegar allí es una odisea. Debido al relieve, no hay aeropuerto (además, la isla tiene unos 98 kilómetros cuadrados y en ciudades como Ciudad de México o Madrid cabrían quince o siete islas como Tristán de Acuña, respectivamente).


Mapa de Edinburgo de los Siete Mares con la ubicación de la Administración, el hospital, la procesadora de mariscos, dos iglesias, la escuela y (obviamente) en el centro, el pub/bar Albatross.

La única forma de llegar es mediante un barco, pero la verdad es que parece orquestado para que llegar sea casi imposible. Lo primero es que sólo caben 12 pasajeros en ese barco y siempre se da prioridad a médicos, embajadores, familiares de residentes y trabajadores de la isla. Es posible embarcar sólo si queda algún hueco para turistas, pero para colmo, ese barco sólo hace el trayecto 10 veces al año y habrá que tener muchísima suerte para llegar a Sudáfrica y que haya hueco de turista.

Si tenemos suerte, el viaje a la isla es de siete días promedio. Aunque, claro, otra forma de poder viajar a la isla es teniendo trabajo. Y si nos interesa mucho vivir en este remoto lugar, las vacantes aparecen en su sitio web. Ellos mismos avisan que no es común que haya nuevas ofertas, pero la esperanza es lo último que se pierde.

(Fuente: Xataka / La Nación / Wikimedia)