miércoles, 4 de junio de 2025

Casi sin darnos cuenta, cuatro empresas de IA están monopolizando el futuro intelectual de la humanidad

Asistimos a la a mayor concentración de poder intelectual de la historia sin siquiera debatirlo, y eso es una mala noticia.

(Foto: Freepik).

Mientras el foco público se concentra en la posibilidad de que la IA se lleve nuestro empleo por delante, en segundo plano está ocurriendo algo menos visible: estamos cediendo nuestra autonomía intelectual en favor de la eficiencia y la comodidad.

No es solo que cuatro empresas -OpenAI, Google, Anthropic, Meta- estén construyendo la infraestructura con la que millones de personas resolvemos dudas y tomamos decisiones. No sólo gestionan datos: también tutelan la forma en que enlazamos ideas. Las grandes empresas chinas de la IA quedan fuera de esta ecuación por una simple razón: su enfoque aún doméstico sin la vocación internacional de las estadounidenses.

Google (el buscador) era y es influyente, pero con él hemos tenido que hilar nuestro propio discurso: cotejar fuentes, ponderar sesgos, asumir contradicciones. La IA generativa,  en cambio, ofrece una respuesta redonda que suena coherente incluso cuando alucina,y por eso exige más vigilancia.

El resultado es que estamos reemplazando el "procesado interno" por un veredicto externo revestido de un aura tecnológica que disuade la réplica.

Delegar es demasiado tentador: ahorra tiempo y dolores de cabeza. El problema es que no subcontratamos logística, sino criterio.

Pedimos a ChatGPT una estrategia profesional, a Claude un plan de estudios, a Gemini interpretaciones de la actualidad, y así. Al hacerlo aceptamos sin discutir los sesgos y vacíos de un modelo entrenado sobre textos que nunca veremos. Es una cesión invisible y, por eso mismo, difícil de cuestionar: nunca antes tan pocas manos habían definido qué preguntas pueden hacerse y qué respuestas suenan razonables.

La historia ha conocido monopolios de infraestructuras -electricidad, internet, ferrocarriles-, pero nunca uno sobre los patrones de razonamiento. Ahora aparece otro cualitativamente distinto: opera sobre el plano simbólico, donde se definen los marcos narrativos mediante los que comprendemos el mundo. Muy sutil y muy decisivo.

Lo que antes implicaba una deliberación -leer, contrastar, imaginar escenarios, sopesar matices- hoy se convierte en una respuesta instantánea, de apariencia definitiva. ¿Qué pensar sobre la eutanasia? ¿Cómo reaccionar ante una infidelidad? ¿Qué modelo económico es más justo?

Ya no buscamos elementos para pensar: buscamos la respuesta correcta, cuanto más rápido y cómodo mejor. Y aceptamos como válida la que mejor suene, aunque ignore lo que no encaja en su narrativa.

Sus efectos no serán inmediatos, pero sí previsibles: una lenta pérdida de la variedad en el pensamiento, de las ideas fuera de lo común. Las plataformas tienen consecuencias progresivas. TikTok y Spotify, por ejemplo, han hecho que las canciones cada vez duren menos y el estribillo llegue antes, una aberración que falta el respeto sobre todo al artista.

¿Qué consecuencias tendrán los modelos extensos de lenguaje (LLM) dentro de quince, veinte años? Si todos consultamos modelos que convergen hacia respuestas promedio, la excentricidad intelectual -caldo de cultivo para la innovación- será cada vez más rara.

Difícilmente haya un freno para la IA, pero quizás en algún momento tengamos que decidir cuánto razonamiento estamos dispuestos a entregar antes de quedarnos sin él.

(Fuente: Xataka / redacción propia)