jueves, 11 de diciembre de 2025

A Dios quizás sí, pero a la Iglesia no: así es el cambio religioso para la población latinoamericana

En una región conocida por sus cambios sociales y políticos tumultuosos, algo se ha mantenido de forma notable durante siglos: América Latina se considera básicamenete católica. Aún así, el panorama religioso de la región está cambiando lenta pero sostenidamente.

Una mujer participa en una procesión del Cristo de Mayo en Santiago de Chile, llevando en procesión por la ciudad una reliquia del crucifijo de una iglesia destruida (Foto: AP / Esteban Félix).

La transformación de 500 años de la región en un bastión católico pareció culminar en 2013, cuando el argentino Jorge Mario Bergoglio fue elegido como el primer papa latinoamericano. América Latina es, desde entonces, el corazón de la Iglesia católica: alberga a más de 575 millones de fieles, más del 40 % de todos los católicos del mundo. Las siguientes regiones más grandes son Europa y África, cada una de las cuales alberga al 20 % de los católicos del mundo.

Pero hace unos cuantos años que algo está cambiando. En primer lugar, los grupos protestantes y pentecostales han experimentado un crecimiento espectacular. En 1970, sólo el 4 % de los latinoamericanos se identificaban como protestantes; en 2014, la proporción había aumentado hasta casi el 20 %.

Pero, incluso mientras aumentaba el número de protestantes, otra tendencia ganaba terreno silenciosamente: una proporción cada vez mayor de latinoamericanos abandonaba por completo la fe institucional. Y  este declive religioso presenta una diferencia sorprendente con respecto a los patrones de otros lugares: aunque cada vez son menos los latinoamericanos que se identifican con una religión o asisten a los servicios religiosos, la fe personal sigue siendo fuerte.

Mujeres conocidas como "animeras", que rezan por las almas de los difuntos, caminan hacia una iglesia para las festividades del Día de los Muertos en Telembi, Ecuador (Foto: AP / Carlos Noriega). 

Declive religioso

En 2014, el 8 % de los latinoamericanos afirmaba no profesar ninguna religión. Esta cifra es el doble del porcentaje de personas que se criaron sin religión, lo que indica que el crecimiento es reciente y proviene de personas que abandonaron la iglesia ya en la edad adulta.

Sin embargo, desde entonces no se había realizado ningún estudio exhaustivo sobre el cambio religioso en América Latina. Una nueva investigación, publicada en septiembre de 2025, se basa en dos décadas de datos de encuestas realizadas a más de 220.000 personas en 17 países latinoamericanos. Estos datos proceden del Americas Barometer, una gran encuesta regional realizada cada dos años por la Universidad de Vanderbilt (EE.UU.) que se centra en la democracia, la gobernanza y otras cuestiones sociales. Dado que plantea las mismas preguntas sobre religión en todos los países y a lo largo del tiempo, ofrece una visión inusualmente clara de los patrones cambiantes.

En general, el número de latinoamericanos que declaran no tener afiliación religiosa aumentó del 7 % en 2004 a más del 18 % en 2023. La proporción de personas que dicen no tener afiliación religiosa creció en 15 de los 17 países, y se duplicó largamente en siete.

Porcentaje de personas que sostienen no tener ninguna afiliación religiosa por país (Foto: Americas Barometer / Datawrapper).

En promedio, el 21 % de las personas en Sudamérica dicen no tener afiliación religiosa, en comparación con el 13 % en México y Centroamérica. Guatemala, Perú y Paraguay son los países tradicionalmente más religiosos, con menos del 9 % que se identifica como sin afiliación, mientras que Uruguay, Chile y Argentina son los tres países menos religiosos de la región.

Otra pregunta que suelen utilizar los estudiosos para medir el declive religioso es la frecuencia con la que las personas acuden a la iglesia. Entre 2008 y 2023, la proporción de latinoamericanos que acuden a la iglesia al menos una vez al mes disminuyó del 67 % al 60 %. Por su parte, el porcentaje de personas que nunca acuden a la iglesia aumentó del 18 % al 25 %.

El patrón generacional es evidente. Entre las personas nacidas hasta la década de 1940, algo más de la mitad afirma acudir a la iglesia con regularidad. Cada generación posterior muestra un descenso más pronunciado, hasta llegar a sólo el 35 % en el caso de los nacidos en la década de 1990. La afiliación religiosa muestra una trayectoria similar: cada generación está menos afiliada que la anterior.

Religiosidad personal

Sin embargo, también se examinó una medida de religiosidad menos utilizada, que cuenta una historia diferente. Esa medida es la "importancia religiosa": la que las personas otorgan a la religión en su vida cotidiana. Podríamos considerarla como "religiosidad personal", en contraposición a la "religiosidad institucional", vinculada a congregaciones y denominaciones formales.

Personas asisten a una misa con motivo del Día Internacional contra el Abuso y el Tráfico Ilícito de Drogas en Buenos Aires, Argentina, el 26 de junio de 2024 (Foto: AP / Rodrigo Abd). 

Al igual que la asistencia a la iglesia, la importancia religiosa general es alta en América Latina. En 2010, aproximadamente el 85 % de los latinoamericanos de los 17 países cuyos datos se analizaron dijeron que la religión era "importante" en su vida cotidiana. El 60 % dijo "muy importante" y el 25 % dijo "algo importante".

En 2023, el grupo que la consideraba "algo importante" se redujo al 19 %, mientras que el grupo que la consideraba "muy importante" aumentó al 64 %. La importancia personal de la religión estaba creciendo, incluso cuando la afiliación y la asistencia a la iglesia estaban disminuyendo.

La importancia de la religión muestra el mismo patrón generacional que la afiliación y la asistencia: las personas mayores tienden a reportar niveles más altos que los jóvenes. En 2023, el 68 % de las personas nacidas en la década de 1970 afirmaron que la religión era "muy importante", en comparación con el 60 % de las personas nacidas en la década de 1990.

Sin embargo, cuando se compara a personas de la misma edad, el patrón se invierte. A los 30 años, el 55 % de las personas nacidas en la década de 1970 calificaron la religión como "muy importante". Compárese eso con el 59 % de los latinoamericanos nacidos en la década de 1980 y el 62 % de los nacidos en la década de 1990. Si esta tendencia continúa, las generaciones más jóvenes podrían acabar mostrando un mayor compromiso religioso personal que sus mayores.

Afiliación frente a creencia

Lo que estamos viendo en América Latina es un patrón fragmentado de declive religioso. La autoridad de las instituciones religiosas está disminuyendo: cada vez menos personas profesan una fe y menos asisten a los servicios religiosos. Pero las creencias personales no se están erosionando. La importancia de la religión se mantiene estable, e incluso está creciendo.

Este patrón es muy diferente al de Europa y Estados Unidos, donde el declive institucional y las creencias personales tienden a ir de la mano. El 86 % de las personas no afiliadas en América Latina dicen creer en Dios o en un poder superior. Esto contrasta con sólo el 30 % en Europa y un 69 % en Estados Unidos.

Una proporción considerable de latinoamericanos no afiliados también cree en los ángeles, los milagros e incluso están convencidos de que Jesús volverá a la Tierra durante su vida. En otras palabras, para muchos latinoamericanos, dejar atrás una etiqueta religiosa o dejar de ir a la iglesia no significa dejar atrás la fe.

Un guía espiritual indígena aimara bendice una estatua del niño Jesús con incienso después de una misa de Epifanía en una iglesia católica de La Paz, Bolivia, el 6 de enero de 2025 (Foto: AP). 

Este patrón distintivo refleja la historia y la cultura únicas de América Latina. Desde la época colonial, la región ha estado marcada por una mezcla de tradiciones religiosas. A menudo, la gente combina elementos de las creencias indígenas, las prácticas católicas y los nuevos movimientos protestantes, creando formas personales de fe que no siempre encajan perfectamente en una iglesia o institución concreta.

Debido a que los sacerdotes solían ser escasos en las zonas rurales, el catolicismo se desarrolló en muchas comunidades con poca supervisión directa de la iglesia. Los rituales domésticos, las fiestas de los santos locales y los líderes laicos contribuyeron a configurar la vida religiosa de forma más independiente.

Esta realidad pone en tela de juicio la forma en que los estudiosos suelen medir el cambio religioso. Los marcos tradicionales para medir el declive religioso, desarrollados a partir de datos de Europa occidental, se basan en gran medida en la afiliación religiosa y la asistencia a la iglesia. Pero este enfoque pasa por alto la vibrante religiosidad fuera de las estructuras formales y puede llevar a los estudiosos a conclusiones erróneas.

(Fuente: The Conversation / varios / redacción propia)