Con gran despliegue técnico y actuaciones memorables, la producción británica de Netflix revela la trama de la masculinidad tóxica en los varones jóvenes y el submundo tecnológico que incita a la violencia y al crimen.

"Adolescencia" es una serie británica creada por Stephen Graham, quien también actúa en la producción (Foto: Netflix).
El operativo es arrasador. Lo primero que uno piensa cuando ve a en la pantalla a todos esos policías armados hasta los dientes entrando a patadas a una casa común, de un barrio común, es, de mínima, que se trata de una acción antiterrorista. Pero no: el objetivo es Jamie MIller, un chico de trece años que se hace pis encima cuando le dicen que se levante de la cama, que está siendo detenido porque es el principal sospechoso de haber apuñalado hasta la muerte a una chica de su clase. Son las primeras horas de una mañana cualquiera cuando se llevan a Jamie, ante la perplejidad, los ruegos y los llantos de su familia. Mientras baja las escaleras hacia la calle escoltado por los policías, Jamie insiste en que no es culpable de nada y le pide ayuda a su padre con desesperación.
Cada tanto, en el mar furioso de novedades de las plataformas aparece una joya como "Adolescencia", la miniserie británica de la que todos hablan, que deslumbra desde su producción técnica (los cuatro episodios fueron grabados en plano secuencia, las actuaciones son extraordinarias, los diálogos, reales y conmovedores) pero también a partir del tema que se anima a tratar sin eufemismos.
La historia no es un estrictamente un policial ni se detiene en los detalles morbosos del crimen; el foco de esta serie -que no para de crecer en la consideración de la crítica y también en la conversación pública de sociedades muy diferentes- no está puesto en la pregunta "¿quién es el asesino?" sino en la búsqueda de las razones que lo llevaron a matar a la chica. Falta el arma homicida pero hay un video que es prueba irrefutable y se ve ya en el primer episodio: todos elegimos no creer en lo que vemos.

La imagen de Katie, la chica asesinada de "Adolescencia". Su voz se escucha en un par de canciones en el segundo y el cuarto episodio de la serie. (Foto: Youtube / Netflix).
La pregunta no es "¿quién mató a Katie?" (ese era el nombre de la jovencita asesinada a quien sólo se verá en fotos y videos, y de quien se escuchará su voz en un par de canciones) sino "¿por qué mataron a Katie?". Y la respuesta es desoladora: es el mundo que fuimos construyendo los adultos el que permite semejante acumulación de frustración e ira en un varón tan joven, incapaz de controlar su furia y tal vez aún sin las herramientas para entender el significado último de lo que hizo. Nunca antes la televisión o el cine habían tratado de manera tan descarnada la masculinidad tóxica incentivada por el resentimiento, la misoginia y el machismo más atroz y los riesgos severos que se esconden detrás del vínculo entre los púberes y los celulares.
No es la pérdida de tiempo el mayor riesgo, no es que dejen de estudiar y elijan entretenerse antes que educarse. A diferencia del pasado, hoy los chicos no están más seguros en su habitación que en la calle y la pantalla ya no está en el centro del living o en el comedor, "perturbando" la cena familiar. La pantalla hoy es un dispositivo privado y es a través de ese dispositivo que se difunden la información y las ideas que pueden convertir a un chico de trece años -y sin que ningún adulto lo advierta- en un monstruo despiadado.

Ashely Walters, como el Detective Bascombe, en "Adolescencia" (Foto: Netflix).
De esto habla "Adolescencia" y lo hace con sensibilidad, empatía y nervio; con calidad artística y también con las palabras justas. En cada episodio, los creadores de la serie buscan respuestas posibles para la ira criminal del adolescente y para eso rastrean en la escuela, entre los amigos, entre sus hábitos y en el seno de la familia.
De este lado de la TV, la pregunta que nos hacemos es dónde estuvo la falla principal; cómo y por qué un chico que podría ser nuestro hijo, a quien cuidamos como lo más importante de nuestras vidas, a quien educamos y le legamos nuestros principios y valores puede llegar a convertirse en un femicida. Cómo y por qué en una misma casa uno de nuestros hijos puede desviarse de un camino para siempre mientras los otros, que recibieron el mismo amor y dedicación, no lo hicieron.
Los miedos son otros
El temor a las malas compañías existe desde siempre. Los miedos acerca de que alguien pueda "llenarle la cabeza" a nuestros hijos no es una novedad y en todas las épocas hubo padres y madres más o menos obsesivos y controladores de las salidas y amistades de los chicos, con la calle como centro de gravedad de las peores tentaciones y riesgos.
Dentro de ese control parental clásico, las pantallas ocupan un espacio relevante: durante décadas fue la televisión el objeto perverso que podía distraer a los chicos de una vida saludable y productiva y ya hace tiempo son las computadoras y los celulares. ¿Es posible monitorear a un hijo las 24 horas del día? ¿Es bueno hacerlo? Al mismo tiempo, y suponiendo que fuera inocuo para la crianza y para su futuro supervisar sin respiro la actividad en internet y en especial en las redes sociales de los chicos, no existe forma de controlar exhaustivamente todo lo que ven y quiénes son las personas con las que intercambian mensajes e información.

La serie se propuso instalar un debate sobre la masculinidad tóxica entre los más jóvenes y la violencia desatada sobre las mujeres (Foto: Netflix).
El gran temor de la selva informática era hasta hace poco tiempo la posibilidad de que los más chicos fueran víctimas de depredadores sexuales, un terror que no se apagó pero al que ahora se suman nuevos fantasmas: la difusión de imágenes privadas sin consentimiento, las fake news alimentadas por la inteligencia artificial, los desafíos extremos, el bullying acelerado por la tecnología, la circulación de ideas peligrosas para la salud y la vida de los adolescentes y también los espacios de acumulación de odio: por género, por raza, por religión y podríamos seguir al infinito.
Aunque se deslizan cuestiones vinculadas al universo de las chicas (el personaje de Jade, la desesperada amiga de Katie, es el ejemplo), el centro de la serie son los varones a esa edad en la que dejan de ser niños para convertirse en adultos, esa edad en la que falta todo y nada alcanza, en la que la insatisfacción con uno mismo y con el entorno es agobiante. Todo adulto lo vivió en carne propia y los que somos padres o maestros o profesionales que tratan con chicos y chicas de esa edad lo sabemos bien: la inseguridad que reina en la adolescencia es uno de los grandes riesgos, la condición que habilita la tristeza, la angustia y en algunos casos el odio a mansalva contra ellos mismos pero también contra los otros.
Es el tiempo en el que la mirada de los pares lo representa todo; cuando un rechazo amoroso puede ser el Apocalipsis, el acoso está a la vuelta de la esquina y cuando, en muchos casos, son los más débiles quienes simulan una fortaleza inexistente y la traducen en incitación a la barbarie. Es un tiempo de alarma para todos los padres.

A partir de la serie, y desde la ficción, muchos adultos entenderán por primera vez códigos reales de los más chicos hasta ahora crípticos o directamente desconocidos (Foto: Netflix).
La serie comenzó a gestarse en 2023 en la cabeza del gran actor Stephen Graham ("Boiling Point", "El irlandés", "Peaky Blinders"). Un día vio la noticia: un chico de trece años había apuñalado a una compañera. Poco después, en el otro extremo del país, otro chico había acuchillado hasta la muerte a una chica de su edad. La escena se repetía. En marzo de ese mismo año, el 18% de las causas por tenencias de arma blanca en el Reino Unido tenían por protagonistas a chicos de entre 10 y 17 años. En la última década, los asesinatos de adolescentes con armas blancas crecieron en un 240%.
"Me quedé en shock. Como padre, pensé: ‘¿Qué está pasando? ¿Qué está pasando en la sociedad para que un chico mate a una chica a puñaladas y esto se vuelva habitual? ¿Cuál es la razón? Y luego volvió a ocurrir, y volvió a ocurrir, y volvió a ocurrir. Realmente lo que quería era arrojar luz sobre esto y preguntar: '¿Por qué está ocurriendo esto hoy? ¿Qué está pasando? ¿Cómo llegamos hasta acá?'”, se preguntó Graham.
En un número significativo de estos casos, los investigadores hallaron que el asesino había sido rechazado por la chica o la mujer asesinada. Un patrón similar se había dado en varios casos de matanzas escolares, con chicos frustrados por no ser "populares" y no ser aceptados por las chicas; filas y filas de "patitos feos" sufriendo en soledad, una masa acrítica ideal para terminar radicalizados por adultos violentos, ultraconservadores y fascistas.

Stephen Graham y Christine Tremarco, los padres del protagonista en "Adolescencia". Graham es también el creador de la serie (Foto: Netflix).
Un concepto comenzó a rodar, el de "incel": los célibes involuntarios, los rechazados. De esa frondosa cantera de resentimiento surgen teorías dementes como la del "80 y el 20": según este delirio, el 80% de las mujeres se enamora del 20% de los hombres, lo que determina que el 80% de los hombres no sean deseados y se vean "obligados" a buscar otros recursos para acercarse a ellas. Un futuro tristísimo para un chico de trece años.
La escuela no sabe cómo responder a esta amenaza, tampoco las familias y mucho menos los propios chicos y chicas. Para algunos expertos, aún con los peligros que esto entraña, es tiempo de regular ciertas conductas y también el uso de los celulares por parte de los menores. Lejos de cualquier respuesta institucional o estatal, queda claro que si hay algo indispensable por parte de los adultos es ponerle freno al vértigo de la productividad y el narcisismo para poder, también nosotros, levantar la vista de la pantalla y observar con atención a los chicos. Para observarlos y para acercarnos: vivir con ellos no significa estar ligados de manera expresamente amorosa y atentos a sus necesidades y a su sufrimiento.

Owen Cooper y Erin Doherty, como la psicóloga, en el inolvidable tercer episodio de "Adolescencia" (Foto: Netflix).
La serie, tan perfecta como abrumadora, no da respuestas porque es una tarea imposible: nadie las tiene. Lo que hay, sí, y por primera vez en un producto de alcance masivo, es un diagnóstico: el camino por el que estamos transitando como humanidad solo asegura menos justicia, menos respeto, menos felicidad y más odio, violencia y desenfreno. Aunque hay nombres propios de personas que especulan con el desconocimiento del mundo adulto y se aseguran su cuota de daño sobre nuevas generaciones de varones frágiles y en crisis, no hay forma de señalar culpables plenos y la responsabilidad de este estado de cosas es compartida.
"Jamie no es un simple producto de la llamada 'manosfera'. Es producto de unos padres que no lo vieron, una escuela a la que no le importó y un cerebro que no se lo impidió", dijo Jack Thorne, el guionista de la serie. "Los padres pueden intentar regularlo, las escuelas pueden impedir el acceso a los móviles, pero hay que hacer más. Debería haber apoyo gubernamental porque las ideas que se expresan son peligrosas en las manos equivocadas y los cerebros jóvenes no están preparados para hacerles frente", dijo también.

La sensibilidad de Stephen Graham como el padre del chico acusado de matar a su compañera, encuentra su punto más alto en el capítulo final de la serie (Foto: Netflix).
"Adolescencia" se propuso hacernos ver y escuchar una tragedia colectiva de nuestra era para dar espacio a la discusión pública e incentivar a los Estados e instituciones a tomar medidas para evitar más muertes y más vidas afectadas por la tragedia. Pese a que algunas voces masculinas -generalmente anónimas- intentan minimizar y descalificar la serie en las redes sociales mientras la acusan de incurrir en un exceso de corrección política, el debate ya está instalado. Ahora que ya sabemos lo que pasa y lo que puede pasar, ¿qué hacemos con los chicos?
(Fuente: Infobae)