jueves, 4 de diciembre de 2025

Libros para pensar nuestra sociedad actual: "Vivir en un barrio cerrado", o la antropología del aislamiento en Nordelta

La lógica interna de un submundo donde cada árbol tiene código QR y hay una idea de la naturaleza como algo puro cuando en verdad fue producida, fabricada al detalle. Por eso, entre otros factores realmente naturales, los carpinchos -por ejemplo- generan incomodidad. Ya se encuentra en librerías, y es posible descargarlo en formato digital desde este post.

(Foto: composición propia).

Nordelta es un complejo de barrios cerrados que se volvió un caso paradigmático de la vida en los countries en Argentina: una especie de "Miami de 17 kilómetros cuadrados" emplazado en el conurbano bonaerense, en donde viven famosos, políticos, empresarios y narcos.

Es un espacio que se jacta de ofrecer un modo de vida singular, aislado -pero no tanto- del ajetreo que implica la argentinidad. El sociólogo y doctor en antropología chileno Ricardo Greene decidió estudiar este caso único en Latinoamérica -no sólo por tratarse del más grande, sino también por ser un modelo de ciudad-pueblo autosuficiente-, a través de una etnografía. El resultado de este trabajo acaba de publicarlo la editorial Siglo XXI y se llama "Vivir en un barrio cerrado", con un subtítulo tan elocuente como inquetante: "Cómo se produce la ilusión de confort, pureza y aislamiento". 

A través de conversaciones con taxistas, pileteros, guardias privados, policías, personal doméstico, sacerdotes, albañiles, profesoras y jardineros, y con muchos propietarios y familias residentes a quienes llegó a conocer de cerca, revela la gran heterogeneidad de Nordelta, con barrios donde vive la clase media acomodada y otros más exclusivos.

En esa diversidad, advierte un sustrato común: el deseo de vivir una buena vida, sin conflictos ni tensiones, a salvo de la interacción con otras clases sociales e inmersa en una naturaleza domesticada y prácticas de cuidado del cuerpo y del alma. El autor se detiene especialmente en las zonas de pasaje y de mezcla que demuestran que las fronteras son borrosas y frágiles: cada día entran y salen 7.000 trabajadores de ese santuario que se pretende autónomo, lo que debilita la promesa de un "paraíso incontaminado".

Sin ánimo de caricaturizar ni condenar,  el autor reconoce en esa "ética del confort" el rasgo específico de las élites contemporáneas y de buena parte de los sectores medios y altos que todavía viven en las ciudades, y advierte la continuidad de prácticas de segregación y pureza racial que se remontan al siglo XIX. Al echar luz sobre las nuevas estrategias para construir ciudadanos blancos legítimos y estigmatizar a los foráneos, este libro ayuda a entender los rituales de exclusión en el mundo actual y sus efectos en la vida colectiva.

Greene padeció lo recién mencionado en carne propia: le tomó seis meses ingresar en Nordelta. Durante ese tiempo, trabajó en torno al shopping ubicado del otro lado de la Ruta 27, espacio que define como liminal, por funcionar como área de transición entre el afuera y el adentro de Nordelta, entre lo público y lo privado, tensión que aborda exhaustivamente en el libro. Lograr el ingreso no fue sencillo: "Tuve muchos problemas con la policía, me detuvieron y me amenazaron muchas veces. Pero finalmente pude acceder y hubo familias que me recibieron con gentileza. Familias a las que conocí, con las que trabajé, tomé mate, me mostraron el barrio, me invitaron a cenas", cuenta.

En lugar de explicar los barrios privados como un modo de vida propio del neoliberalismo, propone pensarlos dentro de una serie de lógicas y mecanismos de poder que establecieron jerarquías sociales en Argentina, según la voluntad de "proteger a ciertos grupos de sus enemigos internos y externos", dice Greene.

El miedo constitutivo

El miedo es un elemento central de la vida en Nordelta y el motivo por el cual la mayoría de los vecinos dicen haberse mudado allí. Greene inscribe esta perspectiva en un linaje histórico de la argentinidad, apoyado en el temor y la segregación a otros amenazantes en distintas épocas. El primer capítulo del libro se aboca a ese análisis: hilvana piezas discursivas como las postulaciones sobre Zanja de Alsina, con escritos de Juan Bautista Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento acerca de los "indios", los gauchos y la inmigración europea, sumado a la Campaña del Desierto. También lo conecta con las lógicas de diseño urbano de la Ciudad de Buenos Aires, las fronteras con el Conurbano bonaerense como nuevo "desierto" y el surgimiento de los barrios cerrados en ese territorio desde fines de la década del setenta.

Antes de sumergirse en la sociedad argentina, Greene tenía una idea de que del otro lado de la Cordillera de Los Andes existía un país más bien progresista e inclusivo. En Nordelta se encontró con la naturalización de todo tipo de comentarios racistas. El libro está plagado de ejemplos: cita una conversación entre dos vecinos que hablan de poner un boliche fuera del barrio y uno comenta que "se va a llenar de negros"; también cuenta que luego de una cena con un vecino, Greene le comentó que se volvía a CABA en tren, a lo que el vecino contestó "I see black people" (veo gente negra).

(Nordelta tiene en su interior 27 barrios (Foto: prensa Nordelta).

"La idea de estar habitando una zona rodeada de ‘negros salvajes’ es muy poderosa. El valor de la etnografía es que esos discursos tan naturalizados puedan emerger", comenta. Es una impronta que, a su vez, dialoga con la ética del confort: "Cuando se dice ‘negro’ se habla de alguien que no es capaz de llegar a una vida civilizada, correcta, confortable. Es un síntoma de disconfort y eso genera tensión", explica.

De este modo se alimenta un miedo que, lejos de mermar con la vida de country, se inflama por la imaginación de lo que ocurre afuera. "El miedo ha sido constitutivo en las vidas de los nordelteños, incluso antes de vivir en Nordelta. Se mudaron buscando un espacio más seguro porque, ya sea en CABA o en el conurbano, no se sentían seguros", cuenta Greene a partir de lo que le relataron los vecinos. Sin embargo, destacó una paradoja en relación a la sensación de peligro: al estar aislados, la idea de que lo que los rodea es peligroso, con el tiempo va en aumento.

"Se construye un afuera amenazante a partir de las charlas que mantienen entre vecinos, los grupos de whatsapp y del diario de Nordelta. La información que llega del entorno inmediato en general es negativa, sobre robos o ataques a vecinos; no se informa nada de lo virtuoso que pasa afuera o de las relaciones colaborativas que de pronto aparezcan", explica Greene. Como consecuencia de esta forma de narrar el afuera, "las diferencias sociales que se pueden ver cotidianamente en la vida fuera del barrio, dejan de existir. Su vida es mucho más entre ellos. En esa homogeneización crece una inquietud respecto al espacio público, a cruzarse en la calle con personas de otra clase social. Al no tener ese roce, también se pierde el saber de cómo manejarse en la calle". La consecuencia es una relación de sospecha permanente, de miedo y estigmatización hacia los de afuera.

La naturaleza diseñada y los carpinchos

Uno de los aspectos más destacados tanto por los desarrolladores del barrio como por los vecinos y vecinas, es que se trata de un espacio natural. "El perfil de las personas que se mudan a Nordelta tiene que ver con proyectos bien individuales o a lo sumo familiares, en los que se da mucha importancia a la espiritualidad y a la naturaleza", explica Greene. Pero más allá de este discurso de lo natural, apunta que se trata de una naturaleza sumamente domesticada y artificial.

"No digo que esto sea algo bueno o malo. Es un discurso que apunta a que se trata de un lugar natural, puro, que no ha sido afectado, que es bucólico, prístino. Sin embargo, es fruto de una producción enormemente intensiva: todo ha sido diseñado al detalle", sostiene Greene. Esto se combina con una medición permanente del entorno: cada árbol tiene un código QR, las especies son monitoreadas, se mide el PH del agua permanentemente y existe una extensa normativa respecto al balance ecológico del espacio.

Fue en este escenario que irrumpió una especie que se volvió paradigmática de la ruptura del confort: los carpinchos. Estos simpáticos y amistosos roedores autóctonos de la zona "invadieron" Nordelta durante la pandemia y provocaron reacciones de todo tipo: la voluntad de eliminarlos o de castrarlos o, en los casos más benignos, de crear reservas para que estén sanos… pero alejados, cuando en realidad son los habitantes nativos del lugar.

"Hay una búsqueda de la naturaleza en la que se postula como algo puro y dado, cuando en verdad fue producido al detalle. Por eso el caso de los carpinchos o las invasiones de mosquitos, en última instancia, genera disturbios dentro de barrio", comenta Greene. La propia construcción del barrio, por más que se apoye en una narrativa de armonía con la naturaleza, se hizo a partir de romper senderos biológicos, contaminar napas subterráneas, expulsar especies y una gran pérdida de biodiversidad. "En definitiva, muchísimos efectos negativos en el ambiente natural", advierte el investigador. 

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(Fuente: Página 12 / bajalibros.com / redacción propia)