El texto, que presta una voz imaginaria a la niña, explora la vida de la única hija del poeta, que murió con ocho años ocultada e ignorada por su padre.

Malva Marina no podía hablar ni caminar a causa de la hidrocefalia (Foto: F. Julsing).
"Mi nacimiento fue como un accidente de tráfico. Me detuve en seco, me quedé atrancada, retenida en un lugar a media vida entre el interior y el exterior del útero, en un túnel negrísimo. Tuvieron que tirar de mí con mucha fuerza para extraerme hacia la luz del día. No es de extrañar considerando el tamaño que tenía mi cabeza ya entonces, aunque su verdadero e imparable crecimiento aún no había empezado. Así y todo lograron sacarme y fui a parar a una fría habitación de hospital que excluía eficazmente el tórrido calor de Madrid...".

Portada de Malva de Hagar Peeters
Así comienza la narración de "Malva" (Editorial Rey Naranjo), la primera novela de la escritora neerlandesa Hagar Peeters. Es la historia de Malva Marina Trinidad Reyes, muerta en Holanda a los ocho años, la única hija que tuvo Pablo Neruda con su primera esposa, María Antonia Hagenaar.
La verdad sobre esa hija discapacitada que tanto avergonzaba al escritor, a juzgar por el secretismo con que rodeó su corta existencia, comenzó a trascender muy lentamente hace menos de quince años. En 2008 aún no se conocían siquiera imágenes de su tumba, en el Oude Begraatplats, el viejo cementerio católico en las afueras de Gouda, donde no ingresaban nuevos vecinos desde 1973. Los puntos suspensivos de este secreto empezaron a llenarse al calor de las redes sociales, que pusieron en contacto a biógrafos y testigos.
Escribió el poeta a su amiga argentina Sara Tornú, describiendo con crueldad a la pequeña: "Mi hija, o lo que yo denomino así, es un ser perfectamente ridículo, una especie de punto y coma, una vampiresa de tres kilos". La carta continúa con el relato de unas semanas enfermizas: "La chica se moría, no lloraba, no dormía, había que darle comida con sonda, con cucharita, con inyecciones y pasábamos las noches enteras, el día entero, la semana, sin dormir, llamando médicos, corriendo a las abominables casas de ortopedia donde venden espantosos biberones, balanzas, vasos medicinales, embudos llenos de grados y reglamentos. Tú puedes imaginar cuánto he sufrido".
El 2 de marzo de 1943, Malva Marina muere a consecuencia de la hidrocefalia pero también debido al dogma entre los cristianos científicos, que desalientan la medicina. Neruda se entera en México por un telegrama, que jamás respondió. La niña no es mencionada en sus memorias ni existe un verso dedicado a ella, más allá de una alusión, de tono autocompasivo, en el poema "Enfermedades en mi casa". Y el rastro de su esposa Maryka se pierde cuando deja de escribirle cartas al poeta reclamándole ayuda económica.
El hombre que encarna la vanguardia poética, el intelectual militante convertido en dirigente de bronce, una figura que por décadas fue un imán en Sudamérica, le negó a su primera esposa no sólo la ayuda económica para sostener a la niña enferma, a la que no volvió a ver desde sus dos años: también les negó el salvoconducto de canje de ciudadanos que las habría rescatado de una Europa sumida en las penurias de la Segunda Guerra Mundial.
El poeta no sólo ignoró la vida de la pequeña, también ignoró su muerte. Jamás pudo imaginar que el espectro de Malva Marina aparecería bajo la forma de algunas fotografías y una tumba raída, y removería en su propia tumba su silenciada conciencia. Jamás pudo imaginar que, año tras año, todos los días 2 de marzo, el espectro de su hija por él despreciada volvería como la aurora y el ocaso para recordarle su inconclusa labor de padre, y para acompañarlo, como en la novela "Malva", a su propio funeral. Realidad y ficción que desnudan la falsa moral de Pablo Neruda como hombre.
(Fuente: Clarín / ABC / contratapa.uy / elmundo.es / redacción propia)