El miedo siempre estuvo ahí, pero el cine lo convirtió en espectáculo.
Desde las primeras proyecciones, el público acudió a las salas para
sentir esa descarga controlada de adrenalina. Cuando "Nosferatu"
(1922) extendió su sombra, no fue sólo un vampiro lo que hizo que la
audiencia se estremeciera: era la Europa de entreguerras viéndose
reflejada en una criatura enfermiza y extranjera, una amenaza que
llegaba de afuera para romper un orden social que ya tambaleaba. Desde
entonces, cada generación ha encontrado su propio engendro en la
pantalla.

Oscar Isaac en una imagen de la reciente "Frankenstein", dirigida por Guillermo del Toro (Foto: Netflix).
Sombras y mutacionesEl terror funciona como
un espejo. Los castillos en ruinas y las nieblas góticas de los años treinta no eran simples decorados: representaban
un mundo que parecía haberse detenido, que miraba con nostalgia y temor al pasado.
Los monstruos de
Universal -"
Drácula" (1931), "
Frankenstein" (1931), "
El hombre lobo" (1941)- eran a la vez temibles y fascinantes, porque
encarnaban miedos muy contemporáneos:
la ciencia que se descontrola, el cuerpo que enferma, lo diferente que
amenaza lo familiar. La gente entraba en el cine buscando escalofríos,
pero salía habiéndose enfrentado, de forma simbólica,
a sus propias ansiedades.
Con el tiempo, las nieblas se despejaron y el terror empezó a mirar hacia el futuro. Las décadas de posguerra trajeron
un pánico nuevo, más tecnológico, más científico. De pronto, las amenazas venían del
espacio exterior o de
laboratorios secretos: alienígenas, mutantes, experimentos que se salían de control.

Fotograma de "Frankenstein", de James Whale, 1931 (Foto: Universal Pictures).
Películas como "
Ultimátum a la Tierra" (1951) y "
El enigma de otro mundo" (1951) capturaban la paranoia de
un planeta dividido en bloques, mientras que "
La humanidad en peligro" (1954) y "
Godzilla" (1954) daban forma grotesca a la
amenaza nuclear
con hormigas gigantes y criaturas surgidas de la radiación. La bomba
atómica estaba en la mente de todos, y el cine lo canalizó en forma de
invasiones, mutaciones y sospechas colectivas.
El enemigo está en casaEl susto más inquietante todavía estaba por llegar: el que
no depende de criaturas sobrenaturales.
Cuando
Alfred Hitchcock estrenó "
Psicosis"
(1960), el público descubrió que el peligro podía estar en la puerta de
al lado. Norman Bates era un hombre normal, tímido, amable. No
necesitaba colmillos ni garras para matar. Se plasmaba así la
incertidumbre de una época marcada por
cambios sociales y la
erosión de la confianza en las instituciones: los años sesenta traían consigo
tensiones urbanas,
movimientos sociales y la sensación de que
la amenaza podía venir del vecino o el propio núcleo familiar.

Anthony Perkins interpretando a Norman Bates en "Psicosis", de Alfred Hitchcock, 1960 (Foto: Paramount Pictures ).
A partir de ese momento, el horror
se volvió más íntimo: el motel de carretera, la casa suburbana y la niñez misma podían convertirse en escenarios de pesadilla. Películas como "
La matanza de Texas" (1974) o "
Halloween" (1978) consolidaron esa sensación. Su violencia evidenciaba
la desconfianza y el malestar de Estados Unidos tras la guerra de Vietnam y la crisis económica de los setenta: lo que parecía seguro -el hogar, la comunidad- podía volverse mortal.
Esa
invasión de lo cotidiano continuó durante los ochenta, una década de
consumismo, cultura pop y miedo al crimen urbano, donde el género se
llenó de ruido, sangre y espectáculo.
Freddy Krueger,
Jason Voorhees o el muñeco
Chucky se convirtieron en
iconos de la cultura pop, con máscaras y frases ingeniosas incluidas.
Pero en medio del exceso, hubo cineastas que exploraron terrores más psicológicos: "
El resplandor" (1980) convirtió a un padre en monstruo, mientras que "
La cosa"
(1982) reflejó la paranoia y el aislamiento propios de la Guerra Fría,
donde el enemigo podía estar más cerca de lo que pensábamos. Lo
verdaderamente espeluznante no era la criatura, sino la posibilidad de
que
estuviera dentro de nosotros.
A finales de los noventa, este cine se tornó
autorreflexivo. "
Scream" (1996) jugaba con los clichés y los convertía en parte de la diversión:
el espectador ya era un cómplice.
Este conocimiento de las reglas del juego preparó el terreno para un
nuevo tipo de terror: el que utilizaba la cámara y la estructura
narrativa para hacer que el miedo
pareciera más real y cercano al espectador.
En
el nuevo milenio el género empezó a experimentar con nuevas formas de
asustar. Surgió el "found footage" (metraje encontrado) con "
El proyecto de la bruja de Blair" (1999) y después "
Paranormal Activity" (2007), que hicieron que el espanto fuese
casi documental, revelando la ansiedad de
una sociedad cada vez más vigilada, hiperconectada y acostumbrada a consumir imágenes de lo real a través de cámaras y móviles.
También hubo un auge de remakes estadounidenses de clásicos japoneses como "
The Ring" (2002) o "
El grito" (2004), que introdujeron a Occidente en un
miedo atmosférico,
más basado en el silencio y la sugerencia que en el susto fácil. Esto
coincidió con la apertura cultural global y el interés por historias que
venían de fuera, mostrando un mundo interconectado donde
lo desconocido podía llegar de cualquier parte.

Fotograma de "Weapons", de Zach Cregger, 2025 (Foto: Warner Bros).
El arte de atemorizar hoyAsí,
tras la experimentación formal de los primeros años del milenio, el
género se abrió a propuestas en las que no sólo se sobresaltaba al
espectador, sino que también
se comentaba la sociedad y se exploraba la psicología humana.
La década de 2010 supuso un punto de inflexión. Productoras como
A24 y
Blumhouse apostaron por un terror más ambicioso y autoral. Por ejemplo, "
Déjame salir" (2017) convirtió el miedo en un comentario social directo sobre los
conflictos raciales y la
polarización política.
"
Hereditary" (2018) y "
Midsommar" (2019), por el contrario, llevaron el género a un
horror casi operístico, en el que la
fractura familiar y las
dinámicas comunitarias provocan espanto, un espejo de
sociedades contemporáneas cada vez más fragmentadas e impacientes. "
The Babadook" (2014) e "
It Follows" (2014) se encargaron de explorar
el trauma, la ansiedad y la transmisión del pavor como si fueran enfermedades. Incluso el "slasher" regresó en versiones más sofisticadas como "
X" (2022) y "
Pearl" (2022), que mezclan
nostalgia y
reflexión metacinematográfica.
En los años 2020, el género sigue expandiéndose en todas direcciones. Películas como "
Barbarian" (2022) o "
Háblame" (2023) juegan con las expectativas del espectador, construyendo giros radicales en un contexto de incertidumbre global:
pandemias, crisis climáticas y cambios tecnológicos acelerados. También vemos un resurgir del "folk horror" en propuestas como "
Men" (2022) o "
The Witch" (2015), donde
lo rural y lo ancestral vuelven a ser fuente de amenaza, recordando cómo
la modernidad puede despertar miedos arcaicos.
En los tres últimos años el género ha seguido explorando nuevas formas de provocar escalofríos: "
It Lives Inside" (2023) combina
terror sobrenatural y
exploración cultural, mientras que "
La sustancia" (2024) ofrece una sátira que
critica la industria del bienestar. Incluso
Robert Eggers presentó su reinterpretación gótica del clásico "
Nosferatu" (2024) y, en 2025, "
Weapons" introdujo una narrativa fragmentada sobre la
desaparición de niños, mezclando
horror psicológico y social mientras hablaba de la
infancia, la
vigilancia y la
seguridad en la vida cotidiana.
Estas producciones demuestran que el cine de terror
continúa adaptándose, mostrando
ansiedades contemporáneas
y ofreciendo nuevas perspectivas al público. Lo que se mantiene
constante es nuestra necesidad de mirar, tal vez porque lo consideramos
un "laboratorio emocional". Nos permite ensayar el miedo sin
consecuencias,
sentirlo de manera segura y controlada. Cuando las
luces se apagan, podemos enfrentarnos a aquello que más nos perturba
-la muerte, el caos, la desintegración de la familia, el fin del mundo- y
salir ilesos.
En un presente lleno de
amenazas difusas,
desde pandemias hasta crisis climáticas, el género sigue evolucionando
para darles forma. Así, volvemos a las salas o a la comodidad
del "streaming" buscando ese escalofrío. Puede que ya no haya vampiros
con capa ni lobos aullando a la luna, pero el
vecino inquietante, el
monstruo invisible o
el silencio en una casa demasiado tranquila siguen funcionando. Y quizás por eso el terror nunca muere: porque siempre encuentra
un nuevo rostro para nuestros miedos.
(Fuente: The Conversation)