El primer caso de voyeurismo con Ray-Ban Meta demuestra que estamos en el período de máxima vulnerabilidad: no hay alarma social hacia ellas, como sí la hay con los móviles apuntándonos.

El recientemente detenido en Barcelona que grabó a cientos de mujeres con sus Ray-Ban Meta marca un antes y después: hemos entrado en la era del voyeurismo invisible. No sabemos cuándo terminará, pero sí que acabamos de inaugurarla.
Hasta ahora, grabar sin consentimiento requería obviedad (sacar el móvil) o sofisticación (cámaras ocultas). Las Ray-Ban Meta han democratizado la grabación encubierta: por un poco más de 300 euros, su precio en Europa, no sólo tenemos unas gafas de sol con buen diseño y auriculares incorporados: también tenemos una cámara casi imperceptible en nuestra cara.
Como analiza el periodista Antonio Ortiz en el portal Error 500, las Google Glass no podían llegar a comercializarse en algunos países por ser demasiado obvias. Las Ray-Ban Meta son su antítesis: parecen gafas normales, el LED de grabación es minúsculo, y sobre todo, la gente aún no ha desarrollado una alarma social ante ellas.
Estamos en el período de máxima vulnerabilidad: la tecnología ya está aquí, pero la conciencia social no. Y el mencionado detenido explotó precisamente esa brecha: él conocía las capacidades de estas gafas, pero sus víctimas no.
Grabó 329 vídeos sin que casi ninguna de las mujeres mostrara sospecha de estar siendo grabada. Posiblemente la mayoría ni sabía aún de la existencia de estas gafas.
Esto solo es el principio. Meta prepara funciones de IA que permitirán a esta cámara hacer mucho más, como reconocer o identificar al fotografiado. De hecho, ya hay usuarios que han conseguido crear sistemas de reconocimiento facial caseros con estas gafas.
La siguiente pregunta es inevitable: ¿cuántas conversaciones y escenas privadas se están grabando ahora mismo sin que lo sepamos?
Meta diseñó una doble salvaguarda: luz LED que detecta si ha sido tapada (y bloquea la cámara) y sonido al iniciar la grabación. El problema surge cuando un usuario malintencionado las elude deliberadamente o cuando la gente no sabe interpretarlas. Además, el sonido al iniciar la grabación es tan fácil de eludir como comenzar a grabar con antelación.
Claramente faltan nuevas convenciones sociales. Necesitamos desarrollar las mismas alarmas que se nos encienden cuando alguien nos mira con un móvil cuya cámara apunta hacia nosotros. Hasta que eso ocurra, cualquiera con 300 euros y mala idea puede convertirse en un espía camuflado, o en un voyeur.
(Fuente: Xataka)