En los últimos años se ha especulado mucho sobre los posibles efectos nocivos de las pantallas y los móviles sobre la salud mental o la capacidad de concentración. ¿Existen pruebas sólidas que respalden estas preocupaciones? Vale la pena reflexionar al respecto.
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Un móvil es un objeto extraordinario. Los antropólogos observan que los medios digitales son un lugar más en el que viven las personas. Un móvil es "el lugar donde vivimos", nuestro "transportador", nuestra "comunidad". Un adolescente no tiene que tomar el colectivo o usar la bicicleta para ir a casa de sus amigos. Puede estar con ellos desde el teléfono.
El móvil también refleja el oportunismo permanente: hacemos una foto cuando observamos algo divertido, una puesta de sol o un bebé que sonríe. También implica disponibilidad constante y conectividad con otras personas. Pero todo ello genera una presión permanente: estamos enganchados al móvil, el WhatsApp no nos deja libres, hay pérdida de atención por culpa de las pantallas, dicen los psicólogos.
¿Cómo se usa el móvil en Jamaica o en China?
Un equipo de antropólogos a las órdenes de Miller ha estudiado cómo se usa el principalmente móvil en diferentes culturas, por ejemplo:
• En Jamaica sirve para aliviar la pobreza con el intercambio de información sobre trabajo o la búsqueda de ingresos, además de para hacer breves consultas médicas.
• En Turquía se usa especialmente para comunicarse con la familia.
• En India puede ser, lamentablemente, una herramienta de control de los hombres sobre las mujeres.
• En China el móvil es muy útil para aliviar los problemas de la gente mayor.
• En Uganda los jóvenes envían dinero por el móvil a sus parientes mayores para afrontar el elevado costo de la sanidad y los medicamentos.
• En Japón se hace imprescindible en caso de catástrofes (tsunamis, terremotos, etc).
Lo que hace a un móvil una herramienta inteligente es cómo la gente lo usa "desde abajo": la creatividad, las capacidades adicionales, el poder estar en contacto permanente con amigos o parientes…. La tecnología es increíblemente diversa porque la utilizamos de muchas maneras, aunque es verdad que algunos usos afectan negativamente a ciertas personas.
Las redes sociales como abismo
Sean Parker, uno de los socios fundadores de Facebook, reconocía que esa red social "es un bucle de retroalimentación basado en la validación social, porque explota una vulnerabilidad en la psicología humana".
Algunas redes tienen como lema implícito eso de que "mis palabras no importan y yo no importo, pero todo el mundo debería escucharme de todos modos". Geert Lovink, investigador sobre medios interactivos en la Universidad Hogeschool van Amsterdam (Holanda), afirma que las redes sociales nos abocan al abismo y generan tristeza tecnológica. Suponen una distracción organizada y cierta dependencia, ya que funcionan como un "aspirador social". Somos aspirados de vuelta para volver continuamente a las pantallas.
Amy Orben, profesora de la Universidad de Cambridge, ha estudiado el impacto de las pantallas en los adolescentes. Las pantallas pueden estimular la dopamina con ciclos de alzas en nuestro humor, seguidos de largos periodos de estancamiento, antes de terminar colapsando. Permanecer conectado ya no sirve porque pasamos de intensas experiencias de satisfacción a periodos de incertidumbre laboral, familiar y emocional o sumidos en el aburrimiento.
Si las redes sociales son una adicción, como el tabaco y el alcohol, y nos mantienen enganchados al sistema, ¿la solución es salir de una plataforma?, ¿una desintoxicación digital?, ¿hacer terapia? Si esta fuera la solución, se actuaría sólo sobre los síntomas y no sobre las causas.
Para Orben las redes sociales todavía ofrecen muchos beneficios. Proporcionan placer, se entabla amistad, se corteja, se adquieren conocimientos o se encuentra un empleo. Según ella, no estamos enfermos y no somos adictos.
Las caras más y menos amables
Orben rompe con la idea simplista que asocia redes sociales, jóvenes y adicción. El impacto de las aplicaciones no depende tanto del tiempo de uso como del tipo de contenido que se consume. No hay una señal contundente en los estudios que muestre un vínculo inequívoco entre las redes sociales y un menor bienestar: hay efectos más negativos en dormir poco, fumar marihuana o no comer bien que por el uso de redes sociales.
Pero también hay un lado negativo, explican algunos expertos, en el uso de las redes sociales. Por ejemplo, la aparición de la "generación muda": la reticencia entre los adolescentes y jóvenes a tener intercambios verbales directos o conversar por teléfono. En su lugar, se utiliza WhatsApp o notas de voz y se pierden habilidades sociales y comunicativas.
Cuando un mensaje de texto es enviado a alguien hay una expectativa por recibir una respuesta. Esta espera es la "texto-expectativa", la experiencia prolongada y dolorosa de anticipar un mensaje de texto, señala Lovink. El fantasma electrónico del otro nos acecha: "cada vez que vibra mi teléfono móvil, espero que seas tú". Y eso genera ansiedad. "El otro no espera nunca: yo soy el que espera", como la/el enamorada/o que espera una señal de su amada/o.
Fear Of Missing Out o FOMO (miedo a perdernos algo) es el deseo por vincularse con otros y con el mundo. Es estar estudiando en nuestra casa para un examen y pensar en lo que nos perdemos porque nuestros amigos están en el bar. En las redes sociales ocurre algo parecido, además del voyeurismo online: la forma fría y desapegada de la cultura de la vigilancia que evita la interacción directa.
Echamos un ojo a las actualizaciones y a la bandeja de entrada por la misma razón por la que soñamos despiertos: para eliminar el aburrimiento. Revisar continuamente el móvil es la forma actual de soñar despierto y trasladar la mente a otro lado. El uso de redes sociales crea una forma modificada de conciencia y un estado de alerta de lo demás. Una "tecnotelepatía".
Sin embargo, las grandes tecnológicas nos manipulan mediante algoritmos diseñados para captar nuestra atención. Esta manipulación permanece sin regular. Si las plataformas no estuvieran programadas para engancharnos, quizás usaríamos las pantallas de forma más consciente y equilibrada, recuperando el control sobre nuestro tiempo.
Sí, todas estas cosas son la cara menos amable de las pantallas, pero los móviles no son ni buenos ni malos por sí mismos: depende del uso que hagamos de ellos. Más que demonizar la tecnología o caer en alarmas infundadas, necesitamos comprender cómo nos relacionamos con las pantallas y encontrar un equilibrio consciente entre conexión digital y bienestar real.
(Fuente: The Conversation / redacción propia)
